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La música de las horas: poemas

17 de septiembre de 2001

Por: Juan Felipe Robledo*

La música, siempre la música ha vivido en el sustrato de la poesía, es la poesía en su estancia más íntima. Hacerse uno con el sonido de las palabras, descubrir aquello que está oculto en el río profundo del tiempo y nos va consumiendo y nos va dando fuerza, al mismo tiempo, es uno de los poderosos pilares que le van abriendo espacio al buscador de joyas, de aquilatadas esencias que quiere ser un poeta.

El entusiasmo y la inteligencia, la alegría de estar vivo y el dolor de sabernos fugaces, la dicha de seguir buscando en la concreción del lenguaje aquello que nos define es el camino que pretendemos recorrer, y que nos abre el espacio a una verdad cercana y coloreada para que habitar los días no sea tan esmirriado y gris.

"La música de las horas" está dividida en siete secciones: ""Diario del sorprendido", "La prosa de los días", "El reino de la palabra", "El tiempo que nos queda", "El vino del mediodía", "El material de la memoria" y "Homenaje".

Allí, las dudas y vacilaciones ante un mundo que ofrece una cara dura e indescifrable; el tedio y la acumulación de momentos grises y difícilmente franqueables, pero capaces de obligarnos a dar lo mejor de nosotros mismos; el placer y sus distintos senderos, la memoria -ordenando y dándole sentido a la experiencia-, y la cercanía con aquellos artistas que han mostrado una manera de ser, el homenaje que

quiere hablar de ellos de manera decidida son los temas centrales que van tejiendo el libro.

El lenguaje que busca, las viejas palabras, el no detenido cauce del verso están ahí queriéndonos hablar al oído y abriendo los diques a una percepción que desea iluminar y darle alegría a nuestro habitar en el mundo.

* Ganador en el área de literatura. Subárea poesía.