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Las celebridades también son seres humanos

Esta semana sale al mercado 'Nunca es fácil ser una celebridad', un libro del periodista Felipe Restrepo.

Leila Guerriero
3 de abril de 2013

SEMANA publica el prólogo que escribió la respetada cronista argentina Leila Guerriero.

Entrevistar a celebridades no es un trabajo fácil. Pero, además, puede ser un trabajo malo para la salud. Implica hacer cientos de llamadas telefónicas y escuchar, una y otra vez, la misma palabra (“no, no, no, no, no”); permanecer decenas de horas en decenas de sets de filmación (o en salas de prensa desangeladas) bebiendo ríos de café instantáneo y comiendo montañas de sandwiches de salmón ahumado que, finalmente, saben a polipropileno; y someter la autoestima, la paciencia y el temple a la más corrosiva de todas las sustancias: el ego inflamado de los otros.

El periodista norteamericano Rex Reed, en ¿Duerme usted desnuda?, relata así su encuentro con Ava Gardner, que se produjo en una habitación del hotel Regency, de Nueva York: “La lluvia helada golpea las ventanas y acribilla Park Avenue mientras Ava Gardner anda majestuosamente en su rosada jaula leche malta cual elegante leopardo (...) temblando como un pájaro nervioso, el agente de prensa dice algo en castellano a la criada española.

“Diablos, he pasado diez años allí y aún no soy capaz de hablar ese dichoso idioma”, gruñe Ava despidiéndose con un movimiento de los largos brazos de porcelana de Ava. “¡Fuera! No necesito agentes de prensa” (...) El agente hace un gesto afirmativo con la cabeza mientras se dirige hacia la puerta. “¿Podemos hacer algo más por usted mientras permanece en la ciudad?” “Sólo sacarme de la ciudad, pequeño. Sólo sacarme de aquí”. El agente se aleja silenciosamente, caminando por la alfombra como si pisara rosas de cristal con zapatos de claqué (...)”. Luego, dirigiéndose a Rex Reed, Ava Gardner ruge: “Bebes, ¿verdad, pequeño? El último maricón que vino a entrevistarme tenía gota y no quiso probar trago”.

Pero Rex Reed tuvo mucha suerte.

No sólo permaneció un buen rato en el cuarto de Ava Gardner, sino que tuvo el privilegio de ser vapuleado por los arrebatos egomaníacos de esa fuerza de la naturaleza en el ascensor del hotel, y luego en un bar, y luego en las calles de Nueva York, hasta verla alejarse, horas después, en un taxi bajo la lluvia. Ahora, en 2013, Ava Gardner le hubiera dado diez minutos de su tiempo y lo hubiera tratado con una hueca combinación de hartazgo, displicencia o amabilidad, dependiendo de la cantidad de ira, hambre o desánimo que hubiera acumulado, a la hora en que le tocara recibirlo, en una de esas interminables ruedas de prensa a las que los periodistas llegan sudando de nervios y de la que salen espeluznados al comprobar que la celebridad estaba demasiado harta de que le preguntaran siempre lo mismo (o demasiado agotada como para reaccionar bien ante una pregunta incómoda que, al menos, era una pregunta diferente).

El arte de entrevistar celebridades se ha transformado en una eyaculación rápida que debe llevarse a cabo satisfactoriamente en diez o quince minutos, en una habitación con atmósfera controlada y reglas fijas: no hablar de tales temas, hablar de tales otros. Las celebridades son gente cuyo oficio consiste, en buena parte, en no dejarse alcanzar, y algo del fulgor que irradian reside en esa capacidad de ser inalcanzables. Pero, si siempre hubo una cuota de inaccesibilidad necesaria, en los años que corren agentes de prensa, representantes, managers, asistentes, secretarias, vestuaristas y peluqueros parecen estar al servicio de interponer, entre el entrevistador y el entrevistado (actores, escritores, músicos, políticos y, por supuestísimo, cocineros), un muro de dificultades y contribuir, de paso, a la formación del mito de que la celebridad en cuestión es una persona caprichosa, feroz, antipática, parca, que vive montada en una ola de apuro, glamour, trufas y perfume francés.

El editor y periodista colombiano Felipe Restrepo se ha hecho el favor de lograr dos cosas: la primera, tener el tesón y la sabiduría de insistir hasta lograr lo que quiere (la entrevista con la celebridad); la segunda, no creer en lo que, de esas celebridades, le cuentan sus representantes, y mantenerse entonces firmemente anclado a la idea de que, detrás de toda celebridad, hay un ser humano. Así, Restrepo no se encuentra con una estrella de Hollywood sino con un hombre que tiene hambre (en el caso de Clint Eastwood), ni con un “misógino, racista, homofóbico y excéntrico” sino con “un hombre atormentado que no podría hacerle daño a nadie” (en el caso del escritor francés Michel Houellebecq).

Es probable que, para lograr esa mirada serena que recorre su trabajo, haya sido de mucha ayuda su experiencia con la primera entrevistada célebre que le tocó en suerte: Susan Sontag. La editora de Sontag le había infundido a Restrepo (que era por entonces un periodista casi sin experiencia) dosis estrafalarias de pánico, advirtiéndole que la ensayista norteamericana tenía una personalidad irascible y difícil. Pero, a la hora de la entrevista, Restrepo no se topó con una gorgona sino con una mujer amable y encantadora, dispuesta a responder a todas sus preguntas. Quizás fue ese susto primigenio el que le dio la calma y la presencia de ánimo necesarias para, años después, sentarse ante Tim Burton, Peter Greenaway, Ferrán Adrià, Gael García Bernal, Íngrid Betancourt, Alejandro González Iñárritu o Spencer Tunick y, simplemente, conversar.

“Durante meses —a veces años— uno busca a una persona que no tiene muchas ganas de ser encontrada —escribe Restrepo en la nota preliminar de este libro—. Después de insistir hasta convertirse en un ser detestable y de hablar con intermediarios poco amistosos —y si tiene mucha suerte— el personaje accede a hablar. Por lo general acepta hacerlo por pocos minutos y, desafortunadamente, por teléfono, pues se encuentra en alguna locación exótica (...). Otras veces, he tenido la suerte de ir a buscarlos en su hábitat natural. Calculo que he recorrido unos 80.000 kilómetros (...) para hacer entrevistas. Y todas, sin excepción, han sido sorprendentes”.

Y resultan sorprendentes también para el lector, porque Restrepo logra darle, a aquello que no parece contar con ningún chance de tenerlo, espesor: suple el poco tiempo que le otorgan para realizar algunas entrevistas con una investigación previa demoledora; identifica, en medio de la charla, el hilo de un narración oculta y lo despliega a lo largo del texto; utiliza las respuestas de sus entrevistados para echar luz sobre su vida y su obra, y sólo en apariencia se somete a las reglas que las celebridades imponen, porque no los entrevista como un periodista de celebridades —dejándose cegar por el glamour engañoso de estrellas del cine, de la música, de la política, de la fotografía, de la cocina—, sino como alguien que conoce su oficio.

Restrepo exprime las ruedas de prensa, le saca el jugo a las sesiones fotográficas, y se dedica no sólo a preguntar sino a contemplar lo periférico, lo que sucede allí donde todos podrían pensar que no sucede nada. Conversa, mira, y, después, piensa, lee, compara, resta, suma, recuerda, recorta, ilumina, concluye y, con una prosa clara como un cielo sin nubes, segura como la bota de un montañista, escribe.

Y así es como Felipe Restrepo logra cazar gente que no quiere ser cazada.