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Tras cinco años de no hacerla, La Tertulia y Cartón de Colombia reunen en la Bienal de Cali a 115 artistas americanos

8 de diciembre de 1986

La Quinta Bienal Americana de Artes Graficas, devuelve a Cali el papel que ha logrado hacerse en el continente con las cuatro ediciones anteriores, en su 450 aniversario que parece cerrarse en el tema de la violencia nueva y terrible para esta ciudad festiva. Cali se ve ahora invadida de interesados en el arte provenientes de Ecuador, México, España, Argentina, Centroamerica y del resto de ciudades del país, como quisieron desde 1970 el Museo La Tertulia y la Empresa Cartón de Colombia; ellos han crecido junto con la ciudad hace 30 años el primero y 40 la segunda.
Son un buen "matrimonio" que ahora produce su quinta muestra que, como se sabe, no puede ser mala. Cuatro meses de trabajo intenso, siete personas consagradas sólo a la Bienal, un grupo de 19 asesores distribuidos por el continente mirando propuestas, una partida de 17 millones de pesos dada por la empresa, el arribo de 302 obras y una regla comun: todos los medios expresivos: dibujo, pintura, escultura, grabado, collage, modelado, pero un solo soporte, el papel. Todos estos ingredientes hicieron que a la primera vuelta, el jurado internacional, compuesto por el artista español Antonio Saura, el crítico argentino Damian Bayon y la historiadora mexicana Rita Eder, ya estuvieran de acuerdo: era la muestra de calidad más general de las hechas recientemente en este continente, que artisticamente se reune de vez en cuando en Buenos Aires, Puerto Rico, Montevideo, Medellín y Cali, en bienales que ninguna se da cada dos años, sino cuando los recursos así lo permiten.
Esta selección hecha de artistas americanos y españoles--estos últimos como país invitado--, arrojó para los jurados una segunda conclusión: que la confrontación no esta hoy sobre la experimentacion ni la osadía, como si sucedia en la última Bienal de Cali en 1981 cuando el distanciamiento de la pintura reinaba; ahora prima la busqueda reflexiva, individual, que tiene relación con este momento político de los países del continente.
El millón quinientos mil pesos reservado a los premios cobijó, en este orden de cosas, a la nueva figuración que sigue dominando y a la mejor utilización del soporte papel, a traves de medios expresivos diversos. Los tres primeros premios, identicos en monto e importancia, fueron así: un colombiano, Luis Fernando Peláez, por su obra tridimensional que hace del papel, protagonista de un espacio que involucra al espectador; un argentino, Sergio Camporeale, quien con acuarela y lápiz y un gran dominio, produce un clima ambiguo, subreal y contemporáneo; un norteamericano, Jim Dine, que al grabado suma toda la expresión y el simbolismo que busca el arte actual, fueron los tres premios. Los jurados otorgaron además dos medallas: a Gustavo Zalamea de Colombia y a Tomás Sánchez de Cuba el primero por su dominio espacial en el cuadro y el segundo por sus paisajes a la témpera que dan una idea íntima y mágica del paisaje tropical.
Menciones por su obra total, dedicaron a Marta Granados, de Colombia, por su extensa y coherente labor en el diseño gráfico; a Miguel Angel Rojas, también colombiano, por la autenticidad de su universo y su lenguaje y a Ada Balcárcel, dominicana, por su originalidad al crear visiones sucesivas de la obra.
Pero aun con tanto premio, los jurados fueron reservados en cuanto a la representatividad de las obras enviadas, sobre las cuales tuvieron que emitir juicio. (Ver recuadro). Fue más fácil sí la clasificación de estos 151 artistas, para el experto local que realizó el montaje, Peter Eggen, quien a las dos grandes salas del edificio La Tertulia que mira al río Cali, les adjudicó a los innovadores una y a los tradicionales otra, para que el recorrido del espectador resultara armonioso y enriquecedor. Un metro con cincuenta al cubo para cada artista y sus dos obras, para que convivan mezclados sin divisiones geográficas ni artísticas en un recorrido fluido en el que resulta difícil adivinar la procedencia de la obra, como no sea la representación de Chile, sorprendente en su calidad y en la unanimidad de su terna político.

LOS PESOS DE LA BIENAL
Como en cualquier foro, aquí la participación es proporcional a la importancia artística del país. La más nutrida es Colombia, claro, con 32 participantes. Cada artista envió la obra por su cuenta, con unas instrucciones precisas para su enmarcado y exhibición. Esto fue tal vez lo más costoso de todo el proceso y en algunos casos resultó imposible, como la petición de un argentino que exigía el montaje de su obra sobre heno, el cual sólo crece donde hay estaciones.
El seguro ampara durante los tres meses que estará abierta la Bienal en Cali y su devolución, a todas las obras desde la más cara hasta la más barata: 15 mil dólares el grabado preciosista de la americana Ans Dennis, a los 35 dólares de la serigrafía de una dominicana. Todos aspiran a vender sus obras y si lo logran, en un 35 por ciento irá como comisión al Museo La Tertulia por haber puesto todo su montaje al servicio de la muestra. La primera en venderse fue la argentina Liliana Porter.
Resulta interesante comparar "en esta incomunicación continental, especialmente en lo que se refiere a Centroamérica", como dice Maritza Uribe, presidenta del Museo y de la Bienal, a los múltiples artistas que viven en el exilio por razones políticas con sus compañeros que se mantienen dentro del país. Contrario al sentido común, están mucho más preocupados por innovar en su propuesta artistica los cubanos, Uruguayos, paraguayos o nicaraguenses desde sus países, que aquellos que han optado por vivir en Nueva York o en ciudades europeas, para quienes el contenido de su denuncia es su mayor afán.
Se marginaron de la competencia pero no de la muestra, algunos como Louise Nevelson de los Estados Unidos, la más antigua trayectoría de toda la Bienal; Maripaz Jaramillo, lo mismo que Pedro Alcántara, quedaron por fuera por hacer parte de la junta asesora del Museo en la selección de los participantes.
El porqué de toda esta movilización cultural con el auspicio único de una empresa, a diferencia de la Bienal de Medellín, que luego de haberla hecho Coltejer en tres oportunidades, debió sumar cinco presupuestos de distintas compañías para hacerla por última vez en 1981, el presidente de Cartón de Colombia, Gustavo Gómez, explica esto como parte de una tradición. La empresa norteamericana Container Corporation, matriz de estas subsidiarias latinoamericanas, nació como productora de empaques al amparo del movimiento Bauhaus de diseño industrial, porque comprendió que lejos de encarecer el producto, el buen diseño lo abarataria y lo haria más funcional. Sus edificios fueron encargados a grandes arquitectos de la época: Walter Gropius y Mies van der Rohe. Ha sido, pues, la tónica marcada para sus sucursales en todo el mundo, la de apoyar la cultura y concretamente la creación sobre sus productos, como el papel. Por esto, además de la Bienal Americana de Artes Gráficas, la empresa realiza anualmente desde 1971, un portafolio de artes gráficas panamericanas, siempre con distintos artistas, cuyos tirajes le sirven como regalo a sus clientes, y como colección han ido a crecer los museos de arte moderno colombianos.
La crítica de arte española, Delia Rivera, quien vino a Cali para traer la muestra de 18 artistas españoles participantes en la Bienal, manifestó a SEMANA su desconcierto sobre los apuros económicos, que a pesar del apoyo empresarial sufre un evento como este: "Me parece increíble que un país tan político como Colombia no haya comprendido la bandera que tienen aquí, la rentabilidad política de la cultura y la necesidad de convertir a Cali en la ciudad cultural de América, continente que no la tiene. Esto es lo que han hecho los socialistas españoles con Madrid y su 'movida cultural', comprender que es el único patrimonio barato y explotable que tienen y que puede volver parada obligada a una ciudad como Madrid".
Maritza Uribe remata asi: "Si la unidad latinoamericana ha fracasado en lo comercial por los intereses creados, se podría lograr a través de la cultura como lo demuestra esta Bienal Americana ".

MUCHA TECNICA, POCO CONTENIDO
Rita Eder, historiadora de arte latinoamericano de la Universidad Autónoma de México e investigadora de estética allí mismo, fue con el artista Antonio Saura y con el crítico Damián Bayón, jurado de esta Quinta Bienal Americana de Artes Gráficas en Cali. Ella fue frecuentemente abordada en conferencias e informalmente por estudiantes, críticos y periodistas, sobre el balance artistico que arroja esta gran muestra y sus respuestas demostraron un análisis penetrante. Así respondió Rita Eder a SEMANA:
SEMANA: ¿Cómo vio la Quinta Bienal?
RITA EDER: Tiene una calidad pareja, no hay cosas horrendas ni grandes novedades, pero sí se encuentran buenos trabajos. Para algunos países sus asesores funcionaron bien y para otros no. Por ejemplo en Argentina, Jorge Glusberg es un promotor de su propio grupo y sólo los incluyo a ellos. El argentino premiado, Sergio Camporeale, había sido invitado directamente por La Tertulia. En Brasil, Aracy Amaral, quiso promover gente joven y a un evento como estos hay que mandar gente un poco más probada, por eso la muestra de Brasil es sorprendentemente débil. El de Chile es un muy buen envío, con obras parejas en su calidad y bastante buenas, aunque no hubo algo sobresaliente para premiar. En Colombia, hay muy buenos artistas que no mandaron sus buenas obras. Estados Unidos tiene una gran representación porque se tomaron en serio la Bienal y le dieron la importancia que tiene. S.: ¿Puede dar algunas constantes artisticas que le resultaron evidentes en cada país?
R.E.: En algunos sí: en Argentina, su gran preocupación por la moda y por eso podía adivinar cuándo era una obra de argentino. En Brasil la repetición de formas ya acabadas. En Cuba algo muy interesante pasa, por ejemplo Tomás Sánchez, el premiado, quien a través del paisaje recupera la visión de lo suyo. En Colombia, tanto Saura como yo nos sorprendimos con la evidencia de la homosexualidad en las obras. Yo no tengo ningún problema con eso, pero me preocupa cuando se usa como recurso privado y banal del arte. En un gran conjunto de obras colombianas se puede percibir esa obsesión, como una gran necesidad de expresarla que en algunos casos es más afortunada que en otros. Es notorio también el acento urbano y el oficio, tienen mucha habilidad, aunque a veces los contenidos no son equivalentes a la habilidad porque hay obras perfectas que no significan nada. Tal vez resulta clara en esta Bienal, una banalización de las obras de ciertos artistas.
Al contrario de la selección chilena donde sí hay mucho contenido y calidad aceptable, pero su defecto es la opacidad en la que nada se pronuncia. Me dio gran tristeza que la selección de México, hecha por Juan Acha, un gran crítico, estuviera mal hecha y por eso nada fuera rescatable.
S.: ¿Qué utilidad le ve a una Bienal como esta?
R.E.: La oportunidad de una confrontación para los latinoamericanos, que aunque no sea la más amplia ni la más representativa de lo que pasa hoy en el arte continental, es fundamental. Que se abran espacios como este de reunión y confrontación, porque aunque se vean parcialmente, las cosas se ven y esto a los latinoamericanos nos interesa.