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Los idiotas

Esta producción del Dogma 95 cuestiona el concepto de realidad y normalidad al que se somete el hombre.

7 de agosto de 2000

Direccion: Lars von trier
Protagonistas: bodil jorgensen, jens albinus, troels prip, henrik prip, luis mesonero

En un mundo supertecnificado al que el cine no escapa, resulta muy satisfactorio encontrar una propuesta como la de Dogma 95, firmada inicialmente por Lars von Trier y Thomas Vitenberg, creadores de los 10 fundamentos que la rigen, con la loable idea de “declararle la guerra al imperio de Hollywood” y de lanzarse a una ‘operación rescate’ del buen cine. A Vitenberg se le conoce por Celebración y a Trier por Contra viento y marea y ahora por Los idiotas, obra seminal de un manifiesto necesario, oportuno y sincero con lo que se propuso: en ella prima lo artístico sobre lo comercial, se articula en forma coherente estética y contenido, se subordina la cantidad a la calidad. El filme se inicia con una secuencia en la que varios ‘idiotas’, debidamente acompañados, asisten a un restaurante. Uno de ellos, Stoffer, coge la mano de una mujer, Karen, eje central del relato, y ante su aceptación decide no soltársela. Y empieza el juego y a la vez el drama. El juego con el espectador, el cine, la vida. Con una vida que no es seria ni debe ser tomada así; con un cine que se ha vuelto efectista, no entretiene y ha dejado de ser útil al hombre; con un espectador al que cada día le llega más basura audiovisual, a la que nadie parece querer poner remedio. Y el drama con unos personajes que ya en el presente de sus vidas triviales y pequeñoburguesas no se acostumbran a la pérdida de un mundo del cual ya no queda sino la nostalgia, la memoria fragmentada, la inocencia perdida, la misma que se debe conservar contra viento y marea pues jamás se podrá recuperar. En un mundo dominado por la violencia, la tecnolatría y el culto al dinero y a la razón sin razón, resulta gratificante ver un filme como Los idiotas, de bajo presupuesto, alta calidad, rodado fuera de estudio, sonido directo, cámara en mano, color, sin efectos especiales, con acción sustantiva, sin armas ni asesinatos, que vuelven al aquí y al ahora, sin género definido y en 35 milímetros. Von Trier ha hecho una obra importante por útil, que además facilita aprender a jugar a los idiotas sin temor al ridículo, burlarse de los demás o tomar la vida muy a pecho. Sólo mediante la alegría es posible desechar la idea de que la vida no es más que sufrimiento para empezar a gozarla como es: una extraña mezcla agridulce en la que, pese a todo, el juego es elemento imprescindible para alcanzar el equilibrio vital… Y eso lo saben Karen y Susan cuando deciden abandonar, tras cruel experiencia, un medio familiar que cree ver en el hastío un sucedáneo de la existencia y que, ante todo, se olvidó de tomar la vida como un juego de respeto, de paciencia, de tolerancia, He aquí una película anarquista en el mejor de los sentidos: al margen del Estado, la sociedad y la familia.