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Leyendo imágenes con Manguel

Una magistral historia personal del arte que, sin pedantería, enseña a conocer su lenguaje., 51036

Luis Fernando Afanador
6 de junio de 2002

Despues de su celebrada Historia de la lectura, Alberto Manguel nos propone otra aventura no menos fascinante: leer, como si fueran textos absolutamente comprensibles, algunas imágenes de la pintura, de la arquitectura y de la fotografía.

El primer ensayo ?son en total 11? nos da la medida de su agudeza interpretativa. No es fácil hablar de arte y menos de arte abstracto. Por eso resulta reveladora su lectura de Dos pianos, un inmenso díptico al óleo de la artista canadiense Joan Mitchell. Amiga de Jackson Pollock ?el creador del expresionismo abstracto? y de sus seguidores Willem de Konning y Franz Kline, fue sin embargo muy distinta: "Joan Mitchell dijo en cierta ocasión que había tratado de cambiar la metafísica de Jackson Pollock por matices de amor; y sus cuadros ostentan, sin duda, una cualidad amorosa, un agradecido amor por la vida que toca al lector antes que se intente cualquier lectura". Se trata de un cuadro abstracto, esto quiere decir ilegible en esencia, pero Manguel consigue armar un relato válido, un código posible de aquella escritura "borrada o revisada por medio del color".

El segundo aborda una obra en apariencia más fácil. De la imagen como ausencia pasamos a la imagen como acertijo. Nos devolvemos cinco siglos, viajamos desde la estética de "la ausencia del lenguaje" a una estética simbólica en la que cada detalle se puede resolver como si fuera un jeroglífico. Se trata de la pintura La virgen de la pantalla de mimbre atribuida a Roger Van der Weyden, el mayor artista flamenco de mediados del siglo XV. Un cuadro que describe una escena corriente en la pintura de esa época: la Virgen María, Madre de Dios, acuna a su divino Infante. Aquí la gran erudición de Manguel en temas religiosos revelará la existencia de dos cuadros: uno que muestra un interior acogedor y una escena doméstica ordinaria, y otro que relata la historia de un Dios nacido de una mujer y que asume en su aspecto humano "la sexualidad de la carne y la certeza de un final inexorable".

Seguimos con la imagen como testigo: la italiana Tina Modotti y sus fotografías que consiguen implicarnos en el dolor y el sufrimiento de los campesinos mexicanos; la imagen como comprensión: Lavinia Fontana y sus pinturas de la monstruosa familia Gonsalvus que hablan de la dificultad de entender lo que significa ser humano sin haber tenido la experiencia de lo no humano; la imagen como pesadilla: Marianna Gartner y sus transgresiones del arte convencional del retrato que muestran la identidad como un hecho inexplicable y perturbador; la imagen como reflejo: Filóxeno y su soldado de la batalla de Isos mirando su rostro agonizante en un escudo para saber quién es antes de morir; la imagen como violencia: Pablo Picasso y su Guernica, cuadro emblemático de la condena pública a la violencia que paradójicamente contiene a Dora Maar, la mujer torturada por él en la intimidad; la imagen como subversión: Aleijadinho y sus esculturas que expresan todo el esplendor del barroco americano; la imagen como filosofía: Claude-Nicolas Ledoux y sus construcciones utópicas que terminaron en falacia, en polvo, en nada; la imagen como memoria: Peter Eisenman y su imposibilidad de construir un monumento del holocausto nazi porque ningún arte podrá superar la elocuencia de los campos de concentración; la imagen como teatro: Caravaggio y sus espectadores convertidos en actores responsables de sus hermanos y hermanas, de esos pobres verdaderos, tan distintos a los alegóricos de la Iglesia.

El arte ocurre, decía Whistler. En últimas, la experiencia estética es inefable y no puede haber una interpretación absoluta. "Lo que vemos es el cuadro traducido a nuestra propia experiencia". No sé si existen los críticos, pero sin duda hay unos lectores mejores que otros, más inteligentes, más competentes, que logran enriquecer nuestro diálogo con las obras de arte. Alberto Manguel es uno de ellos.