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LA LITERATURA Y EL AMOR

Cómo resumir en cien páginas la inquietud y el espíritu del romanticismo

15 de agosto de 1983

"Adolphe" de Benjamín Constand. Editorial Bruguera. 1982. 188 páginas. (Primera versión completa en castellano; incluye fragmentos autobiográficos y dos poemas inéditos).
Las mejores novelas de amor son aquellas que se han escrito en épocas románticas. Esta tautología es sólo aparente si consideramos las cualidades esenciales por las que se define el romanticismo a partir de Goethe. Si esto es cierto también es notorio que las peores novelas de amor, hasta ahora, son las que se han escrito en esta mitad del siglo XX. Esperamos, eso sí, la novela de amor que anunciara García Márquez; quizá entonces sabremos cómo va a pasar a la historia de la literatura, como un clásico o como un romántico.
Benjamín Constand quien pertenece al primer romanticismo escribe "Adolphe" en 1816. Es una novela de apenas algo más de cien páginas pero proyectada de un modo tan definitivo que la inquietud y el espíritu del romanticismo quedan allí perfectamente reflejados. "Werther" fue ciertamente anterior y fue la primera novela que vio al hombre solitario, desarraigado de la realidad y transformado por una pasión romántica en héroe. Con "Adolphe" esta atmósfera, que adquiere amplios matices sicológicos, alcanza a ser un lúcido y desesperado canto de los tormentos amorosos. La tendencia romántica a crear destinos trágicos expresa, de alguna manera, el choque del hombre con las normas que rigen una sociedad a la cual el héroe rechaza para transformar su renuncia en ideal, en razón de ser. "Adolphe" describe la lucha intima de sentimientos contradictorios. Ellenore, que contradice abiertamente los principios morales de su época, representa el repudio a una sociedad hecha de afectación, interés y vanidad. En esta circunstancia está el germen de su fatalidad, pero es en su carácter en donde esa fatalidad se desarrolla hasta la culminación trágica. "Adolphe" representa la típica novela de carácter, porque allí el carácter lo es todo. Cuando Adolphe conoce a Ellenore sabemos que es alguien inclinado a los dictámenes de la razón, pero ronda ya en su cabeza el propósito de encontrar un nuevo interés en la vida fijándose una meta: la conquista de Ellenore. El "quiero ser amado" de Adolphe se ve recompensado. Ellenore acepta su trato y se entrega por fin entero. Adolphe la amaba: "Una mujer que se deja arrastrar por su corazón -escribe- posee, en ese instante, algo de enternecedor y de sagrado. No es el placer, no es la naturaleza, no son los sentidos los corruptores; es el cálculo al que nos acostumbra la sociedad y las reflexiones nacidas de la experiencia".
Tras la entrega amorosa, con sus dulces horas de felicidad, suceden los momentos de separación, los dispersos intereses del mundo, la inquietud y lo inestable del corazón humano que van doblegando arbitrariamente los deseos hasta convertir lo que era sagrado en testimonio de una atadura, de una lucha. Es la tragedia de la voluntad. Si la de Adolphe es la tragedia de la voluntad que sobrepasa su objeto, la de Ellenore es la de la pasión desmesurada, la del espanto de un corazón debilitado por la ausencia, la del proyecto utópico. "Adolphe" es un análisis profundo de una pasión, es un trasfondo amoroso y también es excelente literatura. La observación de las situaciones responde, más que a necesidades ficticias, al inmediato, al urgente ámbito de lo vivido. Si las observaciones de valor sicológico dicen mucho, no lo dicen todo, es muy elocuente lo que se calla. Más que una obra para "evocar" es una novela íntima para ser leída y releída, porque a la vuelta de una lectura, sin sobresaltos, queremos comprender un poca más, necesitamos una razón apaciguadora para esa perplejidad a la que nos lanza vertiginosamente su historia.