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Esta antología incluye autores de varias nacionalidades, admiradores del deporte blanco. Entre ellos, el argentino Guillermo Martínez y el estadounidense David Foster Wallace.

LIBROS

‘Match point’

Se podría pensar que el tenis, menos dramático que el boxeo y menos popular que el fútbol, no ha producido una gran literatura. Esta antología, con escritores de varias generaciones y nacionalidades, demuestra lo contrario.

Luis Fernando Afanador
3 de agosto de 2013

CUENTOS DE TENIS
Varios autores
Alfaguara, 2012
229 páginas

Cuentos sobre tenis: este era un libro que andaba buscando hace años y sinceramente no creía que pudiera hacerse. Porque el tenis, menos dramático que el boxeo y menos popular que el fútbol, no ha producido mucha literatura. Pero aunque escasa, la había, y de gran calidad como lo viene a demostrar esta antología de Liliana Heker en la que hay historias tenísticas de Somerset Maugham, Adolfo Bioy Casares, David Foster Wallace y John Updike, entre otros muy buenos escritores.

Por supuesto que el tenis tiene todos los elementos para ser un tema literario: hay épica, soledad, derrota. Y hay belleza. En sus conversaciones con Paul Auster, J. M. Coetzee dice que al ver jugar a Roger Federer en su época dorada pensaba en términos estéticos: “Federer haciendo una volea cruzada de revés(...):? acabo de ver algo que es al mismo tiempo humano y más que humano; acabo de ver algo que viene a ser el ideal humano materializado”. 

El tenis saca a relucir las debilidades y las virtudes humanas: la solidaridad y el egoísmo, la caballerosidad y la vulgaridad. Y también tiene su lado filosófico: hay ensayos que comparan la práctica del tenis con el budismo. Al igual que en el ejercicio budista del tiro al blanco, en el tenis, durante una o dos horas, el jugador que se concentra puede conseguir ser uno con el objetivo, la bola, y de esa manera hacer que la mente permanezca en el presente, alejada de los recuerdos y los deseos, de la pesada carga del Yo.

Por ser de elite, posee una aureola de misterio y fascinación. Aunque esto último es cada vez menos cierto. Gracias a la televisión, que lo sacó de la privacidad de los clubes, se ha democratizado cada vez más. Ya no es el exclusivo y aséptico deporte blanco; el consumo y el dinero que se mueven a su alrededor lo han convertido en otro deporte masivo que invade casi a diario las pantallas de los hogares, con torneos en todos los lugares del mundo. 

En mi caso, adolescente de clase media interesado solo en el baloncesto y el fútbol, abrí los ojos al tenis en los años setenta, cuando en una Copa Davis, Iván Molina y Jairo Velásquez derrotaron al equipo norteamericano, algo impensable e insólito que revivía para mí la vieja fábula de David contra Goliat.

El tenis y su entorno: sobre esos dos ejes gira la narrativa de esta antología que reúne a escritores de varias épocas y nacionalidades. Fabio Morábito, cuenta una historia de poder y seducción; Guillermo Martínez, explora el morbo y la “felicidad repulsiva” que emana de una familia de buenos tenistas; Daniel Moyano lo utiliza para mostrar los abismos infranqueables de clase en una pareja y John Updike, como telón de fondo de otra pareja que se derrumba. 

A Paul Theroux le sirve para recrear las tensiones y los odios entre ingleses y japoneses después de la guerra; a Somerset Maugham, para ironizar sobre la sabiduría de los padres; David Foster Wallace hace una sátira de los deportistas sin otra cualidad que sus aptitudes deportivas (becados en las grandes universidades); J. P. Donleavy recuerda al antiguo Wimbledon de raquetas de madera; William T. Tilden evoca el tenis clásico. 

Adolfo Bioy Casares, como era de esperase, nos trae un divertido relato galante en un club de tenis. Margot, una rubia generosa de carnes y de espíritu, ha decidido premiar la nobleza y el desprendimiento de los jugadores de una manera especial, con ‘el don supremo’: “De acuerdo a todas la previsiones, en la zona arbolada y realmente oscura, la muchacha aseguró que yo merecía una recompensa. Me volví hacia ella. Mi canallesca sonrisa de cómplice vaciló ante su desprevenida ingenuidad. No me acobardé. La cubrí de besos. Gimió como si ya estuviéramos en la cama”.

El problema es que el marido de Margot, un hombre robusto, vive atento a castigar a quienes no estén a la altura de la magnanimidad de su esposa: “Al cabo de un mes o dos, mi señora me da cuenta de sus quijotadas, una por una, y yo, cuando el caballero no se comporta como tal, a renglón seguido procedo a castigarlo con toda esta fuerza que Dios me ha dado”.