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L I B R O S

La infancia adulta y los adultos niños

Un cambio de roles entre los pequeños y sus padres es el tema de esta obra.

Luis Fernando Afanador
25 de septiembre de 2000

El profesor Crastaing lleva 30 años, sin envejecer, repitiendo esta frase: La imaginación no es la mentira. Por eso se encuentra furioso con sus jóvenes alumnos (de 12 y 13 años) y les ha calificado muy duro la tarea “imaginen una familia ideal”: no tenían que copiar los periódicos, ni la televisión, ni lo que oían a su alrededor. Sólo había que imaginar verdaderamente. ¿Era tan difícil? ¿Era demasiado pedirles que se desconectaran por unas cuantas horas de la pantalla y del walkman? ¿Que inventaran la realidad hablando de sus padres y madres reales?

Pero hay tres alumnos a los que les importa un pito el sermón de Crastaing: Igor Laforgue, sexta fila, rincón de la ventana, quien esconde una hoja con un dibujo bastante comprometedor bajo su carpeta. Joseph Pritsky, su amigo y vecino, quien se la roba velozmente mientras Crastaing da la espalda. Y Nourdine Kader, que se levanta por encima de ellos para no perderse la escena. Desde luego la hoja robada cae en manos del profesor. Ante la evidencia de la prueba reina y para salvar a Pritsky, Laforgue asume la responsabilidad: es mi dibujo. Inesperadamente, Kader interviene: no señor, fui yo.

La solidaridad trae sus consecuencias. Puesto que los tres reivindican la autoría del mismo dibujo, Crastaing los castiga a todos, obligándolos a hacer otra tarea para la mañana siguiente:

Tema: Usted despierta una mañana y se da cuenta de que, durante la noche, se ha transformado en adulto. Completamente alterado, se precipita en el cuarto de sus padres. Ellos se han transformado en niños.

Cuente lo que sigue.

Y nada de soluciones fáciles, les advierte Crastaing. No se trata de un sueño, ni de los marcianos, ni de un hechizo de hada, sino de la ‘realidad’. Ellos adultos y sus padres niños. Y no deben olvidar que la imaginación no es la mentira.

Una idea maravillosa, un comienzo memorable. Sin embargo, después de este prometedor e impecable comienzo nos vamos a encontrar con una historia excesivamente complicada: la familia judía y católica de Pritsky. La familia de origen árabe de Kader —inmigrantes condenados a ser siempre una ‘segunda generación’—, con padre taxista convertido en pintor y hermana bella y tiránica. La familia desgraciada de Laforgue que perdió a su padre en un absurdo accidente médico (éste es el narrador y al final revelará su verdadera intención con esta historia). La vida secreta del profesor Crastaing y su viejo y reiterado comercio con prostitutas: “¡No, no, no se come una puta de vez en cuando —insistió Nourdine—, se las conoce a todas! Todas las de la calle de al lado. Aun cuando salen corriendo cuando lo ven. Lo llaman por su nombre. Su nombre es ‘Albert’, dicen ellas. ¡Y bajan la mirada cuando pasa!”. (Al final las prostitutas tendrán un papel clave en la trama). El policía que de pequeño fue un tenaz ladrón de apartamentos y que terminará en amores con la hermana de Kader. Y a su vez los amores de Ismael, el padre de los Kader, con Tatiana, la madre de Laforgue. En fin, la vida y milagros del barrio Beleville de París, donde vive Daniel Pennac y donde siempre se desarrollan sus ficciones.

El bello relato sobre los niños convertidos súbitamente en adultos se convierte en una aventura rocambolesca. Y sin embargo, algo queda. Lo esencial —la reflexión sobre los niños como personas y la pregunta por ese misterioso instante en que los adultos deciden abolir su infancia de un solo tajo— sigue estando allí aunque tengamos que hacer grandes esfuerzos durante la lectura para recuperarlo. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué Pennac lo echó a perder de esa manera? Por una acumulación desmesurada de elementos, por falta de habilidad narrativa. Quizá su verdadero talento, como lo demostró con creces en Como una novela, se expresa mejor en el ensayo. La imaginación no es la mentira, pero mal empleada, corre serios riesgos de llegar a serlo.