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LA MAGIA DE UN SEDUCTOR

En su paso por Bogotá, Mario Vargas Llosa concedió a SEMANA una entrevista sobre los puntos débiles y los puntos fuertes de su propia obra.

20 de diciembre de 1982

SEMANA: En general, los lectores que siguen su obra opinan que sus novelas son tan amenas, que atrapan como un vicio. Casi se podría decir que el lector crea "dependencia" frente a ella. ¿Cuál es su fórmula?
MARIO VARGAS LLOSA: Mire, lo que más me importa en una novela es la intriga novelesca. En esto soy bastante convencional; en la literatura contemporánea existe un poco la idea de que la clave está en las formas, en el uso particular del lenguaje, en las innovaciones estructurales. Yo, por el contrario, creo que la novela es fundamentalmente acción, intriga novelesca, anécdota. No es que desdeñe la forma, ni muchísimo menos, pero lo que me apasiona es lograr un engranaje que fascine al lector, que sea capaz de seducirlo, de mantenerlo a la expectativa. La búsqueda de esto, es un elemento tradicional de la ficción, es lo que caracteriza todas mis novelas, a pesar de que sus temas son muy diversos.
S.: En Pantaleón y las Visitadoras se produce un cambio brusco en su estilo, donde lo que más sorprende es la introducción del humor, elemento totalmente ausente de sus otras obras...
M.V.LL.: Sí, es más, yo había dicho alguna vez que nunca escribiría una novela con humor, porque creía que éste estaba reñido con la literatura realista. Pero ocurrió que en cierto viaje por la selva me encontré con que existía un "servicio de visitadoras" para los militares, y el tema me pareció sumamente sugerente. Empecé a fantasear en torno a cómo podría haber sido creado semejante servicio, a quién habría encomendado el Ejército para organizarlo, y empecé a escribir todo esto en serio, con la idea de que fuera como mis novelas anteriores. De pronto descubrí que contada en serio esa historia era totalmente inverosímil, porque era demasiado exagerada y truculenta. Entonces me di cuenta de que hay temas que sólo pueden ser tratados a través del humor, en tono de farsa. Después de que descubrí esto me divertí muchísimo escribiendo el libro, tanto que es el único que no me produjo angustia, las depresiones y los dolores de cabeza que me producen todos los demás. Me reía a carcajadas mientras escribía. Fue una experiencia totalmente rejuvenecedora para mí.
S.:En la Tía Julia y el Escribidor parece haber una cierta autocritica sobre sus novelas anteriores, su exceso de seriedad, su dosis de grandilocuencia. ¿No se burla usted un poco de la sofisticación formal de antes...? Las historias de Pedro Camacho se parecen, en versión irónica, a las del propio Vargas Llosa anterior...
M.V.LL.: Puede ser, en la Tía Julia hay cierta irreverencia con la propia vocación literaria. El trabajo de escritor está visto con mucho amor y mucha pasión, pero con un aire risueño. Creo que hay una autocrítica un poco inconsciente de mi propia vocación, de la manera como ésta se ha dado en mí. Incluso tal vez hay cierta autocrítica sobre la que he escrito, pero de ésta soy mucho menos consciente, no la premedité. La novela tiene, además, un elemento de melancolía, de ternura, hacia esa imagen del escritor que comienza, que en este caso es el joven Mario.
S.: ¿Cómo explica esa fascinación suya por lo truculento, por lo excesivo?
M.V.LL.: Siento una tremenda inclinación que me lleva hacia allá, aunque muchas veces quiera frenarla. Hay algo espontáneo pero muy profundo que me empuja hacia lo extremo, lo exagerado. Tengo una gran vocación por el melodrama, que seguramente me viene de las lecturas de la infancia, la literatura de aventuras que me fascinó cuando chico. Siempre reprimí esta tendencia, la frené, salvo en la última novela. La Guerra del Fin del Mundo, donde me saqué la camisa de fuerza y le dí rienda suelta a mi inclinación porque el tema lo permitía, más todavía, lo exigía.
S.: En la Casa Verde hay un personaje, Fushía, el japonés leproso, que es la encarnación misma de la truculencia. ¿Cómo surgió Fushía?
M.V.LL.: Está inspirado en alguien que existió realmente, y que vivió en la selva peruana en la región de la "casa verde". En el año 58 acompañé a una expedición mexicana de antropólogos a visitar tribus, y en todos los pueblitos donde llegábamos nos hablaban de este hombre. Contaban que tenía un harem, que vivía en lo alto del río Santiago y que tenía una pandilla con la que asaltaba las tribus, para robarse las pieles de los animales. Me fascinó la idea de un japonés metido allí en la selva con un ejército privado. Era una especie de señor medieval, de horca y cuchilla, en un país del siglo XX. Hasta ahí es histórico. De resto, todo el anecdotario es inventado en la novela. Yo quería conservar el nombre original, que era Tushia, pero no sé en qué momento se me convirtió en Fushía. En la vida real murió de viruela negra, pero yo lo hago morir de lepra. Ese aspecto del personaje me creó muchos problemas: la lepra es una enfermedad espantosa. Mi problema era cómo hacer para atenuar un poco el impacto de esa imagen terrible, y al final decidí no usar la palabra "lepra" ni una sola vez. Todo el contexto hace que el lector lea entre líneas.
S.:¿Con cuál de los personajes de su obra simpatiza Vargas Llosa?
M.V.LL.: Tal vez el personaje más humano es el del Teniente Gamboa, de La Ciudad y los Perros. Es un hombre honesto dentro de un mundo en el que la honestidad es casi imposible, y la única manera de sobrevivir es haciendo trampa. Pero él cree profundamente en su profesión, cree en las normas y trata de aplicarlas. Al final, desde luego, se estrella contra la realidad, y resulta siendo víctima de su propia probidad. Este personaje es un atisbo de Pantaleón, el de las "Visitadoras", es decir un fanático, un hombre que tiene una idea fija que, como no encaja en el mundo, recorta el mundo para que le cuadre su idea.
S.: "Conversación en la Catedral" parece ser la menos nítida de sus novelas. Tiene una lectura densa, que por momentos se traga al lector. ¿Por qué?
M.V.LL.: Esa novela también está basada en una experiencia personal. Quise describir un mundo que vive una experiencia política de determinado tipo, una dictadura con características muy especiales, porque fue más corrupta que sangrienta. Una dictadura que prefirió seducir, corromper e intrigar, matar. Esa corrupción inundó al país entero, y se reflejó en todos los aspectos de la vida peruana. La corrupción tenía la relación entre los amantes, entre los universitarios, entre los militantes. Era en definitiva un mundo muy torcido, muy sucio y oscuro, y yo busqué una forma que me pareció adecuada para expresarlo. La propia forma también era enrevesada, poco clara. Yo tenía la sensación de que si se narraba de una manera transparente el resultado iba a ser irresistible por demasiado lúgubre, por inhumano. También creo que en las cosas que he escrito hay una marcha hacia la claridad. Cuando uno es joven piensa que la obscuridad es una garantía de profundidad. Más tarde descubre que eso es mentira, que por el contrario, la obscuridad puede ser lá máscara del vacío. Lo más difícil en la literatura es encontrar la transparencia absoluta, la exactitud, la palabra justa.
S.: Quizá eso fue justamente lo que logró en La Guerra del Fin del Mundo...
M.V.LL.: Es algo que busque muy deliberadamente en esa novela. Desde un principio me di cuenta de que la propia historia que me servía de punto de partida era de por sí muy compleja, que tenía demasiados personajes, que se movía a muchos niveles. Si yo además le daba una complicación formal, el resultado iba a ser un laberinto, una novela esotérica. Entonces todo lo que tenía que hacer era tratar de encontrar la forma más transparente, y por eso seguí una línea que es un poco la de la novela de aventuras. Le di más o menos la estructura de una novela de aventuras.
S.: ¿No hay en su obra episodios menores, o personajes de segundo orden, que se quedaron de ese tamaño porque usted no los pudo desarrollar más?
M.V.LL.: Cuando termino mis novelas siempre siento una gran frustración, porque me doy cuenta de que hay muchas cosas que podría haber desarrollado, que hay una serie de ramas que han quedado truncas y que hubiera podido explorar. Para mí lo más fascinante que tiene la novela es que es un mundo que me cuesta mucho armar, que me cuesta más todavía poner en movimiento, pero que cuando consigo que empiece a moverse va creando sus propias fuerzas, se va completando por su propia dinámica. Cuando llego a ese punto, me da vértigo. Cuando logras seguir todas las líneas de acción que te abre una novela, empiezas indefectiblemente a conformar una historia total. Por eso yo creo que la idea de la novela está ligada a la idea de totalidad. En una novela uno trata de crear un mundo, y en ese mundo hay una especie de vocación hacia la totalidad. Es un mundo que busca ser completo, que quiere expresar toda la experiencia humana.