Home

Cultura

Artículo

A R T E S    <NOBR>P L A S T I C A S</NOBR>    <NOBR></NOBR>

La musa maestra

Muestra retrospectiva de José Alejandro Restrepo en la Biblioteca Luis-Angel Arango.

Fernando Gomez
6 de agosto de 2001

Cuantos artistas colombianos contemporáneos pueden presumir de haber creado una ‘obra maestra’? ¿Cuántos pueden sacar de sus talleres una instalación, un video o el registro de un performance y exigir que haga parte de ‘la historia’? José Alejandro Restrepo puede hacerlo; su Musa paradisiaca, una de las obras que forman parte de su muestra retrospectiva en la Biblioteca Luis-Angel Arango, tiene que estar en los libros que se editen en 50 ó 100 años sobre lo mejor del arte colombiano en la última década del siglo XX.

Uno de los comentarios más repetitivos frente al arte contemporáneo es que pasan y pasan los años y el gran público no puede entender muy bien qué demonios es una instalación. No se acostumbran; extrañan los cuadros de Goya, extrañan las esculturas de Rodin; no pueden aceptar que una pantalla de video reemplace a una pintura y reciba el título de obra de arte. Musa paradisiaca es una obra maestra y es una instalación. Y casi toda exposición está hecha con este concepto: instalación y video, y un particular diálogo con la historia del país.

La muestra, titulada Trans historias, empieza con unos pequeños grabados del siglo XIX que registran la precariedad de los medios de transporte en Colombia; hay una acuarela que muestra una chalupa y varios indígenas atravesando un río caudaloso, hay negros semidesnudos en una selva chocoana, hay un grabado de Josef Anton Kocha titulado Paso del Quindío que presenta a un viajero blanco acomodado en la espalda de un indio que lo lleva en una silla. Frente a estos grabados entra el contraste de Restrepo. Hay tres pantallas de video, del mismo tamaño de los grabados, que muestran escenas contemporáneas que nos dicen que nada ha cambiado desde el siglo XIX.

A Luis Alejandro Restrepo le interesa explorar la visión de los viajeros europeos en sus excursiones a tierras americanas. En el segundo piso hay un salón oscuro que guarda dos fotografías. Una, es la de un indígena que deja entrever una gran sonrisa; la otra foto presenta a un explorador luciendo un vestido caqui y un sombrero de safari. Bajo las fotos hay un estante que guarda lo más representativo de los dos personajes. Del europeo se guardan sus anteojos redondos. Del indígena sus dientes. En la otra obra Restrepo rescata un grabado en el que aparecen media docena de indígenas tratando de matar con una lanza de varios metros de largo a un cocodrilo gigante. Junto al grabado hay dos textos, uno de Humboldt y otro de Hegel. El de Hegel dice: “América se ha mostrado y aún hoy se muestra física e intelectualmente impotente. Sus leones, tigres y cocodrilos, si bien se parecen a los homónimos del viejo continente, son en todo respecto más pequeños, más débiles y menos peligrosos”. Humboldt replica: “Yo renunciaría voluntariamente a la carne de vaca europea que Hegel en su ignorancia cree muy superior a la de vaca americana, y me gustaría vivir cerca de los delicados y débiles cocodrilos que por desgracia tienen 25 pies de longitud”. Restrepo, que no cree ni en Hegel ni en Humbolt, responde con una pared blanca de 25 pies de longitud. En cada extremo, a la altura del piso, hay un monitor. Uno de ellos presenta el ojo de un cocodrilo, en el otro extremo está la punta de la cola del animal.

Musa paradisiaca se ubica en un salón oscuro. Antes de entrar el espectador se topa con grabados y fotografías románticas, algunas eróticas, alrededor de la mata y el racimo de plátano. Adentro ese aparente mundo paradisiaco, esa ficción, se desfigura. Sólo hay racimos de plátano. El espectador se encuentra con su olor, con su presencia contundente y con el sonido de noticieros. Noticias de matanzas en Urabá. Noticias de Apartadó, de Chigorodó. En la parte de abajo de los racimos hay pequeños monitores que muestran esas imágenes que se reflejan en un espejo: imágenes de masacres, de hombres maniatados, imágenes de guerra. Musa paradisiaca, sin ningún complejo, puede estar al lado de La violencia, de Alejandro Obregón.