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Los capos se legalizan

Mucho de lo que se ve en El Padrino III podría llegar a ocurrir en Colombia

15 de abril de 1991

En la primera escena de El Padrino III aparece Al Pacino canoso, arrugado y muy envejecido, arrodillado ante un arzobispo que le otorga, en nombre del Papa, la máxima condecoración que el Vaticano confiere a sus fieles por servicios a la comunidad. En la gran fiesta que sigue para celebrar este momento cumbre en la vida de los Corleone, los espectadores descubren el motivo de tan inesperado reconocimiento. El Padrino había hecho una donación a la Iglesia de 100 millones de dólares. Michael Corleone, al final de su carrera, habiendo sobrevivido los azares de tres generaciones de sangre, traiciones y venganzas, quiere dejarle a sus hijos algo que ni su padre ni su abuelo le dejaron a él: su fortuna legalizada y una posición de respeto dentro de la sociedad.
Cuando los colombianos vieron las dos primeras partes de El Padrino, en 1972 y en 1974, las andanzas de los Corleone les resultaban tan lejanas como la propia Sicilia. Pero ahora, con este tercer capítulo, en el cual la aspiracion del padrino, después de haber neutralizado a la justicia, no es hacer más plata sino blanquearla, la historia adquiere en el país un sabor casi doméstico.
Francis Ford Coppola había jurado que la segunda versión de El Padrino sería la última. En Hollywood, un mundo donde la regla de oro es que las segundas partes nunca son buenas, había logrado el milagro de que sus dos películas tuvieran un éxito similar: las dos ganaron el Oscar a la mejor película del año y siete óscares más. Todo esto sucedió hace casi 20 años y entre las dos películas vendieron más de 800 millones de dólares. Desde ese momento la Paramount Pictures, productora de la serie, no hacía sino rogarle a Coppola que hiciera un tercer capítulo. Este respondía como lo haría García Márquez si la Oveja Negra, invocando el éxito comercial de