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La pintura como iniciación sexual

La historia de un acercamiento personal al desnudo femenino en la pintura.

Luis Fernando Afanador
13 de octubre de 2003

Rafael Argullol
Una educacion sensorial
Fondo de Cultura Economica, 2002
197 paginas

Un muchacho de 13 años tiene a su alcance tres volúmenes encuadernados en piel verde. Se trata de Historia del arte, del maestro catalán Josep Pijoan. Vive bajo el régimen de Franco, una época oscura y represiva. Desde luego, no tiene una revista Playboy a su alcance y, mucho menos, las páginas pornográficas de Internet. Como la urgencia de sus recién descubiertos apetitos sexuales no dan espera y la sota de bastos le resulta insuficiente, no tiene más remedio que abrirlos. Allí no sólo va a encontrar una respuesta a sus deseos sino una maravillosa educación sensorial.

El muchacho se llama Rafael Argullol. Hoy es un respetado profesor de estética y teoría de las artes, con varios libros publicados. Pero a sus 56 años no ha olvidado al adolescente que fue. En un viaje a Pompeya, al visitar la Villa de los Misterios y ver el gran fresco dionisíaco que representa antiguas y enigmáticas ceremonias sexuales, tuvo un recuerdo. Le vino a la memoria, como una flecha invisible, esa misma imagen en color sepia. Eran las ilustraciones de los libros de Pijoan, publicados por la Editorial Salvat en 1923, que miraba en un viejo sillón de su casa y en las cuales descubrió con placer culposo inolvidables anatomías prohibidas.

Este libro es entonces un repaso del desnudo femenino en la pintura europea en compañía de dos personas: el adolescente asombrado y el erudito profesor. Posee, en consecuencia, una mirada subjetiva y otra analítica. En otras palabras: un libro sobre arte poco convencional y académico que al mezclar géneros y oscilar entre la confesión y el ensayo, nos recuerda que pasión y rigor nunca son excluyentes. Y eso es algo que suelen olvidar los maestros (por eso fracasan estruendosamente): en la base de todo conocimiento debe haber un gran interés personal. El adolescente observa La Venus dormida, de Giorgione. Le llama la atención aquel rostro inocente acompañado de "un cuerpo demoledor". La carne blanquísima que ocupa todo el espacio, la mano que cubre el pubis -un acto repetido en otros cuadros- pero aquí con mayor pudor e impudicia. Luego observa La venus de Urbino, de Tiziano, y siente que ésta es aun más audaz porque lo mira fijamente, como si la mirada directa de la mujer desnuda lo desnudara también a él. Trata de relacionar estas dos pinturas con El nacimiento de Venus, de Botticelli. Y ahí aparece, el profesor para explicarnos el contraste entre el erotismo de la pintura florentina y el de la veneciana. En la escuela florentina, el erotismo se encuentra envuelto en un aura de idealidad que oculta el anhelo de una belleza espiritual; la influencia platónica es clara. En cambio, en la escuela veneciana el erotismo es más franco, más apegado a la realidad cotidiana y con una "seguridad carnal" que desborda las justificaciones morales y filosóficas.

Así es un poco el tono del libro. Que contiene, además, algunas novedosas e interesantes tesis. Para Argullol toda la pintura europea es el fruto del reconocimiento de la carne inherente al cristianismo. La sola intervención de la fe judaica hubiera impedido un desarrollo semejante, al negar la imagen de la divinidad. "Cristo, al situar en medio del escenario el cuerpo sacrificado, es simultáneamente el origen del cristianismo y de la pintura europea". Desde la Baja Edad Media los artistas trataron de conciliar el culto clásico del cuerpo con la fe cristiana. Los pintores se sirvieron de los dioses paganos para desnudar la belleza del cuerpo que fingían desaprobar y de la cual eran secretos admiradores. Al mostrar los peligros del pecado se convirtieron paradójicamente en grandes tentadores para los incautos adolescentes cristianos.

La bailarina de Pompeya, Ariadna y la muchacha del espejo le dejaron a Argullol una perdurable educación sensorial. Por las diferencias históricas es difícil revivir tal experiencia en un joven de nuestros días. No obstante, para él -y para cualquiera- queda abierta una muy seductora posibilidad de acceder a la pintura.