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La historia de amor entre Tristán e Isolda, representada por la Ópera de Hamburgo. | Foto: Copyright by brinkhoff/mögenburg

MÚSICA

Un estreno que hace historia

La Ópera de Hamburgo presenta su ‘Tristán e Isolda’ de Richard Wagner en el Teatro Mayor.

Emilio Sanmiguel
3 de octubre de 2016

La noche del 10 de junio de 1865, Hans von Bülow bajó al foso del Teatro de la Corte de Múnich para dirigir el estreno de Tristán e Isolda, de su ídolo Richard Wagner. Lo hizo en medio de las murmuraciones del público, porque era de todos sabido que la esposa de Von Bülow, Cosima, hija de Franz Liszt, exactamente dos meses antes, había dado a luz una niña, a la que bautizaron Isolde, como la protagonista del estreno, porque ¡era hija de Wagner y no de Von Bülow!

La actitud de los muniqueses no podría ser más hostil: el rey Ludwig II adoraba a Wagner y lo protegía, un lujo costosísimo que estaba afectando seriamente la economía del reino de Baviera, porque para satisfacer los gustos y las excentricidades del compositor no había fondos suficientes en el mundo. Sin embargo, esa noche cambió la historia de la música, pues el paso siguiente fue la atonalidad y su consecuencia la música moderna.

Fue el perfecto colofón de una historia que se inició en mayo de 1849, cuando el poderoso Liszt procuró a Wagner un pasaporte falso para fugarse de Alemania y evadir una orden de arresto por su protagonismo en las barricadas de Dresde. Wagner, como era su costumbre, la aprovechó para eludir las deudas acumuladas, se instaló en Zúrich y en apenas unos meses los tenderos de la ciudad no le permitían la entrada a sus negocios porque no pagaba.

Como siempre, ocurrió un milagro. Un rico y culto comerciante de seda, Otto

Wesendonck, se volvió su mecenas, canceló las deudas, le alquiló por un precio simbólico una casa de su propiedad ubicada exactamente al frente de su fabulosa villa de estilo italiano. Y Wagner, traidor, le retribuyó enamorándose de Mathilde, su hermosa y culta esposa, terminando así de amargarle la vida a su cónyuge, Minna Planer, a quien por celos obligó a dejar su profesión de actriz.

Hasta aquí las anécdotas. Porque justo en ese momento Wagner leyó El mundo como representación y voluntad de Arthur Schopenhauer, y descubrió que en la obra del filósofo alemán estaban todas las respuestas a sus preguntas existenciales, su visión pesimista del mundo, el afán vital siempre insatisfecho y, sobretodo, la negación consciente de la voluntad de vivir. Esa conjunción de circunstancias son el origen de Tristán e Isolda.

Que se alza en medio de la historia del melodrama como la ópera más importante y de más increíbles consecuencias en la historia de la música, porque la reflexión filosófica se traduce en la permanente inestabilidad de la tonalidad, que Wagner lleva al límite, inestabilidad que refleja lo que ocurre en el ánimo de los protagonistas, pero no se expresa en la acción ni en el drama mismo, pues en un rasgo de absoluta maestría la orquesta se encarga de entregar la realidad total, al elaborar un discurso paralelo que ilustra la verdad absoluta.

Colombia, como lo expresó Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor, no está preparada para producir una obra tan compleja y tampoco para permitirse el lujo de no haberla presentado antes.

La Ópera de Hamburgo, un teatro entre cuyos antecedentes están los nombres de Telemann, Händel y Mahler, está en Bogotá para dos presentaciones, martes 4 y viernes 7 de octubre, con la garantía de que quien ocupa el lugar del cornudo Von Büllow en el foso de la orquesta es uno de los más grandes directores del mundo, el norteamericano Kent Nagano. Porque para Tristán e Isolda no basta con la cuadratura entre el foso y el escenario, hay que seguir con cuidado la tercera dimensión que narra la orquesta.

Wagner era, como afirma Harold Schonberg, desleal, amoral, egoísta, racista, hedonista, pero, también un genio y Tristán e Isolda es la prueba irrefutable de ello.