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MADE IN JAPAN

A una Maltrecha Orquésta Sinfónica llega una violinista japonesa

8 de diciembre de 1986

Hace dos meses y con el propósito de permanecer aquí hasta 1988, Rika Seko, violinista japonesa de 23 años, dejó su país y vino a Colombia a reforzar el diezmado grupo de las cuerdas en una orquesta que, cada viernes, ante el público del Teatro Colón, exhibe las consecuencias de continuar trabajando sin 25 de los 97 músicos que conforman su planta de personal.
Poco antes de graduarse en la Universidad de Bellas Artes de Tokio, a comienzos de este año, Rika Seko pensó que una vía apta para entender más profundamente y tener una visión más amplia de la música clásica, era el conocimiento cercano del espíritu que los intérpretes de otros continentes le imprimen a una pieza, espíritu en el cual se conjuga el temperamento del músico con los rasgos generales de una determinada cultura.
Con esta perspectiva se enroló en el Servicio de Voluntarios Japoneses para la Cooperación con el Extranjero y al poco tiempo fue enviada a Colombia, como una respuesta de ese organismo a la petición oficial de nuestro gobierno a través de Colcultura en el sentido de incorporar 15 músicos nipones a la Orquesta Sinfónica de Colombia.
La violinista, sin embargo, no es la primera oriental que pertenece a la planta de la Sinfónica. Y tan antigua como la propia orquesta, es la presencia de artistas extranjeros en ella: rusos, italianos, franceses, alemanes y sobre todo norteamericanos. Su primer director, el maestro Olav Roots, conducía la Sinfónica de su país, Estonia, cuando fue invitado a ponerse al frente de la nueva agrupación en la cual se fusionó, en 1952, la Orquesta Sinfónica Nacional, creada por López Pumarejo en el 36. Hoy, a los predecesores de Rika Seko, alguien los recuerda vagamente como "dos japoneses que vinieron hace mucho tiempo".
A 34 años de su creación, la Sinfónica--con un presupuesto de inversión de 33 y medio millones de pesos--no tiene director titular desde finales del 84, carece de primer concertino, le faltan doce violines cinco violas, cinco violonchelos, y el jefe de grupo de los fagotes está próximo a retirarse. Es por esto que, bien mirada--en el contexto de un panorama económico en el que invitar a un director medianamente prestigioso cuesta de 800 mil pesos para arriba por concierto, mientras para el 87 se calcula un incremento de un millón y medio de pesos en el presupuesto de inversión--, la solicitud de Colcultura a los japoneses no resulta descabellada, pues se trata de un convenio de cooperación técnica no reembolsable pára Colombia.
El Servicio de Voluntarios al cual pertenecen Rika Seko y otros músicos esparcidos actualmente por Perú, Bolivia, Costa Rica y Honduras, es apenas una de las 23 secciones de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón, organismo que recibe anualmente cerca de cuatro mil becarios de países en desarrollo, envía técnicos, presta asesorias, realiza misiones de estudio e investigación, dona maquinarias y equipos, y exporta jóvenes voluntarios especializados en más de 130 campos técnicos, desde el mantenimiento de plantas energéticas hasta la determinación del sexo en los pollos. En 21 años de actividad, el Servicio de Voluntarios ha desplazado a más de 6 mil japoneses a 35 países de Asia, Africa, Medio Oriente, Oceanía y América Latina. A Colombia llegaron desde septiembre del año pasado, a raíz del convenio firmado nueve meses atrás, catorce expertos japoneses en forestación, medicina deportiva, horticultura, fruticultura, programación de computadores, conservación de alimentos, sismología, gimnasia, cerámica tradicional y lengua japonesa, requeridos por Colombia, y esperan turno solicitudes de 40 entidades nacionales.
Rika Seko, quien dará su primer concierto como solista en Colombia el próximo 21 de noviembre, nació en Tokio el 28 de abril de 1963. Hija de un hombre de negocios vinculado a una compañía metalúrgica, la pequeña Rika conoció una infancia marcada por el sino feliz de las mudanzas, primero de una ciudad a otra y luego de barrio en barrio de la capital. A los cinco años, con el violín que una tía le dio como juguete después de comprobar que su dueño (el primo de Rika) jamás llegaría a tocarlo, Rika reveló su primer interés por la música y al poco tiempo inició su estudio del instrumento.
Dos años más tarde, su padre trasladó la familia al campo, a una casa en la isla de Naoshima, situada en el mar interior de Setonaikai. Rika se convirtió entonces en una niña que viajaba cada domingo en barco a tomar su clase de violín, pues no encontraron un profesor en la isla. Posteriormente, de vuelta a Tokio, prosiguió su aprendizaje, con un profesor que no vivía tan lejos de su casa y, más adelante, tomó las clases televisadas de la estación Nippon Hosso Kyokai, de la cual recibió el primer premio en la sección de violin para niños de la escuela primaria. No obstante, sólo a los 10, tras haber iniciado estudios con el maestro Saburoh Sumi, especialista en la docencia para niños, Rika intuyó que su vida era la música. Y sólo al año siguiente, cuando ganó el Mainichi, uno de los mayores concursos del Japón para solistas de diversos instrumentos, comenzaron sus padres a pensar en lo bueno que sería tener una violinista profesional en la familia.
Ahora tiene 23 años y está aquí. Seguramente su presencia no va a salvar a una orquesta de la cual ya muchas voces han dicho que "la están dejando morir". Es posible que ni 15 músicos japoneses basten para salvarla.