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Le Havre

El encuentro de un embolador con un niño refugiado de Ghana es el punto de partida de esta peculiar reflexión sobre la solidaridad.

Manuel Kalmanovitz G.
30 de junio de 2012

Título original: Le Havre
Año de estreno: 2011
Dirección: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki
Actores: André Wilms, Blondin Miguel, Kati Outinen y Jean-Pierre Darroussin

EL estilo de Aki Kaurismäki no es muy común y, como cualquier cosa poco común, puede ser difícil de procesar cuando se ve por primera vez. Pero la extrañeza es superable, basta darle un tiempo y aclimatarse para que dé sus gratificaciones.

Entre las particularidades de su estilo están planos largos, muy bien diseñados, que continúan un par de segundos después de que la acción ha terminado; también actores que dicen sus líneas como si pensaran en otras cosas mientras las recitan, y muchos rostros arrugados, elegantes, desgarbados. Sus bandas sonoras también son peculiares y pertenecen a un universo musical donde conviven tangos, canción francesa de los treinta, música balcánica y rock de garaje.

Pero es un mundo que puede ser muy cálido y acogedor, como se ve en Le Havre (en otras películas puede ser muy deprimente). El protagonista es uno de sus hombres, todo arrugado y masivo, un barril de tipo, que trabaja de embetunador en el puerto francés que le da el título a la película.

Su vida transcurre entre la estación de tren, las calles de la ciudad (de donde el dependiente de una zapatería lo echa llamándolo "terrorista"), la casa que comparte con su esposa y con Laica, una perra vivaracha, y las tiendas de su barrio: un bar, una panadería y una tienda de víveres.

Este mundo da la sensación de ser irreal y de ser, también, un universo cerrado, completo en sí mismo. Es una irrealidad cálida coloreada de azul persa y de amarillo quemado, que es el color de su chaqueta. No hay casi celulares en este mundo (el único que aparece está en manos de lo más cercano a un villano), ni computadores, ni restaurantes con televisores mostrando partidos de fútbol.

Lo que sí hay es relaciones humanas y un robusto sentimiento de solidaridad y esperanza. El mundo cerrado se rompe por dos partes: de un lado, su esposa se enferma y debe ir a una clínica, y, de otro, aparece un niño de Ghana, escapado de un container que iba rumbo a Londres a encontrarse con su madre y que necesita ayuda.

Ahí vemos a este mundo abrirse y acoger al pequeño refugiado. Los azules y amarillos también lo rodean a él, afianzando la idea de que los lazos de cariño y solidaridad que unen a la gente son más fuertes que la desconfianza o el odio (con excepción del villano del celular).

Hay también un policía, que existe por fuera del tejido que conforma este pequeño mundo, a quien le encargan la tarea de encontrar y capturar al pequeño inmigrante fugado. "El lado oscuro de mi trabajo es que la gente no nos quiere", le dice resignado al embolador.

La sensación que deja esta película es extraña, es una melancolía alegre -o una alegría melancólica, si prefieren-. Es esperanzadora sin ser manipuladora y eso, como decía al comienzo, es una gratificación poco común. Advertía también sobre el estilo de Kaurismäki, pero quizás no haya necesidad. Porque es posible que sean justamente sus particularidades, esa mezcla inesparada de distancia y calidez, lo que le permite eso: conmover sin manosear.