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LA JUVENTUD AL PODER

El 37 Salon Nacional de Artistas confirma la teoría de Thierry de Duve según la cual la pregunta estética moderna no es qué es lo bello sino qué sucede con el arte.

EDUARDO SERRANO
24 de agosto de 1998

Se lleva a cabo en Corferias la versión 37 del Salón Nacional de Artistas, evento que a pesar de todas sus debilidades y vicisitudes sigue constituyendo un acontecimiento en la escena artística colombiana puesto que representa la puerta que permite ingresar al conocimiento del público a los artistas que no cuentan con el apoyo de las maquinarias del arte _galerías, museos, publicidad_, las cuales, como en el caso de cualquier corporación, están más interesadas en el comercio y la imagen de los productos que promueven que en su solidez o sustancia. En el Salón se ve un tipo de arte diferente al que se aprecia en los recintos sacralizantes de la plástica, y si bien es cierto que buen número de las obras son realizadas especialmente para el Salón, también es verdad que sólo un evento de esa magnitud faculta a los artistas a expresarse sin demasiadas restricciones en cuanto a espacio, técnicas y materiales. Las estructuras del Salón Nacional han variado con frecuencia de acuerdo con los cambios conceptuales que se han dado en materia plástica y con la evolución del contexto artístico colombiano. En los años 60, por ejemplo, se decidió suprimir del certamen la ayuda de la empresa privada por considerarla una injerencia de la oligarquía en la producción relativamente politizada del arte de esa época. A comienzos de la década siguiente se eliminaron los premios, aduciendo que el espíritu competitivo no era adecuado para la apreciación artística, lo que trajo como consecuencia ingentes protestas, un Salón paralelo y la inmediata reinstitución de los reconocimientos. En los años 80 se arreglaron las cosas de manera que los artistas mayores pudieran brillar con la tramoya de sus extensos currículos sin pasar por un jurado de admisión. Y por último, en los años 90, los artistas jóvenes se han apoderado del evento, otorgándole un carácter más fresco y menos cargado de intereses comerciales y solemnidad.
Representativo
Hay, por consiguiente, cierto aire de tesis de grado en el último Salón Nacional, el cual se ajusta con la edad de los participantes sin llegar a constituirse en un aspecto negativo. Por el contrario, gracias a ello se le depara al visitante una que otra sorpresa y se puede vislumbrar la orientación de quienes conformarán la escena artística nacional durante las primeras décadas del siglo XXI. Además, a pesar de que hay algunos nombres ausentes cuya producción podría emular con los trabajos presentados sin verse antediluviana, de todas maneras se trata de un certamen ampliamente representativo del arte que se produce en Colombia en este momento, y por lo tanto de un evento diciente de sus fortalezas y falencias. Sería conveniente, sin embargo, para que el Salón no se institucionalice como un certamen excluyente y juvenil, que se revisara otra vez su organización y que además de la exposición homenaje _que este año está dedicada a Manuel Hernández, un artista que ha escrito uno de los capítulos más brillantes en la historia de la pintura del país_ se organizara también una exposición aledaña, con curaduría, a la cual se invitara a participar a aquellos artistas cuyo trabajo constituye un paso obligado para comprender los designios de las obras incluidas en el evento. Se unirían de esta manera los artistas jóvenes con sus predecesores sin someter a los mayores a la humillación de un rechazo. Y por tratarse de una muestra argumentada se clarificarían los raciocinios que han llevado a los artistas a sus actuales planteamientos y se visualizarían las consistencias y rupturas que han marcado el desarrollo del arte nacional.
Influencias y referentes
Después de todo cada vez son menos aparentes en el Salón las influencias del arte de otras latitudes, aunque sería ingenuo negar que los referentes conceptuales de la mayor parte de las obras, al igual que sucedía en épocas pasadas, provienen del arte internacional. Los referentes temáticos, sin embargo, están ahora más relacionados con la realidad del país, con su cultura, historia y cotidianidad, no siendo extraño _dada la singularidad de los conflictos y experiencias que se han vivido en Colombia en los últimos años_ que el arte nacional haya ido adquiriendo un perfil propio, un carácter que lo particulariza dentro de la homogeneidad que ha traído consigo el fenómeno de la globalización. Los premios del Salón concedidos a Alejandro Ortiz, Wilson Díaz y el Grupo Nómada obedecieron a criterios bien cimentados, como lo reitera la atractiva presencia y las connotaciones de tiempo y territorio que hace manifiestas el trabajo de Ortiz, la elocuencia de la Casita roja de Díaz en este país de desplazados y destechados, y la eficaz vinculación del público a las reflexiones propias del arte por parte del Grupo Nómada. Cualquier premio de un Salón, sin embargo, es una lotería, como bien lo pone de relieve el trabajo de Abiezer Agudelo, y lo mismo podrían haber recaído en la espléndida obra de Guillermo Quintero cargada de alusiones regionales y poéticas memorias, en las diminutas pero potentes esculturas de María Teresa Corrales, en las ensoñaciones maternales de Edith Arbeláez, en el mapa construido por Gloria Posada con las palmas de las manos de mucha gente, en la mirada a la tierra como contexto de nuestro devenir de Juan Luis Mesa, o en el performance en el cual Guillermo Marín encarna una pintura erótica de Marcel Duchamp. Justo es señalar, además, la importancia que han ido cobrando en el Salón los trabajos realizados en grupo, los cuales impugnan la idea de que la obra de arte siga considerándose como fruto de una genialidad individual, al tiempo que plantean la producción artística como un proyecto en el que pueden intervenir distintos puntos de vista, e inclusive todos los miembros de una sociedad. En cambio el tema de la memoria, alrededor del cual fue conformado el Salón, resulta imperceptible en buen número de obras o, cuando más, una consideración secundaria, evidenciando el desatino de imponerle camisas de fuerza a los certámenes abiertos como si se tratara de exposiciones dirigidas a demostrar una determinada hipótesis curatorial y no de eventos cuyo fin principal es conocer la orientación de los artistas, sus estrategias, sus preocupaciones vitales y las características de la creatividad del país en un determinado momento. El 37º Salón Nacional de Artistas, finalmente, le otorga la razón a Thierry de Duve cuando afirma que la pregunta estética moderna no es "¿qué es lo bello?" sino "¿qué sucede con el arte?". El trabajo plástico ha cambiado sus valores y propósitos en el último cuarto de este siglo, y si bien sigue existiendo una preocupación estética que acompaña los planteamientos de la mayoría de las obras presentadas, en muchas de ellas esta preocupación no constituye el objetivo primordial. Unas cuantas obras interfieren en la apreciación de sus vecinas, pero el Salón en general se encuentra bien montado y tiene un aura de gran evento, de suceso extraordinario, la cual se mantiene durante todo el recorrido. Es una lástima que el presupuesto destinado a las artes visuales por el Ministerio de Cultura sea tan reducido en comparación con el que se asigna a otras modalidades creativas, puesto que ello impide llevar a cabo iniciativas que podrían complementar los buenos resultados del certamen, así como otorgarle a las actividades de la plástica una presencia en la vida nacional más continua y más acorde con la importancia de sus logros y su tradición.