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Los mundos literarios

A través de palabras, de imaginación y de nostalgia poetas y escritores se han encargado de que ciudades, pueblos y aldeas, aparentemente reales, nazcan como un mundo no tan sencillo de alcanzar.

30 de junio de 2002

"En el fondo ?dijo Gregorovius?, París es una enorme metáfora". Con esta frase, con la que Julio Cortázar dio inicio al capítulo 26 de Rayuela, podría condensarse lo que muchos críticos han afirmado sobre la más famosa novela del escritor argentino: el principal protagonista de su obra es París. La pregunta se repite a lo largo del capítulo "¿Pero por qué París es una enorme metáfora?".

En la ciudad que él describe anda, por ahí, La Maga, caminando, sin saber que en cualquier momento podrá encontrarse a Oliveira. Pueden estar Ronald o Etienne hablando de jazz. Pueden andar miles de personajes deambulando sin saber que el azar cambiará radicalmente sus destinos. Por ello, la París de Cortázar no es una ciudad que se pueda visitar tan fácilmente. Es una enorme metáfora, siguiendo a Gregorovius. "La Maga había encendido otro Gauloise y canturreaba. Estaba tan cansada que ni siquiera le dio rabia no entender la frase. Como no se precipitaba a preguntar según su costumbre, Gregorovius decidió explicarse".

Y lo hizo, no sin antes traer a colación a varios pintores de la escuela de París de comienzos del siglo XX. Lo explicó hablando de Wilfredo Lam y de Tingueley. Y de su infancia cuando las niñeras, para poder hacer el amor con tranquilidad, lo dejaban en un salón lleno de alfombras y tapices. "Una de las alfombras representaba el plano de la ciudad de Ofir, según ha llegado al occidente por vías de la fábula. De rodillas yo empujaba una pelota amarilla con la nariz o con las manos, siguiendo el curso del río Shan-Ten, atravesaba las murallas guardadas por guerreros negros armados de lanzas, y después de muchísimos peligros y de darme con la cabeza en las patas de la mesa de caoba que ocupaba el centro de la alfombra, llegaba a los aposentos de la reina de Saba y me quedaba dormido como una oruga sobre la representación de un triclinio. Sí, París es una metáfora. Ahora que lo pienso también usted está tirada sobre una alfombra. ¿Qué representa su dibujo? ¡Ah, infancia perdida, cercanía, cercanía!" .

Varios de sus lectores más acérrimos han seguido sus pasos. "Cuando estuve en París, en 1993, yo andaba perdido con mi pareja y de repente nos detuvimos en una calle que no tenía nombre. La sorpresa fue grande cuando nos dimos cuenta que estábamos en la Rue de Seine, en la misma calle donde comienza Rayuela. Y vi la Quai de Conti y, un poco lejos, el Pont des Arts, tal como en el libro", cuenta con emoción el librero Alvaro Castillo.

Pero esta visión literaria de París es apenas una en medio de las miles de páginas que los escritores han dedicado a la capital francesa. "¡Ah, ya llega la primavera! Y Dios sabe que, cuando la primavera se acerca a París, el más humilde de los mortales ha de sentir que vive en el paraíso? París está lleno de mendigos, de gente pobre: la legión de mendigos más orgullosos y pobres que haya pisado la tierra, me parece a mí", relata Henry Miller en Trópico de Cáncer. Desde Balzac hasta Hemingway, o desde Alfredo Bryce Echenique hasta Milan Kundera, la han descrito a través de historias inmortales.

Esa ha sido una constante con las principales ciudades del mundo. Los escritores, a través de las palabras, les han dado otro carácter, otras dimensiones, que llegan a lo más hondo de los lectores. De allí que se oiga con frecuencia hablar del Buenos Aires de Borges, la Lisboa de Pessoa, la Praga de Kafka, la París de Proust, la Nueva York de Paul Auster y la Dublín de Joyce, entre tantas otras. Cada narrador, como si se tratara de una pintura, ha ido esbozando una ciudad diferente a pesar de que, en apariencia, es la misma, una sola. Pero no es así. Siempre son ciudades diferentes y los lectores así lo perciben. La ciudad, para sus creadores, no es sólo el contexto geográfico de las historias que narran sino una acumulación de sensaciones, de estímulos.

"El Buenos Aires de Borges no fue simplemente el telón de fondo de gran parte de su obra, sino la materia de la que éste se alimentó en enorme medida. Su literatura ?sobre todo su primera poesía? nació de la emoción que le produjo el descubrimiento y la contemplación de sus barrios? Hasta sus más profundas reflexiones metafísicas, como la 'Nueva refutación del tiempo', nacieron de una experiencia en una calle pobre de Palermo", afirma Carlos Alberto Zito, autor del libro El Buenos Aires de Borges.

Borges siempre se preocupó por describirla en una época específica. Según Zito, aun en las páginas escritas en los años 80, la ciudad a la que se refiere el escritor argentino nunca pasa de 1940: "En aquel Buenos Aires, que me dejó, yo sería un extraño./ Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos./ Alguien casi idéntico a mí, alguien que no habrá leído nunca esta página,/ lamentará las torres de cemento y el talado obelisco".

Creatividad y nostalgia

"La cuestión es construir el mundo, las palabras vendrán por sí solas? El primer año de trabajo en mi novela estuvo dedicado a la construcción del mundo", confiesa Umberto Eco en Apostillas al Nombre de la rosa. Una idea también muy borgiana y que ha derivado en el nacimiento de importantes novelas.

Macondo, de García Márquez, es un ejemplo claro del mundo que el autor tenía en mente: "José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de 30 años y donde nadie había muerto".

De igual manera William Faulkner creó Yoknapatawpha, inspirado en pueblos cercanos al Missisipi, mientras que el uruguayo Juan Carlos Onetti fundó en su libro a Santa María. "Esa ciudad es de las más sugestivas de la literatura. Es una fusión de Buenos Aires, un poco de Montevideo, y otras ciudades del Río de la Plata. Hay una sensación de una ciudad ruinosa, degradada", comenta el escritor Juan Gustavo Cobo Borda. El mexicano Juan Rulfo recreó a Comala, donde "El camino subía y bajaba: sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja".

Onetti confesó que alguna vez alcanzó a hacer un plano de Santa María aunque lo perdió rápidamente. Eco tuvo su mundo tan claro que hasta sabía cuánto tiempo debía tomar el recorrido de los monjes entre dos puntos. Si iban hablando, "el diálogo no podía durar más que dos o tres minutos. Yo hice la cuenta", advirtió Eco.

Pero no sólo es cuestión de imaginación o de creatividad. Muchos escritores han confesado que detrás del nacimiento de una ciudad, o de la descripción de un nuevo mundo, y de tantas historias que allí transcurren, hay un hondo sentimiento de nostalgia, de tristeza, de un deseo que ese espacio físico ?por instantes reconocible? se torne lo más cercano y perfecto posible.

Porque si Macondo tiene notables referencias a la Costa Atlántica colombiana, Santa María de Onetti también tiene una evocación clara: "Si Santa María existiera es seguro que haría allí lo mismo que hago hoy, pero naturalmente, inventaría una ciudad llamada Montevideo. Yo viví en Buenos Aires muchos años, la experiencia de Buenos Aires está presente en todas mis obras de alguna manera. Pero mucho más que Buenos Aires está presente Montevideo, la melancolía de Montevideo. Por eso fabriqué Santa María, fruto de la nostalgia de mi ciudad", confesó.

Y qué decir del cubano Guillermo Cabrera Infante, quien abandonó la isla desde 1965. Su libro La Habana para un infante difunto, publicado en 1969, no fue suficiente. Incluso, hace siete años, cuando escribió Delito por bailar el chachachá, no pudo ocultar lo inevitable: "La ciudad es siempre la misma. ¿Tengo que decir que se llama La Habana?".

Para él la ciudad sigue intacta, lejos de los turistas que la visitan, curiosos, mirando a sus habitantes como si se trataran de ratones de laboratorio.

Jorge Luis Borges tampoco escapó a la melancolía. "Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente;/ los años que he vivido en Europa son ilusorios,/ yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires", consignó en su poema Arrabal. Pessoa también, en sus versos, dejó en evidencia lo que sintió tras volver a Lisboa: "Otra vez vuelvo a verte,/ ciudad de mi infancia pavorosamente perdida?/ Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí?/ ¿Yo? Pero, ¿soy el mismo que aquí viví, y aquí volví?/ Otra vez vuelvo a verte,/ con el corazón más lejano, el alma menos mía".

Esos sentimientos, esa nostalgia, esas palabras cargadas de emociones es lo que ha hecho que estas ciudades adquieran un valor distinto. Recorrer estos mundos que podrían parecer reales no es tan fácil. "Me gusta tanto Buenos Aires que no me gusta que les guste a otras personas. Es un amor así, celoso?. Es una ciudad demasiado gris, demasiado grande, triste ?les digo?, pero eso lo hago porque me parece que los otros no tienen derecho de que les guste", dijo Borges.

Cada escritor le dio su propia luz a las ciudades. Tal vez las calles, los suburbios, los hoteles, los cafés, en donde han nacido los mejores pasajes de la literatura parezcan, por momentos, alcanzables. Pero no es tan sencillo. Ya lo sentenció Italo Calvino, creador de tantas ciudades invisibles: "Las ciudades, como los sueños, están hechas, antes que nada, de deseos y temores".