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Milagros inesperados

Una historia pobre que quiere dejar un mensaje de esperanza, pero no lo logra.

Juan Manuel Pombo
8 de mayo de 2000

ace ya algunos años Alfredo Iriarte escribió sobre el genio versificador de Rafael Núñez que le había permitido al vate la elaboración del primero y único ‘multimueble lírico’ jamás producido en la historia de la humanidad y mejor conocido entre nosotros como el Himno Nacional: como sabemos, se trata de una monumental oda en la que cualquiera de sus innumerables versos puede cambiarse de posición a discreción sin que la métrica, el sentido o la belleza general del poema sufran menoscabo alguno.

Pues bien, algo muy similar puede decirse sobre el talento de Frank Darabont, director de Milagros inesperados, que fue capaz de realizar esta monumental épica que trata a la vez sobre todo y sobre nada: la depresión, los años 30, la pena de muerte, la segregación, la locura, la vejez, los milagros, el buen salvaje, la bondad, la crueldad, la estupidez, la prisión, la ternura, el amor, etc., etc., y, como su contraparte, nuestro himno, también sería posible poner cualquiera de los cientos de miles de fotogramas contenidos en más de tres horas de metraje final en cualquier orden sin afectar para nada la integridad de esta obra magna.

En Milagros inesperados Tom Hanks hace el papel de Forrest Gump, perdón, de Paul Edgecomb, el más compasivo jefe de guardia (no sólo en Estados Unidos sino en la historia de la humanidad) en el pabellón de la muerte de una prisión en el sur. Uno de los reclusos, John Coffey (M. Clarke Duncan), un morocho de tamaño descomunal condenado por el homicidio de dos pequeñas mellizas, resulta poseer el don de la resurrección para el reino animal y el de la curación en lo que al ser humano respecta, como Edgecomb podrá comprobar. El resto del elenco, ya se trate de los condenados o de los carceleros, buenos o malos, sicópatas o sólo atrasados mentales, se parecen entre sí por una propensión a tener todos siempre la boca abierta. Tras una electrocución tan macabra y desmadrada que casi produce hilaridad, todavía faltan 90 minutos de película y como Warner Bros. Pictures solicita a la prensa no revelar el desenlace de este filme, propongo que, igual que la novela de Stephen King, en la que se basa el guión, se entregue la cinta serializada por la pantalla chica en apartes de 20 minutos, en cualquier orden, durante un año, para beneficio de quienes no la puedan ver en la grande.