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MIS PRIMERAS LETRAS

Esta vez un español, Pedro Sorela, escarba en los recuerdos del Nobel colombiano.

23 de octubre de 1989

"El otro García Marquez. Los años difíciles"
Pedro Sorea, biografía, Editorial Oveja Negra, 334 páginas.

Ahora, cuando la polvareda y el escándalo provocados por la aparición y las intenciones y los logros de la novela "El general en su laberinto" se han asentado juiciosamente, cae bien este libro biográfico, escrito por un periodista español encargado de los asuntos culturales en el periódico El País. Aunque no hay nada nuevo ni raro en esta obra para el lector colombiano, siempre es emocionante repasar ese período que en la vida de Gabriel García Márquez va desde el 9 de abril de 1948, cuando tiene que interrumpir sus estudios de derecho ante los estragos del "Bogotazo", hasta los últimos meses de 1967, cuando su novela "Cien años de soledad" se convirtió en el mayor suceso de las letras latinoamericanas de todos los tiempos.

Durante esos 19 años, el escritor tuvo que ejercer muchos oficios, desde redactor de columnas editoriales en periódicos de Cartagena y Barranquilla, hasta recolector de botellas vacías por las calles de París, escritor de guiones anónimos para un productor mexicano y marido hurano que es capaz de encerrarse durante 18 meses a escribir la saga de los Buendía, mientras la mujer y los dos hijos vivían de fiado y recibían la ayuda solidaria de algunos pocos amigos, encabezados por Alvaro Mutis, Alvaro Cepeda, Plinio Apuleyo Mendoza y Alfonso Fuenmayor.

A lo largo de estos recuerdos, que ya han sido analizados, expurgados, tamizados, enriquecidos, trastocados por la memoria y la nostalgia en manos de otros biógrafos, hay algo que sobresale, un elemento de la personalidad del escritor que impide que, como le ha ocurrido a muchos autores, desesperados por el hambre y el frío y la soledad, pospongan su trabajo: la vocación, esa mezcla de destino y terquedad que lo empuja a seguir escribiendo en ese cuartucho de París, en pleno invierno, la que sigue siendo considerada su mejor historia, la del coronel que agoniza en el calor, junto al gallo que le dejó el hijo asesinado.

Pedro Sorela estuvo en varias ocasiones en Bogotá, Ciudad de México, Barranquilla, Aracataca, Cartagena y otros sitios colombianos, siguiendo el rastro de García Márquez. Habló con todos los que tenía que hablar (Guillermo Cano y Jose Salgar son indispensables para reconstruir su paso por El Espectador, hurgó en los archivos de El Heraldo, se apoyó en la que se considera obra clave para conocer esa etapa periodística, las investigaciones del profesor francés Jacques Gilard, y con toda esa información, más sus contactos personales con el biografiado, ha escrito un libro que en su edición colombiana está descuidado, con numerosos errores, sin corrección apropiada y una carátula triste y desangelada.

Esta es la historia de los años dificiles de García Márquez, y Sorela, con paciencia de relojero, va desmontando el mecanismo interno del oficio de este autor: analiza algunas de sus colaboraciones en El Heraldo y El Espectador, El Nacional y El Universal, descubre la semilla de algunos de sus personajes así como numerosas situaciones que después aparecerían en sus novelas; observa el uso del humor negro, el desenfado, cierta altanería intelectual, la manera doméstica de encarar algunos temas y ese doble fondo que el lector juicioso de entonces supo descubrir en frases ingeniosas y bien construidas. Eran las épocas cuando El Heraldo le pagaba tres pesos por artículo y con esos 90 pesos mensuales tenía para vivir apretado en un burdel donde amanecía cantando vallenatos y comiendo sancocho con esas mujeres alegres para quienes ese inquilino era el ser más extraño, capaz de dejarle emperlado al portero un fajo de manuscritos cuando se quedaba sin plata.

Aunque ya Gilard había analizado con más profundidad el sentido, el alcance y el valor de ese material escrito de prisa (especialmente las columnas aparecidas bajo el título de "La Jirafa" y el seudonimo de "Séptimus") es divertido repasar los conceptos de Sorela y descubrir cómo, para los europeos, todo este proceso de cocción y padecimientos de un escritor como este es mágico, legendario y no se parece a nada de lo que ocurre o ha ocurrido en Europa en todos estos años.

El paso por El Espectador, sus comentarios sobre las películas que exhibían en Bogotá, las peleas con los exhibidores, el viaje a Europa después de la aparición de los reportajes con el marinero Velasco sus cuatro años en condiciones difíciles en ciudades europeas que le servirían para reafirmar sus conceptos sobre el comunismo, su trabajo en Venezuela y la ocasión histórica de la caída de Pérez Jiménez que le serviría para sentir la inquietud de la novela que ya estaba gestándose, aun antes de la saga de los Buendía; su colaboración con los cubanos, su paso por Nueva York en medio de una atmósfera tensa y violenta porque los exiliados anticastristas intentaban destruir las instalaciones de Prensa Latina; las imágenes del tío Plinio paseando al sobrino por Central Park, alimentando las ardillas tímidas.

Después vendrían la escapada a México, en un tren que duró muchas horas parando en pueblos donde los habitantes tenían los ojos y los gestos y la soledad de los personajes del Sur Profundo de aquellas novelas de Faulkner que había leido en el Barrio Abajo, en Barranquilla, en medio de los matarratones y el ruido de las fichas de dominó sobre las mesas, y entonces todos los años que pasa en Ciudad de México comiendo con los guiones que en la mayoría de las ocasiones se quedan engavetados, las relaciones con los productores, la aparición lenta de sus novelas escritas con los codos de los sueteres raidos y la culminación de este proceso angustioso con los originales de "Cien años de soledad", enviados en dos paquetes a Buenos Aires.

Lo demás es parte del mito que rodea a este hombre desde 1967, el mito que lo ha convertido en alguien desconfiado, solitario y encerrado con unos pocos.-