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Lo clásico no se improvisa

Los recientes montajes de 'Petición de mano' y 'Bodas de Sangre' son pálidas y poco originales versiones de dos maestros del drama universal.

26 de diciembre de 1994

NADIE DUDA DE la conveniencia del montaje de los clásicos. Por un lado, gracias a su carácter universal, siguen respondiendo a las necesidades del hombre actual, traspasan las diferencias geográficas, retornan los problemas esenciales humanos. Por otra parte, a públicos todavía no preparados para montajes más vanguardistas los sensibiliza un paso por los siempre ricos pilares clásicos.

Todos estos argumentos son válidos. Sin embargo, esto no debe dar pie para caer en el facilismo y en la falta de rigor escénico. Bodas de Sangre del español Federico García Lorca y Petición de mano del ruso Anton Chejov, dos obras llevadas a las tablas recientemente en Bogotá, dejan bastantes interrogantes e insatisfacciones, pues, fuera del carácter eminentemente pedagógico o de ejercicio académico, es muy poco su aporte original. Bodas de sangre, dirigida por Jaime Arturo Gómez, fue un monumento al mal gusto, con una escenografía paupérrima, un malogrado flamenco y la total ausencia de la atmósfera ritual y mística de las obras de Lorca, el pasional poeta de la sangre. Sin hablar de sus actuaciones absolutamente carentes de matices.

Petición de mano, por su parte, llevada a escena por el laboratorio teatral Actuemos, formado por profesionales y estudiantes, no pasa de ser un simple divertimento, en el que ni siquiera la vena cómica llega a su punto.

Esta es una obra menor de Chejov en un acto, escrita antes de que el autor alcanzara las cumbres dramáticas a las que lo llevarían piezas como El jardín de los cerezos. Pero en ella ya se insinúa su decidida tendencia al naturalismo de la actuación y al regodeo en las miserables motivaciones de la vida cotidiana.

Pero la lectura de este montaje no pasa de lo anecdótico. Flora Martínez (la Susanita de Mambo), una joven actriz con grandes proyecciones, se ve sin embargo sobreactuada casi todo el tiempo en su representación de Natalia. Julián Román sí logra una caracterización más equilibrada, pero al igual que el excelente actor Edgardo Román, a pesar de su bien logrado carácter, se encuentran perdidos en los múltiples puntos flojos de la escena.

De otro lado, la musicalización, un aporte original del grupo, es descuidada, las voces no se escuchan y la coreografía es bastante descoordinada.

Se entienden las expectativas pedagógicas de ambas propuestas, pero no se justifica que a estas alturas se pongan en escena montajes que apenas son esbozos, máxime en un momento donde las salas están aunando esfuerzos por recuperar un público cada vez más esquivo. Este tipo de trabajos, sin la sólida estructura que requiere un montaje clásico no parece ser la mejor estrategia.-