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Al margen de la publicidad, Carolina Samper expone en el Museo de Arte de la Universidad Nacional.

1 de noviembre de 1982

La Universidad Nacional ha estado en la primera plana de las noticias de los últimos días relacionada, como sucede la mayoría de las veces, con la agitación estudiantil. Pero la universidad es mucho más que lo que merece su mención en las primeras páginas de las noticias. Al ambiente gratamente democrático que se respira en los predios de la Ciudad Universitaria se puede añadir una actividad cultural, que no es muy publicitada, pero que aún siendo numerosa es algo insuficiente para una población de 25.000 personas.
Al dinamismo de cine-clubes, conferencias y bibliotecas se unen dos centros que son los promotores del mayor movimiento cultural de la universidad; el auditorio León de Greiff, sede permanente de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y poseedor tal vez de la mejor acústica del país, y el Museo de Arte que interesantemente fue el originador del Museo de Arte Moderno de Bogotá. El Museo de Arte de la Universidad Nacional fue fundado por el difunto Eugenio Barney Cabrera y ha sido escenario de muestras seminales dentro de la historia del arte colombiano como aquella organizada en 1968 por Marta Traba llamada "Espacios ambientales" que dio origen a lo que podría titularse el afianzamiento de la vanguardia en Colombia.
Durante los pasados cinco años, el museo ha visto reducidas sus actividades debido a la falta crónica de fondos (igual sucede con la universidad) y a la especie de inercia que parece también ser crónica con sus últimos directores. Sin embargo, la institución ha realizado en ese lapso exposiciones importantes como retrospectiva de Pedro Nel Gómez y Santiago Cárdenas muestras fotográficas como "Arquitectura en tierra" sobre las formas típicas de la construcción con bahareque; y muestras individuales de profesores y alumnos de la facultad de artes, unas buenas, otras no muy buenas pero siempre con el ánimo de informar (¿y educar?) a la comunidad universitaria. De todos modos, siempre ha quedado la impresión de que el museo (y la universidad) pueden hacer más de lo que hacen actualmente con esta sala que es uno de los mejores espacios que existen en Colombia para colgar exposiciones.
Como un ejemplo de los buenos hasta mediados del mes de octubre exhibe en la sala principal del museo, la profesora Carolina Samper, quien muestra una serie de exquisitos óleos sobre el tema genérico de equilibristas acompañados de dibujos en carboncillos, que funcionan como referencias y como bocetos preparatorios. Algunos de estos bocetos son supremamente grandes, lo que hace que la idea de la mezcla tome un cariz progresista, ya que se quiere dar a entender que el estudio previo de los temas sugirió la técnica a emplear en los óleos.
Estos están elaborados sobre tela belga de una textura fina; el óleo es aplicado en capas muy delgadas con lo que se logra el efecto especial de una trasparencia de matices líricos que es la calidad más eficientemente trabajada en la serie. Los colores se mueven dentro de la escala del beige, el ocre, el rosado, el azul y el verde claros. El talento colorístico de Samper es indudable y es una sorpresa grata en un medio que, como el nuestro, está paulatinamente olvidando cómo combinar tonalidades para poner más atención a mensajes personales bastante cuestionables.
Todas las pinturas se refieren a equilibristas de circo ensayando en la gran soledad de las carpas; a veces la pintora los muestra en primeras planas, otras son apenas figuras diminutas que se pierden en la inmensidad del espacio y como no se hallan fuertemente contrastadas en color, la sensación que producen es la de un misterio extrañamente razonado, una especie de soledad que únicamente puede conectarse con la tarea de la propia artista. Ella, como el equilibrista, necesita del distanciamiento, de la soledad, para llevar a cabo su trabajo. Los dibujos acompañantes nos aclaran que la labor ha sido ardua, prolongada pero sobre todo, estudiada.
La actitud general al componer los cuadros ha sido la de desarrollar una atmósfera adecuada a través de la inteligencia y delicadeza con que se contrastan los tonos, mientras que la figura no es sino una anécdota. La serie es en realidad acerca del equilibrio más que sobre equilibristas. Las referencias históricas más cercanas en el trabajo de Samper sólo se pueden relacionar con la pintura de la Bauhaus alemana de mediados de la década de los veinte y, especialmente, con el trabajo del maestro norteamericano Lyonel Feininger, quien realizó pinturas usando pequeñas figuras perdidas en la inmensidad de ciudades geométricas.
Las obras de Carolina Samper son básicamente abstraccionistas, su interés no radica en la descripción exacta de personas o de ambientes, sino en la intención de despertar un sentimiento de recogimiento en el espectador; de aquí se desprende el uso de un formato pequeño que hace los trabajos muy íntimos y al mismo tiempo llenos de un sabor pictórico excepcional. Al fino sentido del color y de la composición y al efectivo método para crear atmósferas personales, Samper añade una dosis de lirismo que sólo nos deja deseando su irrupción en el mundo difícil de la abstracción total.
Se puede inferir del ejemplo anterior que la Universidad Nacional tiene tantas facetas como personalidades que la componen y que la investigación en todos los campos se mantiene activa a pesar de los continuos cierres, que la comunicación entre estudiantes y profesores, en la mayoría de los casos, es abierta y desprejuiciada, y que la experimentación y actualización de muchos docentes, como lo demuestra el caso particular de Carolina Samper, es tan discreta y esencial como disparatada es la idea de querer asociar a la institución con asesinatos de niños.
José Hernán Aguilar