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Letras dulces, vida amarga

La dura vida del poeta italiano Giacomo Leopardi y su maravillosa obra, en una biografía de Antonio Colinas.

3 de abril de 1989

Hay un lado interno y un lado externo en todo autor. En el lado interno está la fuente de la que brota su creación y en el externo los hechos, circunstancias y sentimientos que conforman su vida, lo que nos es dado a conocer desde afuera.
De un dominio a otro, las biografías literarias definen, por su tono o su forma, su interés, ya basadas en un aspecto o en el otro. Pero como algunos biógrafos de escritores famosos, al considerar vida y creación dentro de la esfera única de la existencia, se han visto impulsados a indagar en la vida exterior, buscan entonces los caminos por los que se llega a comprender la obra del creador.
Antonio Colinas elige este método y resuelve así los difíciles problemas que le habrá planteado al relato de la vida del poeta italiano Giacomo Leopardi. Su biografía "Hacia el infinito naufragio" (Tusquets, Editores) es, ante todo, el relato circunstancial de los 39 años que vivió -que padeció- Giacomo Leopardi, y no un estudio académico sobre su obra. En esta biografía está desde luego la ordenada y necesaria mención a su producción artística e intelectual, pero no el análisis de ella. Este aparece, no obstante, en forma somera y sólo en la medida en que su poesía ilustra los melancólicos y desgarradores estados de ánimo del poeta. De tal manera que adentrarse en esta biografía es recorrer palmo a palmo la existencia de un hombre que sí recibió en su vida el reconocimiento de la fama literaria.
Este sólo fue como un irónico pie de página bajo el texto desdichado que da cuenta de su existencia sobre la tierra .
Giacomo Leopardi nació en 1798 en Recanati, una pequeña ciudad del centro oriental de Italia. La condición aristocrática de su familia influyó definitiva y funestamente en la formación del carácter del poeta. El biógrafo no escatima esfuerzos para demostrar cómo, bajo la odiosa tiranía de sus padres, Leopardi en su hogar vivió como en una oscura prisión.
Su sensibilidad extrema, su vigorosa inteligencia, la enorme capacidad para comprender y asímilar las más variadas expresiones del arte y la literatura, y su excepcional disposición para definir los sentimientos, son virtudes del espíritu, que no tienen, sin embargo, una correspondencia con la vida anímica y afectiva que pudiera dar un equilibrio emocional a su carácter. El erudito, el humanista, crece y se agiganta sorprendentemente, entregado a los estudios, a la investigación humanistica, mientras el hombre padece. Amargura, resignación y callada rebeldía conforman entonces la experiencia de su vida de juventud.
Pronto la enfermedad como consecuencia de su "loco y desesperadisimo" estudio, unida a la deformidad de su espalda, van a profundizar su dolor. La tensión irá en aumento con el tiempo, en una lucha titánica, tantas veces desesperada, y que siempre supo perdida de antemano.
Entonces lo que el biógrafo muestra es el espiritu de esa lucha. Lucha en primer termino contra la oscura severidad paterna, contra la incomprensión de los suyos y contra el yugo impuesto por los férreos principios de sus padres; pero lucha también contra las potencias destructoras de su propia naturaleza, a la que tantas veces vencía como lo atestiguan sus más límpidos y hermosos poemas. Es aquí donde aparece el milagro natural que se obra en el alma del poeta. Ante la desdicha sin paleativos y el infortunio, el poeta se abisma ante el universo. "La poesía -había escrito el propio Leopardi- es la más útil de las facultades humanas"-: el sentir poétíco lo orienta en la obsesionada búsqueda de la belleza que también es la búsqueda de "lo absoluto y lo auténtico".
Si Antonio Colinas no profundiza en la atormentada vida psíquica del poeta de "Canti" es porque juzga que aquellas polémicas en torno a la hipotética personalidad neurótica, o "maníaco-depresiva", de Giacomo Leopardi, son indignas de interés. Prefiere Colinas negar, con Jung, el carácter de la obra de arte como enfermedad, como expresión de una patología, y recuperar el don natural -o divino- del poeta, quien habiendo descendido a los profundos estratos del sufrimiento, adquiere en el fondo conciencia de la condición humana. Pero también habría que ver en la enfermedad aquello que Marcilio Ficino vio en los humores. "El desorden de los humores -escribió Ficino- confiere superioridad de espíritu, acompaña las vocaciones heróicas, el genio poético y la reflexión filosófica". Estas características definen, como si Leopardi se lo hubiese propuesto, las cimas alcanzadas en su actividad espiritual.
Estimado y admirado por los hombres de letras de su tiempo, pero evasivo y lánguido en el comercio con la sociedad y, sin embargo, con una sonrisa dulcísima que iluminaba su rostro, Leopardi se nos muestra tan pronto abrazando un ideal liberal de la sociedad, en contra de la dura ortodoxia inculcada en los años de juventud en su hogar, tan pronto lo encontramos huyendo de la prosaica realidad en busca de las regiones sublimes del sueño, en donde se abandonará a la poesía, o bien en sus partidas y regresos a casa con una pesada carga de cansancio y amargura. En realidad la vida de Giacomo Leopardi es, como su carácter, triste, lánguida, melancólica. Pero no su vida intelectual plena de riqueza y vivacidad.
T.S. Eliot opina que para apreciar la poesía conviene saber poco a cerca de la vida del poeta. De hecho para apreciar en toda su dimensión la verdad del poeta no será jamás necesario conocer los hechos de su vida. Pero es muy probable que para mejor comprender su vida -a lo que nos incita la biografía- de la lectura de su poesía resulte la mejor disposición.