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Markson, que falleció en 2010, publicó varias novelas experimentales, como ‘La amante de Wittgenstein’. ‘La soledad del lector’ es también un interesante juego literario.

LIBROS

La novela del lector

El estadounidense David Markson presenta una narración experimental escrita a partir de citas propias y ajenas que, a pesar de lo que podría parecer, no es fría ni pedante.

Luis Fernando Afanador
12 de enero de 2013

La soledad del lector
David Markson
La bestia equilátera, 2012
254 páginas

En una carta a Louise Colet, Flaubert le confesó que alguna vez le gustaría escribir un libro sobre nada, un libro sin ataduras externas que se sostuviese a sí mismo con la fuerza interna de su estilo, “como la tierra se sostiene en el aire”. Un libro sin argumento o con un argumento invisible. Pues bien, acabo de leer ese libro soñado por Flaubert: se llama La soledad del lector y lo escribió David Markson. 

La soledad del lector –su título original es The Reader´s Block- está hecho a partir de citas, propias y ajenas. Citas sobre arte, literatura y vida de escritores. Y también, valga decirlo, sobre su muerte: el suicidio es aquí un tema obsesivo. Entre tantas referencias y alusiones intelectuales, ¿puede surgir una novela? En una cita de la misma obra –que además es autorreferencial– podemos encontrar la respuesta: “Tengo un relato. Pero tendrás que forzarte por encontrarlo”. Sin prisa, entre cita y cita, irá surgiendo una historia probable. La de un “protagonista” que está enfermo y se ha ido a vivir a una casa junto a una playa; la de un “lector” que vive en la vieja casa de  un cementerio abandonado y observa a una mujer sin una pierna y de falda corta que se arrodilla ante una lápida. El “protagonista” y el “lector”,  pueden ser el mismo narrador, aunque puede ser usted, el que está leyendo esas páginas, atrapado en su escritura hipnótica y quien, con su imaginación, tiene que completar el casi inexistente argumento y los grandes interrogantes que dejan los “personajes”.

¿Quiénes son? ¿Qué buscan? ¿Cuál es su pasado? Aquí esas preguntas no parecen pertinentes: “¡Personaje! ¿Qué es un personaje? ¡Lo que importa es el tono!”. Los vacíos que ellos van dejando se convierten en una virtud: acrecientan nuestro protagonismo. No importa la trama, ni los personajes, solo el deseo de seguir leyendo hasta el final. Para justificarlo, por supuesto, el libro contiene la cita apropiada: “Supongo que debe haber dos clases de escritores: escritores que escriben historias y escritores que escriben escritura. Dijo Raymond Chandler”.

Un libro hecho de citas corre el peligro de convertirse en un libro pedante y frío. Este no lo es, al contrario, respira humanidad.  “Estoy envejeciendo. He estado en hospitales. ¿Hay cosas para poner por escrito?”. Detrás de tantas referencias y anécdotas que revelan una gran erudición, detrás de las borrosas en forma deliberada “máscaras del  personaje” y el “lector”, surge claramente un ser concreto. Un hombre viejo, escritor, que cercano a la muerte y con una enfermedad terminal, quiere saber cómo enfrentaron ese momento supremo otros artistas como él. Las reiteradas alusiones al suicidio adquieren, de repente, un sentido profundo. Han sido una suerte de mantra: “El lector es muy consciente de que tarde o temprano tendrá que decidirse entre el cementerio y la playa”. Se hacen cuestionamientos éticos. Por eso, otro tema reiterativo es el de los artistas que han sido antisemitas. La larga lista que nos suministra resulta sorprendente, como si fuera una tendencia en varias épocas. Sin embargo, no se queda en la simple enumeración: “Ningún sobreviviente pudo recordar nunca haber visto un solo pájaro volando cerca de los campos de concentración nazi”. 

¿Tiene importancia la vida sexual de un artista, sus relaciones de pareja? Muchas de las citas insisten en ese tópico. Parece mera trivialidad,  pero no lo es: “¿Violó o no Dostoievski a una joven en una casa de baños?”. El marxista y estructuralista –y maníaco-depresivo– Louis Althusser, gurú de los años setenta, pasó cuatro años en un hospital psiquiátrico después de estrangular a su mujer. La amante de Rousseau, Thérèse Levasseur, era una mucama de hotel analfabeta. Ella y Rousseau tuvieron cinco hijos, los cuales fueron dejados anónimamente en orfanatos.    

De los muchos libros leídos, al final, quedan unas cuantas citas que se mezclan con los recuerdos personales. Narración desordenada que encuentra su coherencia y su justificación siendo el resumen de una vida. Una novela heterodoxa, la novela del lector.