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Sean Carroll es físico del Instituto Tecnológico de California, autor de varios libros y uno de los científicos más activos en la red.

LIBROS

La partícula de Dios

El físico Sean Cornell relata en este libro cómo fue el gran descubrimiento de la partícula el bosón de Higgs.

Luis Fernando Afanador
8 de marzo de 2014

La partícula al final del universo

Sean Carroll
Debate, 2013
277 páginas

El 4 de julio de 2012 fue una fecha muy especial para la ciencia. Cerca a Ginebra, en la frontera de Suiza con Francia, en un laboratorio donde se encuentra un sofisticado colisionador, se comprobó la existencia de una nueva partícula, el bosón de Higgs, ‘la partícula de Dios’, que permitirá conocer los secretos del universo. Se justificaba así un polémico proyecto que había costado 9.000 millones de dólares y había requerido de 6.000 investigadores. Un triunfo no solo para la física sino para toda la humanidad y una nueva etapa de esa búsqueda que había comenzado con los atomistas de la antigua Grecia hace 2.500 años.

¿Qué es el bosón de Higgs? Para Sean Carroll, el autor de este libro y físico teórico del Instituto Tecnológico de California, es una de las partículas fundamentales de la naturaleza. “Todas las cosas que existen en el universo visible, cuando se mueven en el espacio se desplazan a través del campo de Higgs, que siempre está ahí, en un discreto segundo plano”. Sin esta partícula, entre otras cosas, los electrones y los quarks no tendrían masa, la formación de átomos y moléculas sería imposible y, en general, la existencia de la vida tal y como la conocemos. “Sin él, el mundo sería un lugar completamente distinto. Y lo hemos encontrado”, dice Carroll.

Claro que en la física –advierte Carroll– sucede lo mismo que con la política o las estrellas de Hollywood: las teorías primero se elevan a un pedestal para luego despedazarlas mejor. “En física, uno no se hace famoso por demostrar que la teoría de otra persona es correcta, sino por poner en evidencia cuáles son sus fallos, o por proponer una mejor”. Cabe la posibilidad de que no se haya descubierto el bosón de Higgs sino una partícula muy parecida o algo todavía más complejo, que en todo caso se comporta del modo en que había sido descrito por la física teórica y por Peter Higgs, el primero en formular esta propuesta en 1964 y de quien toma su nombre. De lo que no cabe duda es de que se encontró una nueva partícula, una partícula especial que podría ser “el portal que conecte nuestro mundo con otro que se encuentra apenas fuera de nuestro alcance”. Porque hasta ahora, el modelo estándar de la física no había sido la respuesta definitiva: la materia oscura cartografiada por los astrónomos era la prueba de ello. 

En este libro, Carroll nos cuenta la historia de la partícula bosón de Higgs y cómo funciona el Gran Colisionador de Hadrones, donde se hizo el experimento. Por supuesto, con explicaciones básicas sobre la física de partículas, salpicada de anécdotas y ejemplos de una claridad meridiana: “Legoland se parece mucho al mundo real. En cualquier momento dado, el mundo que nos rodea contiene normalmente todo tipo de sustancias: madera, plástico, tejidos, cristal, aire, agua, cuerpos de seres vivos. Objetos de todo tipo, pero con propiedades muy diversas. Pero cuando las miramos más de cerca, descubrimos  que esas sustancias en realidad no son tan distintas entre sí. Son simplemente distintas maneras de organizar una pequeña cantidad de bloques fundamentales: las partículas elementales. Como los edificios de Legoland, las mesas, los coches y las personas son ejemplos de la asombrosa diversidad que se puede lograr a partir de un reducido número de piezas sencillas que pueden combinarse de diversas formas. El tamaño de un átomo es aproximadamente una billonésima parte del de una pieza de Lego, pero los principios son similares”. Sin embargo, hay que decirlo, por más que se esfuerce el autor, no es fácil reducir la complejidad de estos temas. La obra, por momentos, es densa. Pero Carroll lo intenta, los físicos saben que hay que convencer a los neófitos para que sigan financiado sus costosos proyectos. 

Cuando el premio nobel Steven Weinberg trataba de convencer a un congresista republicano de una partida presupuestal para un proyecto, este le preguntó: “¿Nos permitirá eso encontrar a Dios?”. Si es necesario, los físicos son capaces de hablar de ‘la partícula de Dios’, así no crean que Dios exista o tenga partículas preferidas.