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LOS MUCHACHOS DE ANTES

Robert Mitchun, Martin Sheen, Paul Sorvino, Bruce Dern y Stacy Keach reunidos para la diversión más peligrosa de todas: la nostalgia

24 de febrero de 1986

En una película anterior llamada "Reencuentro", un grupo de amigos se reúne alrededor del cuerpo aún tibio del compañero de colegio y de aventuras que sorpresivamente tomó la decisión de matarse, dejándolos con las cervezas y los perros calientes listos y una novia que se convierte en medio de los recuerdos, en una punzada directa a la conciencia y el bolsillo, cuando comprenden que esa muerte se le debe a todos y cada uno de ellos. El director era Lawrence Kasdan y en la película aparecían algunos de los actores jóvenes que dominan ahora en Hollywood .
Ahora, con más veneno, con más nostalgia y también con más cansancio en los cuerpos gruesos y aparentemente victoriosos de los personajes, se cuenta una historia similar en la película "Temporada de campeones" dirigida por Jason Miller y protagonizada por auténticos veteranos de ese mismo Hollywood: Robert Mitchull, Martin Sheen, Paul Sorvino, Bruce Dern y Stacy Keach. Veinticuatro años atrás cuando estaban en la secundaria, formaban parte del equipo de basquet, el equipo de campeones, dirigidos por ese entrenador que conocia una a una todas sus fibras, las del cuerpo y las del alma y por eso los insultaba, les exigía, los hacía sudar y correr, los hacía maldecir mientras los convertía en muchachos alegres y díscolos.
Veinticuatro años después los muchachos ya no son los mismos y uno de ellos, George, se halla empeñado en lograr la reelección de Alcalde en su pueblo natal, Scranton, en Pensilvania. La campaña electoral coincide, no por simple azar, con la celebración de este nuevo aniversario del campeonato y los cuatro amigos gracias a un proceso síquico de desdoblamiento, retoman las circunstancias que el tiempo no ha podido destruir, vuelven a su juventud y durante una noche, larga, calurosa, explosiva, tensa irán asomándose al infierno que cada uno ha cultivado durante estos años.
Es como una terapia de grupo en la que el espectador asiste con todos los hilos en la mano y poco a poco descubre, con humor a veces, con tristeza otras que esos campeones, que esos hombres que llegan al pueblo vestidos como ejecutivos, que caminan pisando fuerte, que se empujan y se dan codazos cuando van descubriendo los antiguos sitios de diversiones ingenuas en el fondo tienen miedo, miedo de enfrentarse a esa memoria colectiva que les cobra durante esa noche todos los errores, todas las fallas de un carácter que ni siquiera el entrenador ha podido subsanar.
El miedo le nace a cada personaje cuando descubre que los otros, que lo conocen muy bien, actúan como espejos que no mienten ni desfiguran la realidad. Que todos los triunfos y todos los premios obtenidos y todo el dinero, en la mayoría de las ocasiones tienen raíces descompuestas y que ese político que quiere ser reelegido los necesita a ellos como el único soporte moral que encuentra a la mano mientras los rivales pretenden pulverizarlo.
La película es despiadada con sus personajes, los coloca contra la pared, los desnuda, los examina poro a poro, hace un inventario de sus vidas, que no son tan triunfadoras como ellos creen y quieren hacerles creer a los demás, y entonces sólo les queda el recurso de la violencia y después las lágrimas para sentirse aliviados.
"Temporada de campeones" no es una película grata, no entretiene, no gratifica a quienes quieren invertir dos horas en la oscuridad y por el contrario, mortifica y duele contemplar esa especie de hara-kiri colectivo en que un entrenador, más sabio y más vivo que sus antiguos campeones, se encarga con el mismo método utilizado veinticuatro años atrás de sacarles todo el mal humor, todos los, ímpetus, toda la imaginación, toda la sangre para que reaccionen, para que salten, para que corran y también para que intenten destruirse mutuamente
Lo que comienza con sonrisas y cervezas y palmadas en la espalda y ganas de ayudar al amigo que es un político torcido, porque en el fondo es un simple ingenuo que piensa que la gloria le llegará de arriba, lo que arranca como la celebración sana y espontánea, poco a poco se convierte en un escrutinio devastador y salvaje -de sus vidas, año por año, dólar a dólar, mujer a mujer hasta llegar al descubrimiento triste de que uno de ellos, con el conocimiento de los demás, se acostaba con la esposa del otro. Pero eso no es suficiente, el dolor tiene que llegar más hondo, la herida ya que fue abierta tiene que rozar el hueso y los amigos siguen golpeándose, hiriéndose, insultándose, degradándose mientras el entrenador, como una deidad cínica, los va empujando hasta ciertos límites, hasta donde ellos mismos descubren que estár simplemente acumulando y descargando al mismo tiempo todas las tensiones, toda la rabia, todas las frustraciones, todas las envidias de esos años pasados.
Los campeones son perdedores, se acostumbraron a la mediocridad, se acostumbraron a las trampas y las zancadillas y ahora cuando miran la realidad a traves de este inventario se sienten miserables aunque ahí esté el trofeo que alguna vez, más sanos, más puros, más valiosos, pudieron alzar ante los demás.
Como análisis profundo de la conducta humana esta película es una tortura por su sinceridad y su coraje: los diálogos son formidables, directos, simples y las situaciones cada vez más violentas, más emocionantes corresponden a una mirada tierna y afectuosa a esa edad en que los campeones todavía piensan que pueden seguir saltando hacia la malla, con la pelota en la mano, oyendo las ovaciones sin saber que el único eco que escuchan, además de su respiración cansada, es la conciencia que los hostiliza.
Con esta película, Jason Miller se inscribe en el grupo de realizadores norteamericanos (Robert Altman, Paul Mazurski, Arthur Penn, entre otros), que han mirado con curiosidad de botánico ese fenómeno de la descomposición de los triunfadores cuando entienden que los aplausos se han acabado y que los premios, ahora, tienen que adquirir esa pátina verdosa que les llega a todos, aun a los más audaces. --