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En su más reciente disco María Mulata continúa su exploración del folclor colombiano. | Foto: Lucho Marino

MÚSICA

Los múltiples cantos de María Mulata

Una grata sorpresa entre las nominaciones al Grammy Latino este año es la de María Mulata. La artista independiente logró un disco de factura artesanal y mucho sentimiento.

Juan Carlos Garay
19 de octubre de 2013

Cuando conocimos a María Mulata, allá por el año 2006, era una investigadora acuciosa del folclor, que recorrió más de 300 kilómetros entre La Boquilla y Turbo para entrevistarse con media docena de cantaoras y otros tantos tamboreros. Todos sus hallazgos musicales quedaron registrados en un primer álbum, Itinerario de tambores, que hoy es una especie de enciclopedia del canto afrocolombiano.

Pero una vez demostrado que era una buena estudiante, tenía que llegar una siguiente etapa que implica mayor complejidad. ¿Qué hacer con todo lo aprendido? ¿Cómo utilizar esas herramientas en favor de una expresión más personal? Y ahí es donde su tercer disco, llamado De cantos y vuelos, logra lo notable (sobre todo en casos como el suyo, en que la voz ha pasado por un entrenamiento lírico): descorrer el velo de la técnica para mostrarnos un retrato directo del alma.

Hace unas semanas lo explicaba ella misma en una entrevista emitida por Javeriana Estéreo: “Todo ese aprendizaje del ‘Itinerario de tambores’ fue para mí encontrarme con esas raíces, aprender a cantar como las maestras. Pero ‘De cantos y vuelos’ ya es la búsqueda de un propio sonido. Todos los discos son un proceso y cada grabación es un peldaño, un aprendizaje, un descubrimiento. Yo siento que en este disco he encontrado un sonido propio, un sonido que es diverso pero que por fin concreta todos los elementos que hay en mi voz”.

Y los elementos son múltiples. Hay por ejemplo un canto huitoto que no sabemos de qué habla (es la única canción cuya letra no aparece en el cuadernillo), pero que comunica un aura ritual. Hay un paseo vallenato, algunos juegos con la copla popular y hasta una canción de cuna que le permite explorar los melismas del canto flamenco.

También aparecen, desde luego, chalupas y bullerengues porque son la parte más visible de su esencia: de algún modo ella seguirá siendo la chica de la pollera, la discípula de Etelvina Maldonado. Pero esta vez la aproximación es, digamos, menos antropológica. Por encima de una base de tambores oímos clarinetes radiantes, guitarras imaginativas y, en fin, arreglos que aportan nuevas armonías y subrayan la emoción de estas canciones. Es increíble cómo esos arreglos le permiten pasar del humor desfachatado de Yo no vuelvo a trabajar al relato agridulce de un amor prohibido en Las olas de la mar.

Todo ese sonido, todo lo que sucede más allá de los tambores, es quizás el gran acierto de este disco. No se trata de agregar muchos instrumentos para ‘internacionalizar’ estas expresiones locales (un pequeño pecado que cometía, a ratos, su segundo disco). Más bien el secreto está en aplicar la intuición, decidir qué instrumentos emplear y dejarlos que intervengan de una manera sencilla, suficiente.

Casi al final, María Mulata nos regala un bambuco de su invención. Entonces se completa el cuadro, porque en ese momento ella vuelve a ser Diana Hernández, el nombre de pila con que se entrenó durante varios años en el circuito del Festival Mono Núñez de Ginebra, Valle, llegando incluso a ganar el Gran Premio hace diez años.

“El poeta Aurelio Arturo hablaba de Colombia como el país en donde el verde es de todos los colores”, recordaba en aquella entrevista Diana, ¿o María? En fin, es que ella también es una voz y muchas voces simultáneas. Y concluía diciendo: “Precisamente la música de este disco pretende mostrar todos los colores de una cultura rica, diversa”.