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La talentosa Michelle Williams interpreta a la gran diva como una mujer talentosa pero terriblemente caprichosa. También muestra la complicada relación con sus amantes.

CINE

Mi semana con Marilyn

Basada en la biografía de Colin Clark, esta cinta pierde la oportunidad de retratar a uno de los personajes más complejos del siglo XX y se limita a una sonsa historia de amor.

Manuel Kalmanovitz G.
17 de noviembre de 2012

Director: Simon Curtis.
Año: 2011.
Guion: Adrian Hodges.
Actores: Michelle Williams, Eddie Redmayne, Julia Ormond, Kenneth Branagh, Emma Watson.

Michelle Williams interpreta a Marilyn Monroe en Mi semana con Marilyn, aunque usa un doble de cuerpo más curvilíneo para las escenas en las que la curvilineidad necesita verse. Como cuando la vemos de espaldas entrando a nadar desnuda en un río muy frío.

El papel es complicado porque Monroe más que una actriz es un ícono que nos mira desde afiches y murales, desde pinturas de Warhol y camisetas, así que darle vida de nuevo implica nadar contra la corriente. ¿Cómo capturar la humanidad de un rostro que nos vende mil productos? Williams hace su mejor intento, aunque no es del todo exitosa. A ratos se va por el abismo de lo caricaturezco que la película, dirigida por Simon Curtis, veterano de la televisión inglesa, no puede evitar.

Está basada en los diarios de Colin Clark y sucede en 1956, durante el rodaje de El príncipe y la corista en Inglaterra. Muestra la relación que se desarrolla entre Marilyn Monroe y el tercer asistente de dirección de la película, Clark (Eddie Redmayne), un jovencito de 23 años encandelillado por ella.

Quienes conozcan superficialmente la biografía de Monroe, casada en esa época con el dramaturgo Arthur Miller, podrán ver ilustrados muchos de los elementos: su afición por las píldoras, su atracción a machos alfa (Clark, la excepción), su inteligencia e inseguridad, su dulzura y desvalidez. El director Billy Wilder, que hizo dos películas con ella, decía jamás haber conocido “a nadie tan completamente malo como Marilyn Monroe. Ni tan absolutamente fabuloso en la pantalla” y ese es uno de los hilos de la trama. Monroe es incumplida, caprichosa, toma pastillas para dormir y luego no se puede mover, pero cuando llega al set y logra simplemente ser, dejarse capturar por la cámara, hace que lo demás parezca insignificante.

Uno de los problemas de la película es ser excesivamente didáctica. Los personajes dicen algo (por ejemplo, eso de la increíble naturalidad de Monroe), que las imágenes no muestran.

Laurence Olivier (Kenneth Branagh), productor y actor al lado de ella, vive con especial intensidad el martirio de su método de trabajo. Lo que comienza como un enamoramiento se va convirtiendo en desprecio y desesperación a medida que avanza la película, al ver lo inalcanzable que es ella, lo intangible de su talento y lo mal que él luce comparado con su naturalidad. “Pensé que trabajar con Marilyn me haría sentir joven de nuevo. Pero en el pietaje parezco muerto”, le dice a Clark.

En la película Clark es una muleta para Marilyn, intenta calmarle las inseguridades, le ofrece la adoración que necesita para funcionar. Williams captura la vulnerabilidad de Monroe, de alguien sitiado por una sensibilidad excesiva y por un mundo áspero. Pero la película está demasiado preocupada por dejar una sensación agradable como para investigar este aspecto trágico.

Al final prefiere ser una lección fácil sobre un jovencito enamorado de una estrella. Enamoramientos que, como sabemos, tienden a no terminar tan bien. Aunque tampoco tan mal.