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Las dos caras de la obra de Germán Samper. La vivienda popular con la Ciudadela Colsubsidio y la arquitectura institucional con la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

HOMENAJE

Maestro del buen vivir

Una exposición en el Archivo de Bogotá, un libro y un documental rinden tributo a la obra de Germán Samper, el arquitecto bogotano referente de la vivienda popular de calidad.

30 de octubre de 2011

Germán Samper gritó: "¡Viva Le Cor-busier! ¡Abajo la academia!" en el aeropuerto de Techo, cuando el legendario suizo vino por primera vez a Bogotá, en 1947. Como joven estudiante que era, había leído Hacia una arquitectura, el libro que reúne la teoría de este maestro, y estaba decidido a ser su discípulo.

Y como en todos los objetivos que se ha trazado en la vida, nada lo detuvo. Después de un año de estudiar francés, se ganó una beca y aterrizó en la Ciudad Luz. Pero nada garantizaba que pudiera conseguir su sueño de entrar como aprendiz en el taller del famoso arquitecto. Y el primer intento fue un fracaso, a pesar de la ayuda de su amigo Rogelio Salmona, quien ya llevaba algunos meses oficialmente aceptado allí. Sin amilanarse, Samper prácticamente se coló por la puerta de atrás, pues obtuvo de uno de los encargados permiso para ir a trabajar por las noches sin que el maestro se enterara. Y así estuvo hasta el día que se encontró con él mientras conversaba en la puerta del taller con el embajador de Colombia en París, Fernando Londoño y Londoño. Entonces el diplomático, que conocía su situación y era amigo del maestro, le dijo: "Mire, este es el muchacho". Le Corbusier respondió que no lo conocía, pero que si ya estaba, pues podía continuar.

Así como en su momento se le metió en la cabeza que tenía que estar cerca del genio, tiempo después, al regresar a Colombia, a finales de los cincuenta, se embarcó, con la misma obstinación, en la tarea de crear viviendas sociales dignas, con espacios e infraestructura para que además de techo proporcionaran bienestar.

Su obra tiene dos facetas. Por un lado está la de los edificios levantados en concreto, que diseñó como socio de la firma Esguerra Sáenz Samper. Aquí figuran varios hitos urbanos del país, como el edificio de Coltejer en Medellín, la sede del Sena o el edificio Avianca en Bogotá. También construcciones institucionales como el Museo del Oro y la Biblioteca Luis Ángel Arango, en donde se destaca la sala de conciertos. "Una verdadera joya que habla de la sensibilidad de un profesional que también sabe tocar el piano, en donde la geometría invita al visitante a dejarse envolver por un espacio místico, íntimo", asegura el arquitecto Alberto Escovar.

La de este tipo de edificios "fue una época en la que las grandes firmas estaban compuestas por tres arquitectos reconocidos: uno dedicado a la construcción; otro, al diseño y otro, a jugar golf para conseguir clientes. Lo de Samper fue el diseño", recuerda con humor Carlos Niño Murcia, profesor de la Universidad Nacional y conocedor de su obra. "Sus trabajos en esta línea abrieron el camino para la experimentación con el concreto en Colombia", complementa Escovar.

No cualquier vivienda

Pero si algo marca la obra de Samper es la vivienda popular. Su primer proyecto en este campo fue la urbanización La Fragua. María Cecilia O'Byrne, curadora de la exposición en su honor, relata cómo este proyecto nació el día en que su chofer le dijo a su esposa: "'Yo quiero tener mi casa'. Ella preguntó que sí tenía la tierra y la plata, y a ambas respondió que no, pero que las conseguía", recuerda. Ante esta demostración de tesón, ambos decidieron apoyar a familias interesadas en construir 'su casita'. Todo esto en una época en la que las ciudades crecían a pasos acelerados por la llegada de mano de obra a las fábricas y de desplazados de la violencia.

Así surgió el primer proyecto de autoconstrucción dirigida del país, un modelo en el que los futuros dueños construyen el hogar con la asesoría de profesionales. Mientras Samper diseñaba, su esposa, Yolanda Martínez, preparaba "a los hombres y mujeres para que pudieran responder con fe y disciplina al trabajo duro de la autoconstrucción", según relata en el libro publicado como parte del homenaje.

"En La Fragua, Samper se encargó de conseguir el predio, la financiación, realizó el diseño urbano y arquitectónico y capacitó en construcción a los futuros usuarios para que levantaran sus propias casas. Una iniciativa en donde dejó escrito para siempre la responsabilidad que tiene un arquitecto con su oficio: tiempo y gente", asegura Escovar. "Lo que hacía Samper no era simplemente un loteo; trataba de crear espacios para propiciar la construcción de comunidad", apunta Niño.

Repitió esta experiencia después, en dos emprendimientos similares: Sidauto y Carimagua, ambos en Bogotá. Luego diseñó varios proyectos en los que la construcción ya corría por cuenta del Estado. Uno de ellos fue en Lima: Previ, en 1969, que nunca llegó a realizarse. Uno que sí se concretó fue la Ciudadela Real de Minas, en Bucaramanga. Quería "poner en marcha una nueva alternativa, un nuevo paradigma" para construir vivienda popular en todo el continente.

En ese paradigma también fue importante el concepto de la vivienda productiva, casas con un espacio que sus propietarios podían adecuar como local o taller. "Se iba con su bloc y su lápiz a recorrer los barrios para hacer encuestas, levantamientos para tratar de entender cómo vivía la gente, qué necesitaba, cómo ofrecerles soluciones. Anotaba el nombre, qué pidieron, cómo lo pidieron", explica O'Byrne. Este fue su método cuando hizo parte del equipo que en 1971, y por encargo de Planeación Nacional, Planeación Distrital y el ICT, fijó unas normas mínimas para la construcción de vivienda popular en Colombia.

Cumplió con creces esas normas mínimas en 1984, cuando tuvo a su cargo el diseño de la Ciudadela Colsubsidio, en el occidente de Bogotá, obra en la que pudo materializar buena parte de su trabajo de investigación. Aquí, de nuevo, el espacio urbano es prioridad. Y también el equipamiento: cuenta con biblioteca, teatro, parques y amplias vías peatonales. Samper habla de este como "un proyecto humanizado, que da prioridad al hombre sobre el automóvil". Y es que el ser humano siempre ha sido su prioridad sobre la teoría e, incluso a veces, sobre la calculadora.