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La interpretación de Benicio del Toro como el Che le valió el premio como mejor actor en el pasado Festival de Cine de Cannes

CINE

Mirando a la izquierda

'Che', de Steven Soderbergh, abrió el Festival de Cine de Cartagena el pasado viernes. Otro director que pone sus ojos sobre la izquierda latinoamericana.

21 de febrero de 2009

El pasado 8 de enero, el director Oliver Stone anunció que está rodando su documental sobre la infancia de Hugo Chávez. Stone, se sabe, ha estado pendiente de los movimientos de la izquierda latinoamericana para registrar lo que él ha decidido llamar "el renacer de los líderes en el subcontinente". Ya lo hizo con Fidel Castro, a quien retrató de manera sobria y elegante en el documental Comandante (2003). Pero Stone no parece ser el único cineasta que en esta era Bush que termina se ha preocupado por mirar a la izquierda de estas latitudes.

En diciembre pasado, en el marco del Festival Internacional de La Habana, el director Steven Soderbergh, recordado tanto por sus proyectos serios como Tráfico, como por sus remakes de películas setenteras como Ocean Eleven, estrenó Che, una cinta de cuatro horas y 27 minutos que tuvo buen recibo entre el público, apenas una mueca de aceptación entre la oficialidad cubana y sentidas protestas entre la comunidad cubana en Miami. Che, protagonizada por un impecable y acertado Benicio del Toro, es quizás el documento audiovisual más serio que se haya rodado sobre el comandante argentino a quien se le han dedicado otras películas recientes como Diarios de motocicleta, dirigida por Walter Salles. Che, que se mostró por primera vez en el Festival de Cannes del año pasado y que le hizo merecer a Del Toro el premio a mejor actor, se estrenó comercialmente en Estados Unidos el pasado 10 de enero. Sin embargo, la crítica norteamericana parece haber pasado por alto la película al no incluirla en categorías importantes de cara a los premios Oscar el próximo febrero.

Che es un relato ambicioso. Una película, según ha dicho Soderbergh a la prensa extranjera, que pretende saltarse la imagen de la camiseta estampada con el líder argentino para asumir su lucha como una causa importante. La primera de las dos películas que, según el director funcionan como un espejo, es la más comercial. Se llama El argentino y es más hollywoodesca que Guerrilla, la segunda parte, que se ocupa de la aventura boliviana del Che.

El argentino aprovecha las imágenes de la Conferencia de la ONU a la que asistió Guevara en Nueva York en 1964 y las intercala con la historia de los barbudos desde cuando navegaron en el Granma hasta su ascenso al poder, el primero de enero de 1959. Del Toro consigue una actuación sublime. No ocurre lo mismo con el mexicano Demián Bichir, en el papel de Fidel Castro, a quien la crítica estadounidense destaca, pero que ha causado polémica entre los cubanos. Su reto, en todo caso, era mucho mayor: interpretar a un líder aún vivo, así esté en el ocaso de su vida, suponía una vara muy alta. El guión de Peter Buchman es bastante acertado, pues se concentra en los pormenores y la antesala del golpe a Batista y refleja con solidez el recorrido que hizo la guerrilla desde la Sierra Maestra hasta Santa Clara primero y después su entrada a La Habana.

Guerrilla, por su parte, es mucho más claustrofóbica que El argentino. Soderbergh, basado en los diarios del Che en Bolivia, se concentra en escenarios rurales en donde poco a poco se comprende que una lucha como la suya era imposible e ilusa en un país andino. El director ha confesado que esta segunda parte es más personal que la primera. Quizá por ello, alguna parte de la crítica la ha tildado de lenta y algo confusa.

Con todo, Che parece erigirse como una mirada refrescante del cine norteamericano ante una realidad latinoamericana que ha sido, la mayoría de las veces, mostrada con torpeza. Aunque haya ejemplos dignos de mención, como Romero, de John Duigan, que se adentraba en la vida del arzobispo Óscar Romero, opositor de la represión en El Salvador de los años 80, interpretado por Raúl Julia, quizá ninguna película como Che demuestra que se puede hacer un relato fidedigno y nada condescendiente sobre los líderes y las revoluciones de América Latina desde el corazón del cine industrial.