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Las joyas escondidas en las bibliotecas colombianas.

ARCHIVOS

Los libros más raros de Colombia

Manuscritos de clásicos de la literatura, publicaciones censuradas por la Inquisición, documentos que pertenecieron a próceres de la Independencia y otros personajes históricos. Muchos están en bibliotecas del país.

9 de junio de 2018

En el segundo piso de la biblioteca Luis Ángel Arango, un poco escondida al final de un pasillo por el que se llega a varias oficinas administrativas, se destaca una sala de consulta casi desconocida. Aunque a simple vista es más pequeña y parece tener menos libros que otros espacios, en realidad es uno de los lugares más valiosos y únicos del edificio.

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Allí, entre estantes llenos de publicaciones y cajones con documentos, descansan algunos de sus tesoros más valiosos: libros de hace varios siglos, fotos antiguas, incunables (textos publicados entre 1453 y 1501, es decir, durante los primeros 50 años de la imprenta), manuscritos de clásicos de la literatura y otros documentos que, de una u otra forma, forman parte del patrimonio del país. Se le conoce como la sala de libros raros y manuscritos. Hace apenas dos semanas hizo noticia, pues allí llegarían algunos de los 3.000 textos de la colección que Gabriel García Márquez armó con las ediciones de su propia obra en 43 idiomas, donada por Mercedes Barcha, su viuda.

Y aunque puede parecer único, este espacio no lo es. Así como la Luis Ángel Arango, otras bibliotecas colombianas recogen documentos y libros históricos, y hoy guardan joyas que contienen el pasado del país. Entre ellas están la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Pública Piloto, de Medellín, o las bibliotecas de universidades como la Javeriana, el Rosario, la Nacional o la Eafit.

La mayoría llegaron por donaciones o por compras, en algunos casos, hechas desde la fundación. La Biblioteca Nacional, por ejemplo, nació en 1777 con los libros expropiados a los jesuitas, expulsados de los dominios del Imperio español por el rey Carlos III. Con el tiempo fue adquiriendo las bibliotecas de intelectuales como José Celestino Mutis o Rufino José Cuervo. La Luis Ángel Arango, por su parte, creada por el Banco de la República, guarda las colecciones de Laureano García Ortiz, Darío Echandía o Carlos Lozano y Lozano. Y en el caso de las bibliotecas universitarias, como la de la Javeriana o la del Rosario, crecieron a partir de los libros que tenían sus fundadores durante la Colonia.

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Esa labor de adquirir archivos o bibliotecas se ha mantenido en el tiempo. Así la Biblioteca Piloto de Medellín obtuvo algunos archivos de escritores como Manuel Mejía Vallejo o León de Greiff; la Universidad Javeriana recibió hace 10 años una donación con los libros de Indalecio Liévano Aguirre y el Instituto de Geofísica, y la Universidad de Antioquia adquirió el mes pasado la biblioteca de Carlos Gaviria Díaz. Ni hablar de la Biblioteca Nacional y la Luis Ángel Arango, que han seguido comprando archivos, como los de los fotógrafos Sady González o Nereo López.

Y en medio de esas adquisiciones aparecen los tesoros. La Luis Ángel Arango tiene la primera foto tomada por un colombiano en la historia –Luis García Hevia en 1862– y manuscritos de escritores colombianos como sor Josefa del Castillo (nacida en Tunja en el siglo XVII, escribió algunos libros sobre sus sentimientos hacia Dios y la religión), José Manuel Marroquín, Emma Reyes (las cartas originales que inspiraron Memoria por correspondencia, uno de los libros más exitosos de los últimos años) y Gabriel García Márquez. El más consultado, sin embargo, es el manuscrito de ¡Que viva la música! (1977), de puño y letra de Andrés Caicedo. También hay documentos históricos: una carta escrita y firmada por Simón Bolívar, un mapa de Alexander von Humboldt, la correspondencia de Radio Sutatenza y archivos personales de expresidentes como Tomas Cipriano de Mosquera, Aquileo Parra o Eduardo Santos.

La Biblioteca Nacional, por su parte, tiene varios de los libros de ciencias que pertenecieron a José Celestino Mutis. También el manuscrito de La vorágine, de José Eustasio Rivera, cuando viajaba por el país en 1923; una de las pocas copias conocidas de Aures, un libro de poesía de Gregorio Gutiérrez González, y una recopilación de algunos de los primeros periódicos nacionales. La Javeriana tiene el primer libro impreso en Colombia, la traducción de La historia del Cristo paciente, publicada en 1787. También varios incunables, como un vademécum de 1497; un libro de oraciones para seminaristas, de 1481, y la historia de los 12 césares de Roma, escrita por Suetonio y publicada en 1490. Y resultan especialmente llamativos algunos libros que sobrevivieron a la Inquisición y aún tienen las marcas de la censura.

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También hay muchas obras fuera de Bogotá. La Piloto, de Medellín, tiene documentos que muestran la historia de Antioquia, el Viejo Caldas, el norte del Chocó y el sur de Córdoba, así como un amplio archivo fotográfico de la historia del país. La Eafit maneja archivos de empresas, bancos, ganadería, agricultura, ingeniería urbana y asociaciones cívicas y culturales. Además, algunos de los documentos del Banco de la República no están en la Luis Ángel Arango, sino en los centros culturales y sedes regionales: el archivo de Orlando Fals Borda, por ejemplo, reposa en Montería.

Acceso para todos

Debido a la fragilidad de los documentos y de los libros, casi todas las bibliotecas tienen salas especiales que deben mantener la temperatura adecuada y en donde se aplican periódicamente químicos para limpiar el aire. Allí no puede entrar el público general, sino los investigadores o las personas que demuestren su necesidad de consultar determinados documentos para sus proyectos de investigación, previo permiso.

Para consultar los libros, además, hay que tener ciertos cuidados: es necesario usar guantes de látex y tapabocas, y está prohibido fotocopiar los documentos o sacarlos de las salas.

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Pensando en el acceso de los usuarios y en la conservación de los documentos, las instituciones han comenzado a digitalizarlos. Hoy, casi todas las bibliotecas tienen programas e iniciativas en ese sentido y la idea es dejarlos disponibles para consulta online. Actualmente, de hecho, algunos de estos objetos ya están en los bancos digitales de las bibliotecas y, por esa razón, no los prestan físicamente. Y aunque eso ha molestado a quienes les gustaría tener estas joyas en sus manos, lo más importante es que no se dañen. Sobre todo porque así las próximas generaciones podrán seguir disfrutando los tesoros que guardan la historia de Colombia.

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