Home

Cultura

Artículo

LA MISERIA HUMANA

Geraldo Rivera, el nuevo fenómeno de la T.V. gringa, logra los más altos ratings a base de truculencia.

12 de diciembre de 1988

A Charles Manson, el gurú de la secta que asesinó a la actriz Sharon Tate y otras ocho personas en Los Angeles, le dijo en mitad de una entrevista por televisión: "Charlie, eres un perro genocida". Después, como se rumoraba que consumía cocaína, tomó y pasó un examen de drogas también frente a las cámaras. Otra noche, los televidentes norteamericanos le veían con curiosidad abrir el ataúd de Al Capone en pleno programa y no encontrar sino unas botellas viejas y polvo. En otra ocasión, se embarró hasta las orejas, luchando en vivo contra varias mujeres en el lodo. Hace varias semanas, durante el desarrollo de un programa especial sobre crímenes diabólicos, le preguntó al padre de una víctima: "¿Qué sintió usted al darse cuenta que su propio hijo había sido cortado en pedacitos y luego tirado a la basura?". Y en su última grabación sobre la supremacía blanca en este país, se armó la grande entre los invitados y le rompieron la nariz con una silla. Desconcertado y con el rostro lleno de sangre, Geraldo Rivera -así se llama el personaje- tomó el micrófono y pasó a un corte de comerciales.
El silletazo mandó a Geraldo al hospital y lo regresó a la primera página de las publicaciones norteamericanas, incluyendo una carátula de la revista Newsweek, donde se había comentado hace poco su aparición al desnudo en otro magazín, éste de carácter pornográfico. Todo en Rivera es así, según sus críticos, coherente y sucio. "Yo lo que soy es apasionado -dice él en su defensa- y trato, como he dicho siempre, de ver las historias al nivel que ellas ocurren. Por eso no me asusta tener que caer y ensuciarme". Una suciedad novedosa en televisión, que le representa lo que todos los programadores comerciales buscan: rating.
El programa del silletazo, que pasó el viernes 4, obtuvo el más alto índice de audiencia alcanzado alguna vez por un programa documental, superando incluso al de los crímenes de Satán, también producido por Rivera. "Le lleva 10 puntos de ventaja su más cercano competidor", dijo con satisfacción esta semana un director de programación de la NBC, la cadena que presenta el espacio.
Quienes critican a Rivera, los columnistas de los periódicos y quienes controlan las otras cadenas de televisión, explican que frente a la terrible competencia del cable y los videos de alquiler, algunos programadores han encontrado en el sensacionalismo una manera de dar la batalla. Y la audiencia está allí. Es la misma que devora con interés los vespertinos amarillos.
"Cuando tú tienes 50 millones de televidentes -dice Rivera- no tienes un club ni una audiencia cautiva, tienes un pueblo. ¿Acaso un puñado de críticos, que pertenecen a un pedacito de la sociedad norteamericana, tiene la razón mientras esos 50 millones se equivocan?" Pues es en nombre de ese pueblo que Geraldo Rivera, mezcla de reportero y animador, parece seguir dando con agrado su sangre y sus lágrimas en televisión. Sus colegas de Nueva York no olvidan su época de periodista para la ABC, cuando entraba con sus cámaras a los hospitales de enfermos mentales, describía su situación y se ponía a llorar con ellos. Entonces era un abogado recién graduado que entraba, mitad portorriqueño mitad israelí, a llenar un vacío étnico en el noticiero, y se había casado y separado ya de su segunda esposa Edith, la hija del famoso escritor Kurt Vonnegut. Geraldo estuvo 10 años en la ABC, pero se retiró de ella cuando el productor del programa 2020 (en el que también participa Barbara Walters) se negó a pasar un segmento suyo sobre la relación sentimental entre Marilyn Monroe y los hermanos Kennedy.
Nadie duda, de todas formas, que Geraldo Rivera haya inaugurado un estilo rentable en la televisión norteamericana. Hace dos años, para mencionar otro de sus shows, se disfrazó y participó al aire en un negocio callejero de drogas . "Mis críticos se rasgaban las vestiduras preguntando entonces que cómo era posible que yo mostrase a los policías entrando a la brava en las casas de la gente, y ahora, fíjense, todo el mundo lo hace".
Su último programa, el del silletazo, incluyó además de la polémica sobre el racismo, una exposición sobre la sexualidad en las comunidades religiosas y un recuento de la tragedia de Jonestown en la Guyana.
Rivera dice sentir cierto alivio cuando comprueba que golpea de veras el puritanismo aparente de algunos colegas y compatriotas. "Hipócritas -dice-. Durante la semana de elección presidencial, los de Newsweek no me dieron la portada porque yo era la noticia más importante, sino la más vendedora. No pesó en ellos el periodismo, sino la circulación". La diferencia entre este periodismo sensacional y el de Rivera radicaría, según su propia lógica, en que él lo ejerce a cada rato y, como ahora, lo reconoce.