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Madre sólo hay una

La problemática relación filial en una novela que en realidad es un libro de cuentos.

Luis Fernando Afanador
28 de noviembre de 2009

Tim Keppel
Cuestión de familia
Alfaguara, 2009
238 páginas

En la contraportada se anuncia Cuestión de familia como la primera novela de Tim Keppel tras publicar el libro de cuentos Alerta de terremoto. Si se lee entre líneas, eso significa que el buen cuentista que habíamos conocido debuta al fin en el género supremo de esta época, el más popular y el más comercial: la novela. ¿Tim Keppel llega a su mayoría de edad literaria y deja sus locuras juveniles de cuentista? Siento decirlo, pero este libro no es una novela: es un buen libro de cuentos, lo cual no es fácil ni es poco, aunque ello le produzca cierta vergüenza a su editorial.

Una madre posesiva y un hijo tratando de escapar a su yugo: tal es el tema que se retoma en cada uno de los relatos. Si lo leemos como una novela, es una historia que patina, reiterativa, débil en su trama y en el tiempo narrativo: la madre muere en el primer capítulo y luego aparece viva para volver a morir, y así sucesivamente. El hijo, igual: en Colombia, en Estados Unidos, en Colombia, en Estados Unidos, sin que nos importe mucho, lo mismo que el hecho de si accede o no a escribir las memorias de su madre. Si lo leemos como un libro de cuentos, despreocupados por avanzar en la supuesta acción unificadora que no existe, en vez de renegar –o abandonarla, puede haber ese peligro– nos vamos familiarizando con el mundo de Carl y lo que realmente importa: la afirmación de su deseo como un deseo distinto al de su madre. “Deseoso es el que huye de su madre”, decía Lezama Lima, tesis que suscribe Carl al pie de la letra aunque nunca haya leído al escritor cubano, a quien supera: Carl huye bastante más lejos de su madre que Lezama.

Lo que importa es el tema, no la trama. El mismo tema que es abordado en cada relato con un énfasis distinto (y, por cierto, con una prosa directa, escueta, efectiva). Por eso son autónomos y por eso, en conjunto, sus vasos comunicantes consiguen una visión unitaria. ¿Quién dijo que los libros de cuentos, como las novelas, no dan cuenta de un universo personal? Cortazariánamente dicho: los cocos aquí apilados pertenecen al mismo montoncito.