Home

Cultura

Artículo

LIBROS

Las velas ardieron hasta el final

El redescubierto escritor húngaro Sándor Márai hace una profunda reflexión sobre la amistad y la traición en su novela 'El último encuentro'

Luis Fernando Afanador
25 de julio de 2004

El último encuentro
Sándor Márai
Salamandra, 2004
207 páginas

El mundo no necesita la literatura húngara", escribió desolado Sándor Márai en su diario en 1949. Y tenía razón en decirlo. Había nacido en Kassa, un pueblo que sucesivamente perteneció al imperio austríaco, a Hungría, a Checoslovaquia, y hoy hace parte de Eslovaquia. Padeció las dos guerras mundiales, la invasión soviética y luego el exilio: tuvo que emigrar a Estados Unidos cuando el régimen de Horthy prohibió sus obras. Allí, en 1989 -solo, pobre y enfermó- se suicidó en San Diego, California, creyendo ser hasta el final el escritor de unos lectores fantasmas y de una lengua inexistente.

Si hubiera vivido un poco más habría alcanzado a ver con sus propios ojos dos hechos para él increíbles: la caída del comunismo y el inusitado fervor por sus libros no sólo en su país sino en Italia, Alemania, Inglaterra y España. Márai se ha convertido al cabo de unos pocos años "en el talismán" de la nueva y democrática Hungría y en uno de los grandes nombres de la rica literatura centroeuropea.

El último encuentro (Las velas ardieron hasta el final, en el original húngaro), escrita en 1942, es una de las novelas más celebradas en la actual revaloración de su obra, de la que también se destacan Divorcio en Buda, La herencia de Eszter y La amante de Bolzano. "La moda puede ser cambiante, pero el genio perdurará".

La trama de El último encuentro es bastante sencilla. En su castillo al pie de Cárpatos, Henrik, un antiguo general del imperio austro-húngaro, recibe una carta en la que le anuncian una visita. Se trata de Konrád, un viejo amigo al que no ve hace 41 años -el general tiene ahora 75-. Cenarán y conversarán hasta el amanecer del día siguiente. Apenas unas cuantas horas, un breve lapso que, sin embargo, será suficiente para reconstruir un mundo, varias vidas, y mantener al lector en vilo hasta el final.

La narración está centrada en el presente pero, para hacer ese presente más intenso, volverá permanentemente al pasado. Cada hecho, cada recuerdo, cada nueva información cumple la función de hacer más expectante el encuentro de los dos amigos. Henrik era hijo de un guardia del emperador y de una aristócrata francesa. Un niño mimado por la vida que alcanzó a vivir la unidad y el último esplendor del imperio austro-húngaro ("Viena era como una gran familia"). Fue educado en los valores del honor, la amistad y la austeridad. Y en la disciplina de actividades rudas: la caza, el oficio de soldado. En la Academia Militar -lugar de encuentro de las distintas clases sociales y nacionalidades del Imperio- conoció a Konrád, un muchacho brillante y amante de la música, quien venía de una familia muy pobre de Galitzia. No obstante las hondas diferencias de todo tipo, surgirá en ellos una sólida amistad: "Pasaron cuatro días en la ciudad. Cuando partieron, sintieron por primera vez que algo había ocurrido entre los dos. Como si uno de los dos le debiera algo al otro".

La amistad entre los dos se hará extensiva a Krisztina, la esposa de Henrik. Pero un día, sin ninguna explicación, Konrád los abandona; huye del país sin dejar ningún rastro. De alguna manera, la decadencia y la desesperanza en que queda sumido Henrik tiene relación directa con la partida intempestiva de su amigo -Krisztina moriría ocho años después-. Por eso ha esperado su regreso durante 41 largos años: con ansiedad, con rencor, con deseos de venganza. Sí, desde luego, hay una historia de traición en el centro de este drama y develarla gradualmente es un acierto de la narración. Aunque el asunto es más complejo y más interesante. Más que el esclarecimiento de unos hechos -limitados y anecdóticos-, lo que busca Henrik en "su último encuentro" es tratar de descubrir para sí mismo las grandes verdades de su corazón. ¿Qué significó para él el amor, la amistad, la lealtad? ¿Cuál fue, finalmente, el sentido de su vida? Esas pocas preguntas que vale la pena hacerse antes de la muerte.