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LAS NOTAS DE LA NOSTALGIA

Muerto Harry James, no hay más remedio que echar 40 años atrás en el recuerdo

22 de agosto de 1983

Problema para filósofos: ¿la nostalgia será otra toma de conciencia? ¿Podría ser la metafísica del recuerdo? Pero no se trata de posar de pequeño filósofo sino de concretar las cantidades de nostalgias pagadas a la música popular en general y a la norteamericana en particular. Se conocen personas que se conmueven hasta las lágrimas oyendo cualquiera de los populares temas de la banda de Glenn Miller, que ambientaron tempranos amores allá a principios de los 40. Y detrás de Glenn Miller debe reconocerse que seguía Harry James, bailado furiosamente por la generación de futuros jóvenes soldados de la Segunda Guerra Mundial que giraban al compás de melodías que fueron tan populares como "El Manicero", los boleros de Agustín Lara o los tangos de Gardel, a nivel latinoamericano. Imposible, a menos de ser uno de esos malvados que se olvidan de todo, no recordar "Chiribiribi" o "El vuelo del moscardón", o algo por el estilo de "You made me love you", "My silent love" y demás temas con conjugación del verbo "love", especiales para que las parejitas de hace más de 40 años cayeran en trances sentimentales muy de época, completamente desconocidos en los últimos 20 años de acuerdo con serios estudios de sicología adolescente.
Cualquier diccionario de Jazz informa que Harry Haag James nació en Albany, Georgia, en 1916, que aprendió a tocar la trompeta con su padre y que a los 14 ganó un concurso de trompetistas en Texas. Lo que no dice el diccionario es que su adolescencia le llegó en el momento de las "big bands", de las bandas de baile de muchos músicos y que presionado por la habilidad en su instrumento, la comercializó como todo gringo respetable con su respectivo oficio. Si por capricho se atrasara su nacimiento a 1906, es posible que en vez de ser el famoso trompetista de baile que fue, hacia los 1920 se hubiera contentado con ser algo por el estilo de Bix Beiderbecke, el mejor de los cornetistas blancos. Esto no quiere decir que Harry James fuera extraño a buenas influencias: Louis Armstrong en sus principios y Muggsy Spanier, cornetista de Chicago, para luego admirar a Harry Edison, trompetista sospechoso por sus vínculos con el "boop" y "cool", ruidos instrumentales que nada tenían que ver ante un básico "melody man" como James. De músico de atril figuró en la indispensable banda de Benny Goodman, 1937-39, antes en la de Ben Pollack, y en 1939 en su propia banda de gran éxito, de esas especiales para Las Vegas y California.
En sus buenos momentos, su banda sonaba a conjunto de Jazz, pero nunca por los lados de los grandes Duke Ellington o Count Basie, sino en aproximaciones a Benny Goodman, la banda tipo "swing" de gran éxito en los 30 y 40 por sus intenciones estrictamente bailables. Pero en sus malos momentos resultaba desagradable su indigesta combinación de música más o menos sentimental con sus acrobacias a cargo de la trompeta, instrumento básico del Jazz. Es posible que haya oyentes y bailarines de oído tan duro que puedan soportar, sin sentirse agredidos, esas escalas digitadas a toda velocidad o esos agudos rompetímpanos tan característicos de algunos trompetistas que suplen el buen sonido, propio a su instrumento, por los efectos más acrobáticos posibles, que niegan los más elementales principios de fondo y forma del Jazz. Sin hablar de sus incursiones por los lados clásicos, deplorable ejemplo: "El vuelo del moscardón" del que hizo víctima al inocente Rimsky-Korsakov.
No se sabe si por presiones personales se oye la banda de Harry James envejecida, aún más que Glenn Miller y Benny Goodman. Pero también es posible que ese defecto sea cualidad a la hora de su emplazamiento nostálgico, y de eso se trata. De sus discos de los 40 y 50 se desprende cierto encanto particular que poco tiene que ver con los defectos inherentes a la banda que nunca resistió un análisis serio de sus limitaciones. Pero ahora no puede descubrirse la pólvora asegurando que la banda fue una de las más famosas, de más discos vendidos, del mediocre "swing" norteamericano. Más bien, repasar a Harry James en algunas grabaciones, las más bailables, quizás cerrar los ojos y por el estímulo de su música, "Sleepy lagoon", "I cried for you", etc, entregarse al inofensivo placer de recordar con cuál de las niñas tobilleras de hace ya tantos años, se bailaban estas tiernas melodías en las "fiestecitas" (que no "rumbas"), de los sábados y domingos por la tarde frente a la sonora ortofónica familiar. Entonces Harry James adquiere una referencia afectuosa y sin trascendencias, generacional; jóvenes, muchachas en flor, ya adultos en 1950, cuando esa música ha quedado atrás con tantas otras experiencias tan gratas como la de bailar al ritmo de la banda de Harry James.