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| Foto: Guillermo Torres

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“Esta es la historia de un desencanto, pero no de un fracaso”

El escritor Juan Diego Mejía presenta ‘Soñamos que vendrían por el mar’, la novela sobre un grupo de jóvenes de izquierda que sueñan con hacer la revolución en los años 70.

8 de noviembre de 2016

Pavel es un joven actor universitario que vive en Medellín.  Se mueve entre el amor al teatro y su militancia en la izquierda colombiana –más específicamente en el maoísmo–.  Son años agitados en los que decide dejarlo todo e irse al monte como la gran mayoría de sus amigos. En la zona bananera del Magdalena, rodeado de obreros y campesinos, debe esperar mientras llegan las armas con las que comenzará la guerra.

Esa es la trama de Soñamos que vendrían por el mar, el nuevo libro de Juan Diego Mejía, el director de la Fiesta del Libro de Medellín. Semana habló con él sobre la novela, la generación que retrata en el libro y su propia experiencia como parte de un grupo revolucionario durante su juventud.

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Semana.com: Esta novela es sobre un grupo de jóvenes que a mediados de los 70 deciden perseguir sus sueños, sus ideales y se van a “hacer la revolución”. Y a pesar de la última escena, queda la sensación de que es la historia de una generación desencantada y desilusionada….

Juan Diego Mejía: Sí. Laura Restrepo me decía que a ella no le cuadraba que el protagonista pudiera dormir tranquilo al final. Y de cierto modo tiene razón, porque  es la historia de un fracaso.  Pero es un fracaso que ellos aceptan de buena forma porque Pavel –el protagonista– asume que no van a poder hacer la revolución. Que lo intentaron y no pudieron.

Por eso yo habló de la novela De ratones y hombres de John Steinbeck al final del libro. En esa historia un hombre se da cuenta de que su hermano, un retardado mental bonachón pero demasiado torpe, no está hecho para vivir en este mundo.  Es lo mismo que le pasa a Pavel con el marxismo. Pero no es la historia sobre una frustración, sino sobre la aceptación de una realidad.

Semana.com: El libro gira en torno a un tema político (la revolución, la izquierda, los ideales socialistas), pero no es una novela política, sino que se centra en las vivencias de los personajes, ¿fue intencional dejar la política en un segundo plano?

J.D.M.: Lo que pasa es que este tema lo vengo trabajando desde hace 35 años y ya he cometido muchos errores. Yo escribí A cierto lado de la sangre (1991) y no me gustó ni cinco.  Tuve la mala fortuna de que ganó un premio de proyectos de novela y la publicaron aunque no estuviera lista. Era sobre el mismo tema, pero yo no tenía la profunda reflexión que me han dejado más de tres décadas como escritor. El tema siguió apareciendo hasta que dije: “ya es hora de cerrarlo”. Y esta vez me acerque desde los valores esenciales del ser humano: la amistad, la lealtad y el honor.  Me llamó más la atención hablar sobre ese tipo de valores que han atravesado toda mi vida que hacer una historia panfletaria o discursiva.

Semana.com: ¿Por qué decidió contar de forma paralela los años en los que Pavel es un actor que vive en Medellín y los años en los que está en la revolución?

J.D.M.: No quería hacerlo linealmente, porque podía ser aburrido empezar por todo lo que pasa en la ciudad y luego contar todo lo que pasa en el monte. Además decidí alternar los capítulos para producir en el lector la sensación de que las cosas están ocurriendo simultáneamente, que es como se recuerdan los hechos años después.

Semana.com: El teatro es otro protagonista de la historia, ¿cuál fue el papel de las artes en las revoluciones durante esa época?

J.D.M.: En ese entonces había un dilema que hoy ya está liquidado.  No sabíamos si el arte debía seguir lineamientos políticos o debía ser independiente a la política. Nosotros estábamos muy confundidos y los grupos políticos les exigían a los artistas que sus obras mostraran el sufrimiento de los pobres para que enardecieran a las masas. Veían a las artes como un vehículo de propaganda.

Pero en realidad el arte no explica nada sino que se comunica con el alma de una manera secreta y desconocida. El anhelo de Pavel como personaje era hacer teatro. También quería hacer justicia y creía que podía juntar las dos cosas. Pero la novela en realidad consiste en un debate interior que lo lleva a tomar una decisión. Al final, el teatro es el que lo ayuda a entenderse a él mismo. 

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Semana.com: ¿Por qué esta vez no aparece Mejía, el protagonista de sus anteriores novelas que era como su alter-ego?

J.D.M.: Yo tuve varios fracasos literarios entre 2008, que publiqué mi último libro, y este año.  Hacía novelas, pero no me gustaban e incluso llegué a pensar que no iba a volver a escribir en la vida. Pero el escritor Jaime Echeverri me recomendó hacer una historia sobre alguien muy distinto a mí y decidí hacerla sobre un bailarín de salsa que explora la noche. No he logrado darle forma a esa historia, pero esa experiencia me mostró que es bueno salirme de mí.  

Semana.com: Pero Pavel, el protagonista de esta novela, vive muchas cosas que usted vivió en su juventud, como irse a la zona bananera con un grupo revolucionario…

J.D.M.: Es que de esos fracasos que le cuento logré rescatar algunos cuentos. Uno de ellos era sobre dos pelaos que juegan fútbol en la playa. Esa historia me siguió llamando y fue lo que se convirtió en esta novela. Como el protagonista tenía que ser alguien que no fuera yo, pensé en Rodrigo Saldarriaga, mi gran amigo y hermano del alma, un actor de teatro que fundó el Pequeño Teatro en Medellín. Comencé a contar la historia de él, pero luego se convirtió en la mía porque yo viví toda esa experiencia de la revolución. Al final, el personaje toma cosas de ambos.

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Semana.com: ¿Qué le dejó a usted la experiencia en la revolución?

J.D.M.: Me dejó marcado para toda la vida. Es como si me hubieran puesto un sello en un campo de concentración. Pero no lo borré y no quiero borrarlo. Aún intento ser fiel a muchas cosas en las que entonces creí: la justicia, la equidad, la lealtad. Lo que ha cambiado es el alcance. Antes creía que podía impactar a miles o millones de personas, ahora sé que solo puedo impactar a mis hijos, a mis amigos y a todo mi entorno. Además, vivir en la zona bananera del Magdalena fue muy interesante, pero me mostró la gran pobreza que hay en el país. Es algo que voy a llevar hasta la muerte y me siento bien con eso.

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Semana.com: ¿Qué les puede enseñar esa generación de los 70 a los jóvenes de hoy, que tienen la ilusión de hacer la paz?

J.D.M.: Yo creo que esta historia puede mostrarles a estas generaciones lo que pasó en otra época para que se den cuenta de que ellos no inventaron el mundo.  Gardeazabal escribió en ADN que este libro demuestra que muchas generaciones perdieron el tiempo durante 52 años. Y aunque yo no quería que se generara esa sensación, es posible que haya sido así. Pero no es una historia de unos fracasados, sino de personas que vivieron con mucho amor, mucha intensidad y mucha honradez. Afortunadamente al grupo que conocí nunca le llegaron las armas. Porque creo que todos habríamos cometido horrores. La guerra lo convierte a uno en un ser distinto.