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OPINIÓN

"El maestro Bastenier que conocí"

El director de Canal Capital, Yesid Lancheros, relata anécdotas de las clases con el fallecido periodista español y hace un homenaje a quien fue uno de los grandes del oficio.

30 de abril de 2017

El periodismo está de luto. Ha fallecido el maestro Miguel Ángel Bastenier, uno de los históricos del diario El País, de España, diario al que estuvo vinculado por más de 30 años y hasta el último de sus días. El vacío que deja es irremplazable, porque Bastenier representa una escuela, una forma de ver la vida, de entender el mundo y de ejercer el periodismo. 

Tuve la fortuna de conocerlo en el 2000, en un salón de clases de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, cuando yo cursaba cuarto semestre de periodismo. A mis 19 años, era el único estudiante en un grupo de periodistas ya fogueados que se inscribió al curso ‘Géneros y nuevas tendencias’, en julio de ese año.

Cigarrillo en mano, Bastenier decía las cosas sin rodeos. Detestaba los adornos en el lenguaje, cuyo buen uso defendía a capa y espada. Disfrutaba revisar textos proyectándolos en una pared, a la vista de todos, y en letra gigante. Si no les gustaba, los criticaba implacablemente en público, palabra por palabra. Uno agonizaba en cámara lenta y al final quedaba noqueado, pero feliz de haber aprendido. 

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Las clases con Bastenier eran electrizantes. Llenas de cultura, referencias internacionales, sarcasmo, humor fino, y anécdotas. Muchas anécdotas. En aquel taller de Bucaramanga, por culpa del cigarrillo, casi se queda sin voz. Se le oía más ronco de lo habitual y tenía que esforzarse para hablar en esas largas jornadas. En medio de la preocupación, una colega recurrió a un remedio muy colombiano. Le llevó, en un vaso de plástico, una poderosa mezcla de miel con limón y jengibre.

Bastenier nunca había probado un remedio casero parecido y se lo tomó de una, como si fuera agua. Al final, satisfecho, exclamó sonriendo, delante de todos: “Hija mía, yo sí sabía que los indígenas tenían buenas medicinas. Esto que me acabo de tomar debería patentizarlo la Bayer”. En un par de horas, su voz mejoró. 

En ese taller, nos explicó la teoría de los géneros periodísticos y, en un tablero, pintó varios círculos. Decía que la noticia era el género “seco”, donde el reportero no opina ni interpreta y se remite exclusivamente a los hechos.

Luego, el periodista daba un paso adelante y entraba en la crónica, donde se inmiscuía con su estilo y visión propia de las cosas. Para finalizar, remataba en el reportaje, al que llamaba el ADN del periodismo. Ahí mismo explicaba su teoría del ‘blanco móvil’: la historia en movimiento, aquella que todo periodista anhela cubrir, y que solo se puede contar en un género libre y creativo como el reportaje

En los últimos años, en Twitter, donde incursionó con éxito, Bastenier señalaba que el periodismo de investigación y la agenda propia eran la tabla de salvación para nuestro oficio, en momentos en que hay un exceso de información por todas las plataformas y los medios no se diferencian en sus agendas.

Bastenier se adaptó mejor que nadie al mundo digital. En las redes también fue un maestro. En Twitter era muy activo e ingenioso. Abría discusiones y, con mucha frecuencia, respondía dudas de cualquier tema, y a cualquier hora, a medio mundo. Una enciclopedia total.

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Porque eso era Bastenier: un periodista que lo sabía todo. Era asombroso verlo hablar a fondo del conflicto entre Israel y Palestina, en el que era una autoridad, y luego referirse con propiedad sobre política francesa, británica o estadounidense, y después explayarse como experto en ciclismo o tenis, o cine y literatura. Por eso, Carlos Yárnoz, quien fue corresponsal de El País en París y Bruselas, decía por estos días que Bastenier era “el único periodista que he conocido que sabía mucho de muchas cosas. Enciclopédico, didáctico”.

Por fortuna, las lecciones del maestro quedaron consignadas en dos libros imprescindibles: ‘El Blanco Móvil’ (Ediciones El País, 2001) y ‘Cómo se escribe un periódico’ (editado en el 2009 por el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano de García Márquez). 

Luego del taller de Bucaramanga, que fue posible gracias a la gestión de Paco Gómez Nadal, exalumno del maestro, Bastenier me dio la oportunidad de hacer una pasantía en El País, de Madrid, en el 2003. Allí, en clases en la Escuela y en la Redacción, lo conocí en su máxima dimensión. Los colegas españoles contaban que muchos se matriculaban en la Escuela de Periodismo de El País con el único objetivo de conocerlo y estar en sus clases. Su oficina, donde escribía editoriales y columnas de opinión en los últimos años, siempre estaba atiborrada de prensa internacional. Olía a periódico y, por supuesto, a cigarrillo.

Bastenier era generoso con los periodistas latinoamericanos. También se sentía muy orgulloso de su nacionalidad colombiana, que recibió en el 2002. Decía que amaba a Colombia porque era un país donde todo estaba por hacer y, por lo tanto, se sentía útil. Más que en ninguna otra parte. 

El maestro contaba que, de niño, quería ser Premio Nobel de Literatura. También subrayaba que la presencia de periódicos en los hogares contribuía, de forma decisiva, a la formación de un periodista. “Leer periódicos de joven es una educación y visión del mundo”, escribió en Twitter, el pasado 23 de abril, días antes de su muerte.

Venía a Colombia con mucha frecuencia. Tenía casa en Cartagena, pero se sentía a gusto en Bogotá, y decía que la ciudad era una capital vibrante, epicentro del periodismo latinoamericano, como Buenos Aires o Ciudad de México. 

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La última vez que lo vi en persona fue en el 2014, en Bogotá. Fuimos a comer con su esposa, la escritora española Pepa Roma, y el colega Pastor Virviescas, con quien tuvo una larga amistad desde sus épocas en El Espectador

Ese día, como siempre, aprendimos de cada frase que dijo. Esa vez habló del proceso de paz con las Farc, y preguntaba por muchos periodistas a los que conocía y había tenido la oportunidad de formar. Su memoria era prodigiosa.

De todas sus innumerables lecciones, hay dos que son clásicas: “Los periodistas se dividen en dos categorías: los que son rápidos y los que no son periodistas”, y “la objetividad no existe, sino lo que hay que buscar es el ‘fair play’ o juego limpio, que consiste en consultar todas las miradas sobre un asunto”.

Días después de la muerte del maestro, basta leer la cantidad de mensajes de dolor por su partida, tanto en España como en América Latina, para dimensionar lo que él representó para el periodismo. 

Como ningún otro, Bastenier incidió de forma definitiva en la formación de toda una generación de periodistas. Él respiraba y transpiraba periodismo. Nos contagió de por vida. Nos formó como periodistas. Fue un genio. Un hombre de otro mundo. Gracias, maestro, por todo.

Por Yesid Lancheros, Director Canal Capital.
@YesidLancheros