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Lo raro y lo mágico en música

Una antología del conjunto portugués Madredeus presenta un sonido que elude cualquier definición. Son, sencillamente, buenos.

Juan Carlos Garay
6 de noviembre de 2000

En una escena de la película Historia de Lisboa el protagonista se apresta a acostarse cuando un sonido inusual le interrumpe el sueño. Entonces no puede seguir durmiendo, no porque aquel sonido le moleste sino porque es demasiado bello como para ignorarlo. Se levanta, va a la habitación de al lado y allí está el grupo musical Madredeus (una cantante y cinco instrumentistas) interpretando en pleno una de sus más hermosas canciones.

La escena podrá parecer un tanto fantástica pero va muy acorde con la creación de estos músicos portugueses. Cuando se escucha a Madredeus por vez primera es casi imposible no dejar de lado cualquier cosa que se esté haciendo para centrar toda la atención en la música. Y no porque esta música sea, lo que se dice, llamativa. Al menos no en el sentido de algo exuberante o estrambótico. Si el sonido de Madredeus atrapa a sus oyentes es por ser casi siempre tan quedo y sutil que compite en belleza con el silencio.

La reciente aparición del álbum Antología puede ser la oportunidad para atraer nuevos adeptos. Se trata de una selección de temas hecha por David Ferreira, amigo de la banda, con un detalle que la diferencia de la mayoría de antologías discográficas: el criterio de elección no ha sido el del éxito comercial (por lo general esquivo a grupos que, como Madredeus, eluden cualquier definición) sino el encanto simple de sus canciones. Interpretaciones que, en palabras del propio Ferreira, fuesen “raras y mágicas”.

Por tanto la selección no terminó siendo fácil. Rara, y sobre todo mágica, es toda la música de Madredeus, desde el primer tema de su primer álbum hasta las recientes contribuciones a la banda sonora de la película portuguesa Capitães de abril. Rara fue desde siempre su decisión de confeccionar las canciones, alternando instrumentos de la música ‘culta’ con otros del más arraigado folclor de su país. Mágica la presencia, coronando esa amalgama de guitarras, violoncelos y acordeones, de la voz de Teresa Salgueiro.

¿En qué género clasificar entonces a Madredeus? Cualquiera le sería insuficiente. Hay, por razones obvias, muchos elementos del fado portugués, pero aun así es inexacta la definición de esta música como ‘nuevo fado’ porque su búsqueda trasciende la intención de enriquecer un género ya existente. Cuando a Teresa Salgueiro la han comparado con la legendaria Amalia Rodrigues (la más importante vocalista de la historia de la música popular en Portugal) se limita a sonreír y a afirmar que “siempre que la escucho es una lección y un placer”. Es decir, que la admira como oyente pero no busca emularla.

Tal vez una mejor definición esté dada por el análisis de sus ejercicios sonoros iniciales. El primer disco de la banda, Os dias da Madredeus (1987), fue grabado en la iglesia del Convento de Xabregas, en las afueras de Lisboa. Era claro desde entonces que su música buscaba hacerse a una determinada atmósfera. Más aún, que el sonido que buscaban, y que felizmente encontraron, debía ser etéreo como las atmósferas. Por eso la música de Madredeus es inclasificable porque se escapa de las manos como un hálito.