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La película de Fuguet

Con la publicación de 'Las películas de mi vida', Alberto Fuguet demuestra que es uno de los narradores más lúcidos de Latinoamérica. SEMANA habló con él.

15 de febrero de 2004

Alberto Fuguet no quiere escribir sobre patriarcas, Marías Abdalas o coroneles que recuerdan ante el pelotón de fusilamiento la tarde remota en que su padre los llevó a conocer el hielo. Él quiere escribir sobre la gente que ve MTV latino, come en

McDonald's y alquila videos en Blockbuster. Sus relatos no se sitúan en casas llenas de espíritus ni en pueblos míticos habitados por muertos. Fuguet prefiere situarlos en Santiago, Buenos Aires o Los Angeles: ciudades reales y caóticas donde no hay espacio para la magia tropical.

Todo comenzó en 1996 cuando Fuguet era alumno del prestigioso taller internacional de escritores de la Universidad de Iowa (Estados Unidos). El chileno tenía 32 años y ya había publicado tres libros. En una clase de narrativa presentó un cuento y el profesor le dijo que no le parecía un buen texto porque no era "suficientemente latinoamericano". Según el maestro le faltaba un poco de realismo mágico. Fuguet se dio cuenta de que era hora de cambiar el rumbo de la literatura del continente. De lo contrario los lectores extranjeros seguirían con la imagen de una América Latina habitada por campesinos vestidos con poncho y sandalias que se dedicaban a sembrar maíz y a bailar cumbia.

Ahora, ocho años y seis libros después, Fuguet ha demostrado que tenía razón. No sólo se ha convertido en uno de los novelistas más exitosos del continente sino que ha impulsado a otros escritores a encontrar su propia voz.

Un largo adiós a Macondo

Pero no fue un camino fácil. Después de asistir al taller de Iowa Fuguet regresó a Chile y con su colega Sergio Gómez se dedicó a buscar en cada país de Latinoamérica escritores menores de 35 años que se hubieran liberado de las ataduras del realismo mágico. Fue así como nació McOndo, una antología de nuevos escritores que se despedían definitivamente de sus padres literarios y que escribían relatos más universales y acordes con la nueva cara de sus países. En el prólogo, llamado Bienvenidos al país de McOndo, Fuguet y Gómez invitaban a los lectores y a los escritores a abrir un nuevo espacio en las letras y aceptar un nuevo tipo de literatura. El texto hablaba de una generación de escritores que estaba harta de la política y del compromiso político y decía: "Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh". El lanzamiento del libro fue en un McDonald's en Santiago.

Las críticas en contra del prólogo aparecieron de inmediato. Académicos, periodistas y escritores dijeron que Fuguet no era más que un payaso que quería reconocimiento público. Algunos llegaron a decir que se había vendido a la cultura norteamericana y que era un escritor mediocre, producto de la globalización. Para ellos el chileno no tenía derecho a criticar a Gabo pues no le llegaba a los talones.

En respuesta Fuguet repitió hasta el cansancio que Gabo era su maestro y que nunca se hubiera atrevido a criticarlo: "McOndo fue un diagnóstico pop al estado de las cosas. Tanto a nivel literario como en otras disciplinas artísticas, pero también a nivel social. McOndo quería tomarle la temperatura a nuevo pulso, a una, digamos, nueva realidad latinoamericana que era, desde luego, más urbana y menos pura. No es un ataque contra Gabo pero sí quería dejar claro que no todo era realismo mágico, que nuestra realidad puede ser bizarra pero no mágica, y que los imitadores de Gabo estaban, en el fondo, ordeñando una vaca cuya leche ya estaba agria", le dijo el escritor a SEMANA desde su apartamento en Santiago. Agregó: "Hace un par de años estaba arrepentido. Pensaba: para qué me metí en esto, pues fue tan, tan malentendido, pero con el tiempo, la verdad es que siento, con toda humildad, que tenía la razón".

Fuguet se convirtió poco a poco en la nueva figura literaria del continente. Su primera novela, Mala onda, fue un éxito y vendió 40.000 ejemplares en su primera semana. En ella se confirmaba lo que ya había dicho en McOndo. La novela cuenta la historia de un joven que pertenece a una generación que se dedica al sexo, las discotecas y las drogas. Fuguet estaba hablando de una generación que ya no tenía sueños ni estaba comprometida políticamente, como en los 60, sino un tanto decadente y desencantada. "Hablé de los temas de siempre con otra mirada y otra estética y creo que, a diferencia de otros autores, tanto del pasado como contemporáneos, aposté más por crear personajes y por intentar emocionar a los que me leen", dice sobre Mala Onda. Sin embargo

advierte: "Esto no implica escribir a favor de esta realidad. Es simplemente hacerse cargo de la calle y de nuestros tiempos. En ese sentido, autores tan diversos como Antonio García, Santiago Gamboa y Fernando Vallejo son habitantes de McOndo. Los tres no están aquí para vender una Colombia coqueta y exótica".

Confesiones de un cinéfilo

La relación entre Fuguet y el cine ha sido muy fuerte. En efecto comenzó su carrera de periodista como crítico de cine en el diario El Mercurio, de Chile. Además en 1997 escribió el guión de la película El caso de Monserrat D'Amesti y en 2000 fue guionista y productor de la cinta Dos hermanos (En un lugar de la noche). Por eso no es raro que su última novela, Las películas de mi vida, sea una especie de autobiografía contada a través de una serie de cintas. De nuevo se trata de una reivindicación de la cultura pop y uno de sus máximos exponentes, el cine.

La novela cuenta la historia de Beltrán Soler, un chileno que en un momento de crisis se dedica a recordar su vida a través de las películas. Y aunque se trata de un personaje de ficción, es inevitable ver las coincidencias con Fuguet: ambos vivieron cuando niños en Los Angeles, aprendieron a hablar inglés, regresaron a Chile en su adolescencia y se educaron con películas baratas de los años 70. Pero Fuguet no se compromete: "Todas mis novelas son cercanas pero esta, en forma epidérmica al menos, coincide con ciertos hitos míos biográficos. Sin duda que es una novela personal. Eso es innegable". La diferencia más notable entre los dos es que Beltrán es sismólogo, una decisión que Fuguet justifica: "Estaba buscando una metáfora, una profesión intrínsecamente chilena, que me permitiera hablar de otras cosas al mismo tiempo. Los terremotos tienen que ver con golpes, hitos, fragilidad, historia, traumas, fisura; también era un lazo natural con California. Y, curiosamente, los terremotos tiene algo de cinematográfico pues se convierten en eventos y todos los involucrados comparten ese mismo recuerdo".

Pero, a diferencia de lo que muchos podrían pensar, no se trata de una lista de clásicos del cine o películas demasiado intelectuales: "Fui consciente en no irme por el lado de las 'grandes cintas de todos los tiempos'. El que diga que 'El Acorazado Potemkin' le cambió la vida miente. Uno llora con 'Dumbo' y se calienta con 'La laguna azul', no con Herzog o Pasolini". Porque para Fuguet el cine más allá de ser un arte es un elemento que está estrechamente ligado a la vida: "Yo creo que eso es el arte: un espejo donde te ves sin estar del todo preparado para verte".