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LO MEJOR DE LO MEJOR

El acontecimiento cultural más importante del final de año en Europa: la exhibición de 50 obras de la colección del barón Thyssen Bornemisza, la mayor colección privada del mundo. Antonio Caballero la comenta

ANTONIO CABALLERO
8 de febrero de 1988

Había un juego de salón que consistía en decidir qué cuadro de un museo se llevaría uno a su casa. La exposición de algunas de las joyas -cincuenta- de la colección Thyssen Bornemisza en la Academia de San Fernando demuestra que, si se toma en serio el juego durante un número suficiente de generaciones, acaba uno llevándose a su casa prácticamente todo. (Los Thyssen, no sobra señalar, tienen 1.600 cuadros más).
Entre los cincuenta que el barón ha traído ahora a Madrid están todas las posibilidades que habitualmente se barajan en el juego. El que sugiera obras grandes, porque su casa tiene techos altos, puede llevarse una "Anunciación" aparatosa, del Veronés o de El Greco. O un muchachón florentino, parecido sin duda al chapero romano que mató a Pasolini, y que posó desvestido de San Sebastián para el Bronzino. O el geométrico pálido, anatómico, misterioso "Ecce Homo", de Bramante. O la espléndida "Piedad", de Ribera: grandes masas oscuras y atroces, la luz lívida que baña el cadáver tendido de Cristo, el detalle macabro del beso en la llaga del pie.
Para el que tiene un piso luminoso, paredes claras, grandes sofás, hay un par de canales venecianos de Guardi. O unos cielos holandeses poblados de cúmulos nimbus. Y el que inclina sus gustos con criterio onomástico y tiene, por casualidad, una mujer o una hija que se llamen Rosalía, puede escoger una "Santa Rosalía" de Murillo, que se especializaba en santas poco frecuentes. Ahora: si lo suyo es apenas uno de esos apartamentos de un solo dormitorio con cocina integrada y, sin embargo, quiere algo imponente, ahí está el monumental "Enrique VIII" de Hans Holbein (monumental en su concepción, pese a sus dimensiones: tendrá un palmo de alto).
Porque casi todo, en esta muestra, está pensado dentro de la regla de oro del juego en cuestión: que la obra elegida se pueda sacar debajo del abrigo sin hacer demasiado bulto. Y hay de todo: holandeses, italianos, flamencos, anónimos españoles del siglo XV, una maravillosa miniatura de Petrus Cristus, la "Virgen del árbol seco". Un pequeño Goya prodigio, el retrato de su amigo Asensio Juliá.
Una Virgen con niño de Dirk Bouts levitando en medio de un paisaje. O unos niños cantando de Le Nain. O Santa Catalina ante el Papa Gregorio XI, en Aviñon. O la mágica fachada de una iglesia en Utrecht, blanca sobre un cielo blanco. O un Frans Hais con risotada. ¿Un interior holandés con señora cosiendo y niño? Hay uno o dos. ¿Un Fray Angélico un Rubens, una mujer de Lucas Cranach? Es cosa de escogerlos. ¿Una princesa española de Juan de Flandes? Ahí está. Es perfecta.
Lo malo del juego es que empieza uno a necesitar casas cada vez mas grandes. Y termina como el pobre barón Thyssen, buscando quién le reciba de regalo toda su colección, porque en su casa de Lugano no le caben colgados sino, cada vez, 350 cuadros.