Home

Cultura

Artículo

Emma Reyes le contó a su amigo Germán Arciniegas en 23 cartas cómo fue su infancia.

LIBROS

Las cartas de Emma

La pintora colombiana Emma Reyes le contó a Germán Arciniegas, por vía epistolar, la historia fascinante de su infancia.

Luis Fernando Afanador
8 de septiembre de 2012

Memoria por correspondencia
Emma Reyes
Laguna Libros, 2012
189 páginas

Las personas son como los pueblos: para existir necesitan mitos de fundación. ¿De dónde vengo? ¿Quiénes me engendraron? ¿Cuándo empecé yo a ser yo? ¿Cuál es mi historia familiar? La sorprendente vida de Emma Reyes empieza a rodar a los 4 años sin responder a ninguna de esas preguntas básicas, sin saber quién es ella, quiénes son sus padres, por qué está ahí arrojada en el mundo, con esa señora María, con esos niños, hacinada en una pieza muy pequeña, sin ventanas, sin baño, junto a un muladar, y con la obligación diaria de realizar tareas nauseabundas. Un relato puede comenzar in media res, pero ¿una vida? Desde luego que sí, nos responde Emma Reyes en esta narración extraordinaria.

La duda sobre el origen de Emma permanecerá a lo largo del libro. ¿Quién es el padre? ¿Esa señora que vive con ellos es su madre? Podría ser como no ser: "La señora de cabello largo se llamaba María. Era muy joven, alta y delgada: nunca nos habló de su familia ni de su vida, nuestras relaciones con ella se limitaban a seguir sus órdenes sin protestar ni preguntar por qué. Era dura y muy severa". Con Emma vive otra niña un poco mayor, Helena, quien parece ser su hermana y a quien María claramente le manifiesta su preferencia, y Eduardo, un niño que parece ser el hijo de un político muy importante "que tal vez va a ser presidente de la República", a quien un buen día, sin explicaciones, se lo llevarán a un internado en Tunja. En ese cuartucho del barrio San Cristóbal de Bogotá, a comienzos del siglo XX, todo ocurre de manera arbitraria. La señora María puede dejarlos encerrados varios días con poca comida o aparecer intempestivamente con ropa nueva a decirles que se van de viaje. Ante la incertidumbre de no tener ni siquiera apellido y cuando el abandono total se convierta en un hecho, las niñas decidirán fundar su genealogía sobre una ficción: "De pronto sentí la voz de Helena que me pareció fortísima y decía: yo me llamo Helena Reyes y mi hermanita se llama Emma Reyes". Oficialmente sus vidas empiezan en un convento y ninguna de las dos traicionará ese secreto.

Hasta que muchos años después, en el Paris de 1969, Emma Reyes convertida ya en una artista plástica y protectora de los pintores colombianos —se la puede ver con Fernando Botero o posando para el único retrato de mujer de Luis Caballero— decide contarle a su amigo Germán Arciniegas a través de 23 cartas, cómo fue su infancia. El detonante de los recuerdos es el plebiscito de los franceses en contra del general De Gaulle: "Todavía las fricciones de la emoción que nos produjo la noticia curiosamente me trajo a la mente el recuerdo más lejano que guardo de mi infancia".

Al leer estas cartas que por fortuna conservó la familia de Germán Arciniegas, surgen varios interrogantes. ¿Cómo permaneció inédita durante tanto tiempo semejante escritora? ¿Cómo hizo Emma Reyes para no sucumbir ante la adversidad? Cuentan que Germán Arciniegas, no obstante el pacto de confidencialidad con Emma, no pudo ceder a la tentación de mostrárselas a Gabriel García Márquez quien llamó a felicitarla —ella también era conocida suya— lo que provocó su rabia y su silencio. Eso explica una interrupción de varios años en la correspondencia. No obstante su desencanto, Emma no podía dejar de contar su vida. Tenía consigo misma el compromiso de entender lo inexplicable. La mujer adulta regresa a su infancia y le parece insólito lo que le ha ocurrido. Que aquella niña maltratada, humillada, encerrada, indefensa, haya podido no sólo convertirse en artista sino forjar una personalidad (por cierto bastante carismática según lo certifica mucha gente que la conoció). Creo que ahí reside el secreto de su talentosa escritura. Una historia que bien podría haber caído en la autocompasión y el miserabilismo se vuelve fascinante. Tanto el sufrimiento y la soledad —que abundan— como la alegría —muy escasa— son parte de lo mismo: de la vida vista siempre como algo fantástico. Pese a todo, a Emma Reyes nada parece desencantarla, el mundo la ha hechizado.