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Los diarios de un escritor

Se publica el primer volumen de los diarios personales del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro.

Luis Fernando Afanador
3 de agosto de 2003

Julio Ramon Ribeyro
La tentacion del fracaso
Seix Barral, 200
680 paginas

Los escritores latinoamericanos, dijo alguna vez Julio Cortázar, sienten vergüenza de escribir sus memorias o de publicar sus diarios porque, de manera equivocada, piensan que se trata de un acto de soberbia y de vanidad y no, como lo es en realidad, una decisión libre de practicar un género literario más. ¿A qué se debe este prejuicio? Cortázar no ofrecía una respuesta pero sí alcanzaba a señalar que nuestros escritores deberían en un futuro cercano animarse a conquistar ese territorio vedado.

De haber conocido un pequeño ensayo, En torno a los diarios íntimos (1976), del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, Cortázar hubiera encontrado la respuesta que buscaba con tanta insistencia. Allí, en forma clara y precisa, como corresponde a su estilo clásico, Ribeyro señalaba que el surgimiento de los diarios se encuentra asociado con la reforma protestante y su teoría del libre examen que favoreció la técnica de la introspección y el nacimiento de la noción de persona. Por eso, aunque había antecedentes de diarios desde el siglo XV (Journal d'un bourgois de Paris), los primeros realmente importantes fueron escritos por Alberto Durero (1530) y Michel de Montaigne (1580). Sobra decir que en Hispanoamérica, donde el protestantismo no llegó a arraigarse, se han escrito pocos diarios íntimos.

Para Ribeyro, el diario son cartas que el autor se dirige a sí mismo. Se caracteriza por la periodicidad de las anotaciones por su cotidianidad- y por su veracidad. "Es necesario admitir a priori que los hechos consignados en el diario son verdaderos". En ellos el personaje central es el autor y carece de una trama preconcebida. Se nutren de reflexiones sobre sí mismo y sobre los demás, comentarios sobre libros o acontecimientos, evocaciones y proyectos, alusiones al tiempo y a la salud física, referencia a los hechos de actualidad, descripciones de ciudades y paisajes, etc. El espectro puede llegar a ser muy grande: "Hay diarios de la vida amorosa como el de Louise de Hompesch, diarios de la vida política como el de Jacques Bainville, diarios de viaje como el de Eugene Fromentin, diarios de la vida literaria como el de los hermanos Goncourt, diarios de guerra como el Ernst Junger, diarios de la reflexión artística como el de Paul Klee". A diferencia de las cartas, el destinatario no existe o puede ser cualquiera si el autor decide publicarlos en vida. Y en lo formal, los buenos diaristas poseen una gran capacidad para expresarse con pocas palabras, en fragmentos.

Influido por los diarios de Amiel, los que descubrió muy joven, Ribeyro empezó a escribir los suyos desde 1940, es decir a los 21 años. Fueron para él una necesidad, una compañía y un complemento de su actividad literaria. Entre su diario y su obra de ficción hay una relación estrecha: páginas de su diario son comentarios a sus otros escritos y algunos de éstos se inspiraron en sus diarios. El voluminoso libro que el lector tiene a su disposición es apenas el primero de un total de 10 ó 12 y comprende textos de 1950 a 1978, que ya habían sido publicados por separado en una restringida edición peruana, antes de su muerte en 1994.

La obra de Ribeyro es una reivindicación de los marginados, de la inmensa cantidad de seres grises, sin ilusión ni porvenir, que pueblan las ciudades latinoamericanas. Con una escritura sin adornos, contenida, vagamente triste, logró darles voz y existencia. Esa misma prosa esencial, acompañada de una cultura sólida y bien asimilada, de una gran lucidez, es la que se respira en sus diarios, la que los sostiene y los salva del vacío y del vértigo, de su vocación de hundirse en una visión pesimista de la vida. La variedad de temas que lo componen, tiene una continuidad a partir del desasosiego y la sensación permanente de duda e interrogación sobre el valor de lo que está escribiendo. Oscilan todo el tiempo entre el deseo de realizar una gran obra y la tentación del fracaso.