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El reportero Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) debe dar con el paradero de una aristócrata que desapareció hace 40 años.

CINE

Los hombres que no amaban a las mujeres

La adaptación del 'best seller' póstumo del sueco Stieg Larsson es un 'thriller' desigual, alargado y aparatoso.

Ricardo Silva Romero
8 de mayo de 2010

Título original: Män som hatar kvinnor
Año de estreno: 2009
Dirección: Niels Arden Oplev
Actores: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Lena Endre, Peter Haber, Sven-Bertil Taube, Peter Andersson, Ingvar Hirdwall, Marika Lagercrantz

Tengo suerte a la hora de escribir esta reseña: como no he leído el comentadísimo best seller de Stieg Larsson, que se resiste a abandonar las mesas de novedades de las librerías del planeta, he podido acercarme sin prejuicios a su versión cinematográfica. Felizmente, me ha dado igual si traiciona, si reduce o si olvida por completo el texto original. Puedo decir que es un thriller desigual, alargado y aparatoso sin agradecerle el intento de cubrir los principales hechos que narra la novela o el esfuerzo de reproducir los momentos más divertidos del relato. Puedo agregar, de paso, que los pobres libros nunca tienen la culpa de las barbaridades ni de las maravillas que suceden con sus adaptaciones. Y que al menos me queda la esperanza de que quizá Los hombres que no amaban a las mujeres sea una buena lectura.

La película cuenta la historia de un reportero veterano venido a menos, Mikael Blomkvist, que en el peor momento de su carrera decide aceptar un encargo digno de un detective de novela negra: dar con el paradero de la heredera de una de las más grandes fortunas de Suecia, la señorita Harriet Vanger, que desapareció hace más de 40 años en medio de una racha de crímenes cometidos por un asesino en serie que jamás fue capturado. La peligrosa investigación empujará a Blomkvist a internarse en el laberinto de la decadente aristocracia sueca, a ponerse cara a cara con un villano de película floja, y a valerse de la ayuda de una joven hacker, la misteriosa Lisbeth Salander, que lleva un dragón tatuado en la espalda como un trauma que le ha dejado su trágica experiencia con los hombres.

Esa relación insólita, la extraña pareja que forman Blomkvist y Salander, se convertirá en la única pregunta que mantendrá nuestra atención hasta el final. Con el paso de una suma de secuencias efectistas que no llevarán a nada, robadas, dicho sea de paso, de joyas como El coleccionista (1966), El silencio de los inocentes (1991) y Seven (1995), la trama detectivesca se irá haciendo menos y menos interesante, menos y menos entretenida. Tras sobrevivir a una suma de escenas con cara de escena final, después de soportar tantos momentos "reveladores" que en últimas revelan muy poco, no será nada extraño sentirse invadido por la horrible sospecha de que la película podría durar toda la vida. Frases como "no más" o "me da igual si encuentran a la tal Harriet" o "me da igual si ese señor Blomkvist se redime" pueden llegar a tomarse la cabeza del espectador.

Lo único que queda, al final, es Lisbeth Salander. Lo único que importa es "la muchacha con el tatuaje de dragón". Si no fuera por ella, si ese personaje no nos trajera ciertas noticias sobre los horrores que puede enfrentar una mujer aun en los años que estamos viviendo, lo mejor sería terminar esta reseña con la frase "no se pierde nada el que se pierda esta película".