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La ‘Traviata’ de Salzburgo

Es inevitable que esta 'Traviata' no le recuerde a la afición de Bogotá los años dorados de la Ópera de Colombia.

Emilio Sanmiguel
21 de octubre de 2006

Este DVD de Deustche Grammophon nos llega cuando aún flota en el ambiente el mal sabor que dejó la temporada de la Ópera de Colombia que acaba de concluir en el Teatro Colón con Don Giovanni, de Mozart, y La Traviata, de Verdi. Tirios y troyanos censuran la calidad de las producciones de la compañía colombiana, mientras el mundo en coro alaba esta Traviata del Festival de Salzburgo 2005.

Irónicamente, la dirige el alemán Willy Decker, que debutó en Bogotá en 1980 con La viuda alegre, de Franz Lehár, y un año más tarde creó la Turandot, de Puccini, la más fabulosa producción operística que haya visto Bogotá en toda su historia.

Durante esa época (1980-1986) Decker, y un puñado de alemanes -llegados al país por los buenos oficios de Francisco Vergara- protagonizaron, junto con los cantantes colombianos Sofía y Zorayda Salazar, Alejandro Ramírez, Carmiña Gallo, Francisco Vergara y Martha Senn, la 'época de oro' de la Ópera de Colombia. Algunos de esos figurones, que entonces apenas se iniciaban en el mundo lírico internacional, están en esta soberbia Traviata salzburguesa.

Escenografía y vestuario llevan la firma de Wolfgang Gussmann (Carmen de Bogotá 1985-86) y las luces son de Hans Toelstede, otro nombre familiar para la afición local por sus trabajos entre 1980 y 1986.

Además, en el rol de Germont está el barítono norteamericano Thomas Hampson, estrella de la temporada 1985 (Barbero de Rossini y Così fan tutte de Mozart). Sus apariciones en Bogotá fueron legendarias y ocurrieron poco antes de su estrellato internacional.

Una 'Traviata' sin oropeles

Independientemente de las casualidades con la ópera nacional, La Traviata de Salzburgo es una auténtica lección de creatividad y audacia. Decker se juega el pellejo ante uno de los públicos más exigentes, preparados y conocedores del mundo: el del Festival de Salzburgo.

Simplemente no se para en pelos. Concentra todo el interés en el drama de los protagonistas y trae la escena del siglo XIX a la actualidad. La escenografía no puede ser más sencilla: apenas un muro blanco de suave curva al fondo de la escena, las gloriosas luces de Toelstede. Prácticamente un solo traje para Violeta,

Alfredo y Germont, y un vestuario único para el coro y personajes secundarios que en escena se comportan como una muchedumbre anónima.

El experimento podría caer en la monotonía, ahí el riesgo que asume Decker. Pero eso no ocurre. Todo lo contrario.

Claro, dirán, la fórmula es muy sencilla: la propuesta del director es de una intensidad y verosimilitud admirable y, para completar, cuenta con tres de los mejores cantantes del mundo hoy.

Violetta, la Traviata, es Anna Netrebko. La famosa soprano rusa no puede cantar mejor, no puede ser mejor actriz y no puede ser más bella. Entre otras cosas, es modelo de Escada. A su lado, como Alfredo, el tenor del momento, el mexicano Rolando Villazón, con las cualidades artísticas para engrandecer un personaje que en otras manos suele resultar insustancial. Villazón parece estar llamado a ser el legítimo sucesor de Plácido Domingo, con una pequeña diferencia: su facilidad para escalar los agudos. Y como Germont, el ya mencionado Hampson, de quien alguien afirmó es uno de los cantantes de ópera más astutos y refinados.

Si a la fórmula se le agrega que la dirección musical es de Carlo Rizzi, que el coro es el de la Staatsoper vienesa y que la Orquesta es la Filarmónica de Viena, pues... las comparaciones con los deslucidos intentos de Bogotá resultan francamente odiosas.

Pero inevitables.