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LA LISTA DE SCHINDLER

Con esta película, Steven Spielberg demuestra que además de ser el genio de la taquilla, también es un genio de la cinematografìa.

18 de abril de 1994

SOBRE EL EXITO DE La lista de Schindler y los elogios que ha recibido ya se ha hablado suficiente. En el momento de escribir esta nota, la más reciente realización de Steven Spielberg amenazaba con llevarse la mayoría de los 12 oscares a los que estaba nominada, incluidos los de mejor director y mejor película. Si así fue, la justicia de los premios obtenidos no admite discusión. Se podría pensar que su favoritismo se debía, en primer lugar, al tema, pues el drama judío causa cierto impacto emocional. Y en segundo término, a la deuda que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood tiene desde hace tiempo con Spielberg, considerado como el más grande director del momento, pero quien hasta la semana pasada no había recibido un solo Oscar en esa categoría. Sin embargo, por encima de todo esto para la crítica especializada como para el público, la verdad es que La lista de Schindler es una gran película.
Aunque en principio una cinta sobre el holocausto judío, hecha en blanco y negro con más de tres horas de duración, no resulta atrayente para la mayoría de los espectadores, al salir del teatro todo el mundo coincide en que la duración no se siente, en que la ausencia de color es uno de los mayores aciertos del director y en que, en general, es un filme impecable y sobrecogedor.
A pesar del riesgo y la dificultad, Spielberg quiso hacer la película en blanco y negro para que conservara la veracidad de los documentales y no el toque hollywoodesco de la serie de televisión Holocausto. Con la misma mentalidad, descartó la utilizaciòn de las tècnicas modernas de filmación y se centró casi exclusivamente en el manejo de la cámara al hombro, de manera que las imágenes parecieran tomadas por un testigo presencial de los acontecimientos y no por un profesional en películas de ficción. Algunas escenas, como la de la exhumación y la cremación de miles de cadáveres de judíos, asombran por su tecnología, pues parecen extraídas de documentales reales. Curiosamente, filmada en Polonia en los mismos escenarios donde ocurrieron los hechos hace 50 años, a un valor de 23 millones de dólares La lista de Schindleres la película de menor costo en la carrera de Spielberg.
En cuanto a la actuación, no cabe duda de que Liam Neeson se consagró en el papel de Oskar Schindler. Sin embargo, la gran revelación corrió por cuenta del actor inglés Ralph Fiennes, quien interpreta al comandante del campo de concentración de Plaszow, Amon Goeth. Al fin y al cabo, Neeson era suficientemente conocido en el medio por sus papeles en La misión, Un destello en la oscuridad y Bajo sospecha. Por el contrario, Fiennes fue descubierto en una obra de teatro en Londres. Antes de La lista de Schindler, delante de las cámaras era un desconocido; y sólo este trabajo con Spielberg le valió ser nominado a mejor actor de reparto. El director de E.T. logró crear, en la figura de Fiennes, un Amon Goeth con una personalidad tan aterradora como la que le imprimió Anthony Hopkins a su personaje 'Caníbal' Lecter, en El silencio de los inocentes. La diferencia radica en que el personaje de Fiennes es real y en algunas de las más estremecedoras escenas, se le ve matando judíos desde su balcón, como si estuviera cazando patos.
No obstante la fidelidad histórica mantenida durante toda la película, La lista de Schindler posee una gran falla. Consciente de lo que estaba haciendo, al final de la cinta Spielberg metió al protagonista en una situación melodramática, exagerada y fuera de todo contexto, no sólo con el personaje real sino con el de la película. La secuencia es la única del filme que es pura ficción. Sin embargo, Spielberg la defiende, pues no quería que su cinta culminara igual que Casablanca. La frialdad del Schindler de Spielberg, similar a la del Rick, de Michael Curtis, unida a la situación real, daban para eso. Pero el director se negó a esta alternativa. Ante todo, quería enviar un mensaje humano. No se trataba de inmortalizar a Schindler de la misma forma como quedó inmortalizado Rick en Casablanca, sino de transmitirle al público el verdadero valor de cada vida humana, para que la historia del holocausto judío no se repita jamás. Y en este sentido, como muchas otras veces y por encima de la historia real, Spielberg volvió a ganar.