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LA VIDA ES SUEÑO

De nuevo Eduardo Galeano sorprende a sus lectores con un libro lleno de humor y melancolía.

5 de marzo de 1990

Viñetas, recuerdos, pesadillas, sueños interrumpidos, memorias desechadas, inventario de desamores perdidos, poemas en prosa, diálogos con el espejo, caminatas silenciosas por las avenidas el exilio, leyendas, cuentos, confesiones impúdicas, confesiones recatadas: todo esto y mucho más contiene el nuevo libro, espléndido libro de Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos". Es eso, para que el lector se sienta contento y se emocione al comprobar que, a pesar de todo, alguien tan sensible como Galeano sigue vivo y capaz de reunir estos textos que se leen de una sola sentada y luego, uno a uno, comienzan a releerse para que la sorpresa se prolongue en un lenguaje que ya el autor había anticipado con los tres tomos de "Memoria del fuego": "Los nacimientos" en 1982, "Las caras y las máscaras" dos años después y "El siglo del veinte" en 1986.
Convertido en uno de los autores latinoamericanos más leídos y traducidos con sus revelaciones de "Las venas abiertas de América Latina" en 1971, siguiendo luego con "Vagabundo" en 1973, "La canción de nosotros" en 1975, "Días y noches de amor y de guerra" en 1978 y hace pocos meses con su antología de trabajos periodísticos reunida en "Nosotros decimos no", Galeano ha logrado el auténtico milagro de plantear denuncias feroces pero sin caer en el lenguaje panfletario y estéril, permitiendo que la ternura y la poesía permanezcan a su lado.
Hay un elemento común en estos textos. El humor negro. Una ferocidad que se burla a carcajadas de toda cuanto representa el ejercicio de la vida y la misma supervivencia en una tierra de nadie como América Latina. Galeano toma personajes cotidianos, que están a la vuelta de la esquina, como un cajero de banco o una muchacha que mira por una ventana o el pájaro que no resiste salir de la jaula en la que ha estado tanto tiempo o el fusilamiento de un coronel o los abrazos que Julio Cortázar le daba a los amigos o sus encuentros y diálogos con escritores y personajes conocidos, como lo que le responde Jose Coronel Urtecho cuando Galeano le confiesa que está preocupado porque, cuando escribe, se le notan enseguida sus broncas y sus amores: "No te preocupes. Así debe ser. Los que hacen de la objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano".
Ese humor negro y desesperada que le sirve al lector, aún al menos interesado por los dramas cotidianos de los latinoamericanos que logran sacar la cabeza por la última ventanita del cielo o del infierno, para comprender mejor este entorno tenso y angustiada que nos rodea, campea a todo lo largo y todo lo ancho del libro que tiene viñetas y marcos tipográficos, como si fuera del siglo pasado, como si fuera más bien un gesto hacia la nostalgia donde caben todos los muertos y todas las víctimas y todas las muchachas temblorosas de amor que Galeano, con una ternura que duele, va describiendo ante al asombrado lector.
En "Los sueños de Helena" Galeano cuenta así:
"Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados, pero Helena no podía soñarlos a todos, no había manera. Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba:
-Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.