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"LOS TEORICOS DEL ARTE DEBEN ATERRIZAR"

El pintor Armando Villegas analiza los desfases entre la crítica de arte y la actividad artística.

28 de marzo de 1983

Siempre he creído que los teóricos de la realidad latinoamericana, en especial los teóricos del arte, deben aterrizar. Y deben hacerlo por voluntad propia antes de que la misma realidad de la plástica de nuestros países los obligue, como siempre ocurre en estos casos, a un aterrizaje forzoso.
Cuando existe alejamiento conceptual o formal de quienes opinan sobre la piel de nuestra evolución estética quedan invalidados sus juicios porque éstos ignoran las turgencias y el calor de esa piel y, por lo tanto, la sangre y la carne que palpitan debajo. Por eso he señalado, por ejemplo, que en Colombia no hay critica de arte, particularmente en lo que hace a la pintura, salvo honrosas excepciones. Claro que ésta es una apreciación que bien podría ser aplicada a muchos países de nuestra América.
El primer desfasaje de los críticos y otros teóricos comienza por el lenguaje. ¿Quién es capaz de entender lo que dicen? Supongo que muy pocos.
Detrás de las frases que con frecuencia se lanzan para juzgar una obra o la trayectoria de un artista se esconden conceptos, obviamente, pero se esconden tanto que uno termina ahogado en la telaraña sofisticada de los términos cósmicos. ¿Es acaso necesario utilizar palabras alambicadas para explicar cosas sencillas? Siempre he pensado que la respuesta es NO, y que justamente allí comienza lo que ha dado en llamarse la "elitización del arte". No en otros procesos, como el de la fluctuación por lo alto del mercado de obras, que son coyunturales y, por lo tanto, sujetos al tiempo. La distancia que existe en cambio entre la descripción de la actividad artística y ésta, es crónica, como ciertas enfermedades. El lenguaje de los teóricos tiende a dirigirse a un núcleo de atención siempre reducido. La realidad, naturalmente, tiende a seguir un curso bien distinto: el propio. Esta circunstancia limita sensiblemente, cuando no elimina por completo, las posibilidades de aporte positivo que debería hacer la teoría en la creación artística.
Es bueno señalar que las dificultades de expresión de los teóricos, su extraordinaria capacidad para enredarlo todo, nos afecta tanto a los artistas profesionales como a las nuevas generaciones de creadores y en especial a quienes por distintos rumbos aspiran a ingresar en esta dinámica, encontrando en esa compleja literatura que rodea la plástica una barrera a veces atemorizante. Un alumno que recién ingresa a una escuela de bellas artes debe, necesariamente, sentirse un extraño cuando la opinión que debería ser orientadora no le dice nada sobre un mundo que él recién comienza a transitar. O agredido cuando a la teoría sobre la estética se le suman ingredientes ideológicos cuyo resultado no es, necesariamente, la exploración artística. Pero estas impresiones, debo confesarlo, no son diferentes a las que yo mismo siento --y creo que la mayoría de quienes están en mi situación-- cuando me decido a leer esos pesadísimos despliegues retóricos de los teóricos.
El segundo desfasaje es la colonización conceptual. Esta circunstancia, tan común en nuestro continente, es la más peligrosa por la sutileza de su acción y la frustración que produce en las posibilidades creativas. Además, es peligrosa por su poderío, capacidad de infiltración, y arraigo tradicional en muchos de nuestros intelectuales. La imitación y el traslado sin discusión de los modelos creados en los países desarrollados cubre a un sector del pensamiento político, económico e incluso tecnológico; pero también a buena parte de la orientación estética.
La colonización en la teoría del arte puede resultar castrante cuando no deja que nada sea "bueno" en la creación si se aparta del esquema en boga en la metrópoli. Creo, sobre este mismo punto, que el necesario conocimiento y absorción de otras experiencias artísticas no significa que debamos someternos a una vergonzosa dependencia estética y conceptual de los países poderosos. Toda discusión sobre lo que hacemos en Colombia debe asentarse primordialmente en lo que existe representado como atributo de la conciencia e identidad nacional. Siempre, claro está, bajo la consigna de que Colombia es nuestro país y Latinoamérica es nuestra Nación.
¿Cómo escapar a este cinturón de hierro que parece imponernos la presión colonial? ¿Cómo anular, o por lo menos reducir, el evidente divorcio que existe entre la teoría del arte y la realidad que día a día plasmamos los artistas? Para la primera pregunta entiendo que existe una respuesta que es al mismo tiempo una propuesta: la investigación en las aulas de nuestras universidades. Debe haber una motivación cierta hacia la búsqueda permanente de nuevas formas de expresión. Para esto es necesario hacer bastante cirugía con los moldes académicos tradicionales. El dibujo del eterno modelo afirma la mano pero limita la capacidad de creación.
Debemos dejar volar la imaginación de nuestros discípulos. Ellos nos mostrarán el camino. Nuestro propio camino. Ante el segundo interrogante supongo que la respuesta podría darse con una formación del teórico --o crítico-- parecida a la del artista. Una estructuración metódica en los talleres universitarios daría como resultado a intelectuales y comunicadores con una visión clara para analizar lo que pasa con nuestros artistas. Un simple cursillo en un país metropolitano no otorga pasaporte para dar sentencia sobre una realidad nacional que nada tiene que ver con los movimientos estéticos de las sociedades desarrolladas. Y, después de todo, si las universidades preparan artistas, ¿por qué no podrían preparar teóricos y críticos del arte? Una adecuada formación de teóricos y realizadores del arte nos brindaría también adecuadas herramientas para marginar trasnochados vanguardismos.
En síntesis, éstos serían los puntos básicos para cerrar brechas que hoy existen entre las actividades mencionadas:
- Utilización de un lenguaje llano en la apreciación;
- Investigación y libre expresión de los discípulos en escuelas y talleres de bellas artes;
- Formación metódica de teóricos y criticos con base en nuestra propia evolución .
Todos estos elementos conjugados permitirían --a mi entender-- el reencuentro entre la teoría y la realidad de la pintura nacional. El necesario aterrizaje del que hablaba al comienzo.
Una decisión en tal sentido es impostergable porque teoría y trabajo artístico deben ir de la mano, avanzando en la misma dirección y respondiendo al mismo lema: afirmar la identidad cultural de nuestros pueblos.
Armando Villegas