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Un niño huérfano llamado Hugo (Asa Butterfield) trata de sobrevivir al día a día de una estación de tren del París de los años treinta.

CINE

La invención de Hugo Cabret

El director norteamericano Martin Scorsese, uno de los protagonistas de la historia de las películas, ha creado otro clásico del cine.

Ricardo Silva Romero
3 de marzo de 2012

Título original: Hugo
Año de estreno: 2011
Dirección: Martin Scorsese
Guion: John Logan basado en la novela de Brian Selznick
Actores: Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz y Ben Kingsley

Cuando Martin Scorsese terminó de editar La invención de Hugo Cabret, ni más ni menos que un nuevo clásico del cine, sintió que no tendría nada de malo que esa fuera su última película: su testamento. Porque la conmovedora historia de aquel niño huérfano que rescata del olvido al cineasta Georges Méliès -el mago francés que comprendió, primero que todos, que la cámara podía servirle a la ficción- no es solo la suma de toda su obra, sino el resultado de toda su vida: en La invención de Hugo Cabret se recobra la infancia perdida en las tinieblas de las malas calles; se aprende a convivir con la violencia que causa en cada quien el desprecio con que lo miran los otros; y se le entrega a la imaginación, que hizo todo esto, la tarea de probar que el mundo es una máquina en la que cada quien tiene un propósito.

La pregunta "¿cómo vivir en paz en el infierno?", que atraviesa la obra de Scorsese desde Taxi Driver (1976) hasta La isla siniestra (2010), ha encontrado por fin una respuesta.

Dice el poeta Ángel Marcel que el hombre inventó las muletas del arte porque es un animal que cojea. Da igual si somos el autor o el espectador de una obra: acudimos a las ficciones con la esperanza de articular nuestra incomodidad en el mundo. Martin Scorsese ha conseguido llegar a La invención de Hugo Cabret, que parte de una estupenda novela del norteamericano Brian Selznick, para describirnos al artista como el hombre que se dedica al oficio de dar pruebas de supervivencia, que envejece enfrente de todos y hace todo lo que está a su alcance para fingir una realidad que sea posible. Las 500 películas de Georges Méliès nacieron, según el nuevo largometraje de Scorsese, de un amor profundo por la vida. Pero, expuesto a las reglas de cualquier amor, quien ama tanto la vida corre el riesgo de que la vida no lo ame de vuelta. Y si Méliès se salvó del olvido, en un curioso giro del destino, fue solo gracias a su público: no hay autor sin espectador.

Si no se sintieron tocados por la historia de Hugo, si no los tuvo a punto de llorar el vigilante de bigote que no quiere ser un monstruo, ni el teórico del cine que a la larga sigue siendo un niño, ni el librero que sabe que los libros descansan cuando encuentran a su dueño, si se quedaron atrás de la película como si los dejara algún tren de aquellos, entonces vuélvanla a ver porque el cine no puede ser mejor que esto. Aquí está todo. Aquí, en la pantalla infinita -en el memorable 3D- de la última película de Martin Scorsese, están la restauración de la infancia, las maravillas que el hombre ha construido en pleno infierno, el profundo misterio que tiene a los libros a salvo, la reivindicación del último arte que llegó a la Tierra, la prueba reina de que el cine aún puede devolvernos la extrañeza. Aquí, en La invención de Hugo Cabret, está claro que es en la imaginación en donde vive lo humano.