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LA ULTIMA SIEMPRE VIVA

El Palacio de Justicia es el tema del reciente montaje de El Local, donde el reto es recordar el suceso que menos quieren revivir los colombianos.

14 de noviembre de 1994

LA MEMORIA MAS que un proceso natural, es un ejercicio. Es selectiva. Se moldea a voluntad. Por esto el pasado es un ser vivo, que se transforma, al igual que el presente o el futuro. La Siempreviva, el último montaje del teatro El Local, se atreve a meterse en un momento histórico, el holocausto del Palacio de Justicia y jugar con su textura con personajes reales, hechos reales tejiéndolos en un argumento ficticio...jugando a recordar.
Siguiendo la conciencia colectiva, compulsiva y fragmentaria del cubrimiento radial de la toma, esta obra enfrenta el síndrome del 'Palacio de Justicia', un síndrome que refleja la incapacidad del país para digerir uno de los momentos más críticos de la historia nacional.
La solución de Miguel Torres, el director del grupo El Local, es dramatizar el hecho verídico de la desaparición de una joven de la cafetería, en un espacio sin escenografías de cartón, espesos maquillajes o voces grandilocuentes.
El patio empedrado de una casona de La Candelaria, una mesa de madera, un lavadero, un árbol, varias puertas y, sobre todo, un radio, crean la atmósfera realista de un inquilinato. Desde los corredores, los espectadores cubiertos por la oscuridad, se convierten en voyeur de una casa, de la que ninguna convención dramática los separa.
Con esta inquietante puesta en escena es posible lograr una identificación inmediata con la historia protagonizada por una familia típica, un tinterillo con ambiciones, un payaso de promociones, una mujer sensual, un vaguito de esquina y una joven estudiante de derecho, la víctima. Ese caldo de cultivo en el que fue posible que pasara lo que paso y como paso.
Poco a poco la casa va a ser involucrada en los hechos exteriores que primero llegan a cuentagotas por las noticias y que luego irrumpen con violencia al desaparecer Julieta. Después el tono narrativo se vuelve más subrealista y simbólico, tomando la perspectiva de la madre enloquecida: el espacio se llenará entonces de sus fantasmas. Y mientras la casa se va quedando vacía, mientras se van acabando las palabras, se llega a un clímax del silencio, donde el espectador tiene tiempo para traer a cuento sus propios recuerdos y terminar su propia reconstrucción.
El gran aporte de esta obra teatral es que sin darle la espalda a la realidad con montajes inspirados en Broadway, tampoco se asoma por las orillas de los insípidos panfletos.
La Siempreviva logra convertir una realidad cercana y vital en su materia prima, pero sin descuidar el aspecto estético. Las soluciones para condensar un país en un inquilinato, para meter en el micromundo las grandes tensiones exteriores, para crear una atmósfera y un espacio, y al mismo tiempo convertirlo en una gran pregunta, hacen de esta obra un excelente ejercicio de memoria colectiva que vale la pena intentar. -