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LOS OLVIDADOS DEL PLATA

Dos escritores argentinos rescatados de la noche de la dictadura

12 de agosto de 1985

HAROLDO CONTI. "Sudeste".
Madrid: Ediciones Alfaguara S.A., 1985. 212 págs.
ANTONIO DI BENEDETTO. "Zama". Madrid: Alianza Editorial, 1985. 214 págs.
En la mayoría de las ocasiones las literaturas giran en torno a escritores de una trayectoria que acapara todas las miradas y nos conduce a olvidar, cuando no a desconocer por completo, otras figuras que tienen ganado un derecho a ocupar un destacado lugar en nuestras historias literarias. Al menos, si esta afirmación es para algunos excesiva, un lugar de preferencia en la escogencia de los lectores. Un desprevenido encuentro inicial, una curiosidad de pronto inusitada, una lectura atenta de un autor hasta entonces desconocido, es suficiente para sostenerse con firmeza en la aseveración anterior.
Este y no otro es el caso de dos figuras de las cuales, si bien es cierto se han oído a veces comentarios y circulan algunas de sus obras, la marginalidad--como si se tratara de otros de sus personajes--ha sido la característica más definitoria. Se trata de Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto, ambos argentinos. Del primero se encuentran en las librerías "Mascaró", "En vida" y otros. Alfaguara acaba de reeditar--febrero de 1985--"Sudeste", la novela que le valiera en el año de su publicación, 1962, el Premio Fabril. Del segundo, también hay varias obras en circulación, entre ellas, un volumen de cuentos. "Caballo en el salitral". Alianza Editorial reeditó este año "Zama", la novela que le hizo acreedor en 1978 del Premio "Europa-América Latina". Y sin embargo, ninguno de los dos figura en la mayoría de esas enjundiosas y tradicionales historias de la literatura latinoamericana. Uno de ellos, Conti, apenas en la infame lista de desaparecidos, como tantos otros argentinos cuyo destino quedó al arbitrio de la cafila militar.
"Sudeste" narra la historia de un boga que vive o merodea por las bocas del Paraná, de un hombre que vi ve y muere en el río y en todo es semejante a él. "No aman el río--comentó Conti en alguna ocasión--sino que no pueden vivir sin él. Son tan lentos y constantes como el rio. Y, sobre todo, son tan indiferentes como el rio".
Y ese boga realiza, a lo largo de la novela, un viaje interior, callado--el diálogo apenas sí aparece--, tan lento, tan constante, que a ratos hace pensar que el ritmo de su pensamiento y por consiguiente el de la narración, está determinado por el movimiento de las aguas en su indiferente transcurrir.
Un viaje que no conduce a ningún sitio, ni el de su pensamiento, ni el de su bote. Ambos son un deambular sin norte, sin puerto, más parecido a la espera de alguien que ha renunciado a todo o casi todo. Pero hay una recóndita, por imposible, ilusión que lo sostiene: poseer un día--cuál, no importa--un barco, un barco de verdad. Como el "Aleluya", paradojas del azar el barco varado y podrido en una orilia olvidada de ese inmenso estuario, sobre el que agoniza durante más de diez páginas y finalmente muere.
Una trayectoria similar, aunque en circunstancias diversas, es la del protagonista de "Zama", la novela de Di Benedetto. Don Diego de Zama es un antiguo corregidor que espera con una impaciencia que más se parece a la desesperanza, un nombramiento que lo proyecte en la sociedad y lo coloque más cerca de los círculos de la corte. Ambientada en el Paraguay a finales del siglo XVIII, la novela cuenta con una morosidad exacerbante, los avatares de este hombre despojado de pasado--"El pasado era un cuadernillo que se me extravió"--y marginado de un futuro que no llega, como si se encontrara en una especie de limbo social, mientras la ambición y la espera corroen su estabilidad moral, física y síquica, hasta destruirlo por completo. Y en esta espera, que también es búsqueda y viaje interior, el amor, como el futuro, nunca llega.
"Zama" se inicia con una dedicatoria que marca la pauta para todos los acontecimientos posteriores: "A las víctimas de la espera".
Varios elementos constitutivos emparentan estas dos novelas, creando extrañas similitudes en el tratamiento de los aspectos esenciales de la narración. El más notorio sería el lenguaje.
Cada uno posee el propio, claro está, pero asombra--por decir lo menos- la perfecta sobriedad de la expresión y los recursos a que cada uno echa mano. Así lo expresan Borges, Cortázar y Mujica Laínez en las sendas cartas que recoge la edición de "Caballo en el salitral". Para Borges además, Di Benedetto ha alcanzado su maestría en forma indiscutible: "Usted ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome". Creo que Borges compartiría con nosotros la opinión de que igual cosa sucede con la novela de Conti.
Otro elemento seria, la inconmensurable soledad de los personajes. Una soledad arrolladora que como las tormentas o el aislamiento acosa a los protagonistas hasta despojarlos de toda voluntad y dejarlos a merced de la azarosa fatalidad de los acontecimientos.
Podríamos enumerar otros, pero es también labor del lector ir detectando estas similitudes, estos vasos comunicantes--si se quiere--. Lo que sí es indiscutible en todo caso es que como lo señalara Borges hace ya mucho tiempo: "Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual". El hallazgo de "Sudeste" y "Zama" nos brinda la posibilidad de comprobarlo nosotros mismos. -