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El vendedor de piratería Alejandro Toledo (Fernando Colunga) se reúne con su amigo ladrón Emilio López (Miguel Varoni) para dar un nuevo golpe

Ladrón que roba a ladrón

Una película de robos desde el punto de vista de un par de inmigrantes latinos maltratados en Estados Unidos de América. ** (Regular)

Ricardo Silva Romero
13 de septiembre de 2008

Titulo original: Ladrón que roba a ladrón.
Año de estreno: 2007.
Dirección: Joe Menéndez.
Actores: Fernando Colunga, Miguel Varoni, Julie Gonzalo, Óscar Torres, Gabriel Soto, Ivonne Montero, Saúl Lisazo, Sonya Smith.

Todo aquel que habla español ha oído alguna vez este dicho popular: “Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. Pues bien: esta modesta película de robos, que le agrega la mirada de los tristes latinos agringados a un género que en los últimos años ha dado producciones tan entretenidas como Héroes por azar (1992), Ronin (1998), Nueve reinas (2000), La estafa maestra (2003) o El plan perfecto (2006), le pone a su título puntos suspensivos (así: Ladrón que roba a ladrón…) para que desde el principio sepamos qué tipo de relato nos espera: una comedia de acción, protagonizada por un par de hampones idealistas que tendrán al público de su lado.

El primero, vendedor de películas piratas, es un mexicano llamado Alejandro Toledo. El segundo, un delincuente honorable, es un colombiano que responde al nombre de Emilio López. Entre los dos, viejos amigos unidos por una ética ladrona a la Robin Hood, han reunido a un grupo de inmigrantes que saben bien lo que es sentirse excluido, maltratado, extranjero para siempre en un país que promete mucho más de lo que cumple. Y se han puesto en la tarea de timar a un antipático presentador de televentas, al argentino Moctezuma Valdez, que merece todo lo malo que pueda pasarle porque ha hecho fortuna a punta de engañar a los latinos más pobres con menjurjes para adelgazar, la caída del pelo, el funcionamiento sexual, que no sirven de nada.

Ladrón que roba a ladrón, dirigida por el realizador de televisión Joe Menéndez, no es el desastre que podrían prever nuestros prejuicios. Pero resulta mucho más decorosa como denuncia social que como comedia de robos. Le sobra cursilería. Le hace falta algo de suspenso. Carece de héroes que le den la talla al villano. Le pesan seriamente sus galanes bronceados en cámaras para galanes de telenovela. Y le cuesta recobrarse de ciertas secuencias de serie de televisión. Y sin embargo, en medio de una cadena de chistes que no dan siempre en el blanco, muestra al latinoamericano en Estados Unidos como un ser decepcionado que se parte el alma en trabajos mal pagos, que aspira en vano a ser aceptado en “la tierra de los hombres libres”, que no le hace mal a nadie que no le haga mal a él.

Verla como la versión latina de Ocean’s eleven (2001) puede convertirla en una experiencia decepcionante. Pero verla como una sátira que desmonta estereotipos, que se vale de un género probado para decir un par de cosas sobre la inmigración, que reivindica a la gente de habla hispana que se ha ido a sufrir a Norteamérica, que por poco se da el lujo de criticar el arribismo de esos latinos que viven como gringos (verla como una sátira valiente así sus aspiraciones estén muy por debajo de sus logros), puede hacerla al menos llevadera.